Una palabra amiga

La Iglesia Pueblo de Dios, Sacramento de unidad

El título de la presente reflexión proviene del primer apartado del Instrumentum laboris (IL) del Sínodo de los obispos, que contiene cinco fundamentos que nos pueden invitar a la reflexión, y de este modo ser capaces de dar respuesta a un cuestionamiento de fondo: ¿Cómo ser una Iglesia sinodal misionera? Dentro de este contexto eclesial, quiero partir de este primer subtítulo para hacer una pequeña meditación desde un enfoque agustiniano. Aunque median muchos siglos, san Agustín nos ofrece algo hoy ante este presente sinodal.

¿Cómo ser una Iglesia sinodal misionera?

La Iglesia como pueblo camina hacia Dios; cada uno no lo hace a su ritmo y separadamente, sino que todos vamos por el mismo camino y hacia la misma meta. En este caminar vamos con esperanza hacia Dios, vamos unidos. Lo que acontece en la comunidad eclesial es que cada uno desea ir por su lado. Esto no une, separa; y lo que se pretende es la comunión entre todos: que todos seamos uno, como el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son Uno.

Esta unidad del pueblo de Dios tiene lugar en el bautismo bajo la acción del Espíritu Santo, quien pone al cristiano en comunicación con la Cabeza y en relación con los demás miembros del pueblo de Dios. Para san Agustín, lo más importante no es la incorporación a la Iglesia, sino la unidad como fruto de la permanencia en la caridad. Y así nadie puede ser uno en el cuerpo de Cristo, si no está en comunión con Él.

«Nadie puede ser uno en el cuerpo de Cristo, si no está en comunión con Él.» (San Agustín)

La Iglesia, pueblo de Dios, comienza a vivir la unidad por el Espíritu Santo. Jesús resucitado envía el Espíritu a la Iglesia y unifica; de ahí, el gran deseo de san Agustín: formar una sola alma y un solo corazón dirigidos a Dios. Ansiaba efectivamente aquel que en sus monasterios reinara la unidad y la caridad. Por ello, las comunidades fundadas por el obispo de Hipona eran comunidades de caridad, que viven la vida cristiana con más amor y generosidad. A los monjes los animaba el santo a hacer el voto de la vida común, pensamiento que lo encontramos reflejado en la Regla como fin y fundamento de la vida cristiana: En primer término, ya que con este fin os habéis congregado en comunidad, vivid en la casa unánimes, y tened una sola alma y un solo corazón orientados hacia Dios.  Vivid, pues, todos en unión de alma y corazón, y honrad los unos en los otros a Dios, de quien habéis sido hechos templos.

El Documento IL destaca que, en Cristo, luz de todas las gentes, somos un único Pueblo de Dios, llamado a ser signo e instrumento de la unión con Dios y de la unidad del género humano. Podemos recordar el pensamiento de san Agustín cuando se refiere a la unidad en el Cristo total; ni en el Documento ni en el pensamiento agustiniano se está hablando de uniformidad, sino de unidad en la diversidad, ya que el afirma: El proceso sinodal ha desarrollado una conciencia de lo que significa ser el Pueblo de Dios reunido como ‘Iglesia de toda raza, lengua, pueblo y nación’ y en el nº 11 dice: “a lo largo del proceso sinodal, el deseo de unidad de la Iglesia ha crecido a la par que la conciencia de su diversidad, de la que es portadora. Ha sido precisamente el compartir entre las Iglesias lo que nos ha recordado que no hay misión sin contexto”. Y san Agustín, cuando desea destacar la diversidad, afirma que a la comunidad le son esenciales dos realidades: diversidad de miembros con distintas funciones, y unidad de vida en un principio común. La diversidad es imprescindible para el cumplimiento de la misión propia dentro de la vida común; la unidad, para la influencia de los unos en los otros, en beneficio de una acción común.

La unidad del amor es el lazo más fuerte de la caridad, y la caridad se refleja en la misión que tiene cada uno en la Iglesia, pueblo de Dios.

No podemos olvidar la importancia que, en la unión mística con Cristo, tiene para san Agustín el sacramento del amor y de la unidad. La Eucaristía es el signo de unidad por excelencia. Esa misma idea la recoge el Documento IL: El dinamismo de la comunión eclesial y, por tanto, de la vida sinodal de la Iglesia encuentra su propio modelo y realización en la liturgia eucarística. San Agustín lo expresa de este modo: La materia de la Eucaristía comienza por ser ya un signo de unidad: puesto que Cristo nos ha confiado su cuerpo y su sangre, para vivir en comunión con Él y con los hermanos. Por una parte, muchos granos forman realmente una hostia; y, por otra, un único vino proviene de múltiples racimos, es decir, permanecer en el cuerpo de Cristo, comulgar en el amor con todos aquellos miembros que viven de su propia Vida, la vida de Dios. ¡Oh sacramento de amor, oh signo de unidad, oh vínculo de caridad!

Ciertamente, podríamos finalizar diciendo que este pensamiento de san Agustín nos hace caer en la cuenta que el Documento IL es fiel a la doctrina del Concilio Vaticano II y a la tradición de la Iglesia al afirmar: Cristo es la luz de los pueblos (LG 1), y esta luz resplandece en el rostro de la Iglesia, que es ‘en Cristo como un sacramento, es decir, signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano’ (LG 1). Es decir, la unidad del amor es el lazo más fuerte de la caridad, y la caridad se refleja en la misión que tiene cada uno en la Iglesia, pueblo de Dios.

Fr. Wilmer Moyetones, OAR

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