Una palabra amiga

El abuso de poder y la enseñanza de Jesús: una llamada al servicio

Jesús y sus discípulos han llegado a Cafarnaúm; están ya en la casa, y allí, en el sosiego de la conversación doméstica, Jesús les pregunta de qué venían discutiendo por el camino. No es que Jesús no lo supiera, pues los había escuchado; pero lo que había oído no era una conversación coherente con los planteamientos de vida comunitaria que él les había propuesto. Por eso, los discípulos responden a la pregunta con silencio. Es el silencio de la vergüenza, el silencio de la conciencia culpable. En el camino, mientras Jesús les explicaba su futura pasión y muerte, su humillación y sufrimiento, los discípulos discutían sobre quién de ellos era el más importante. Este pensamiento refleja la mentalidad de quienes buscan honores y posiciones sociales, o desean ascender en la jerarquía del poder. Sin embargo, en el régimen cristiano, como enseña Jesús, no es el poder lo que dignifica a una persona, sino su capacidad de servir. Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo: “Si alguno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”. Quien tiene autoridad en la comunidad de los discípulos de Jesús no debe ejercerla como poder, sino como servicio. Es más fácil decirlo que hacerlo, pero este pecado también debe ser vencido. Incluso en la Iglesia hoy en día, con más frecuencia de lo que sería deseable, la autoridad se ejerce como poder. Esto demuestra que la enseñanza de Jesús no es fácil de cumplir y tropieza una y otra vez con el orgullo y el pecado humano, o con las disfunciones psicológicas de quienes ejercen la autoridad, que recurren al poder para compensar sus deficiencias personales.

Uno de los problemas serios que afectan a la Iglesia, y que de vez en cuando salen a la luz, es el abuso de poder por parte de quienes tienen autoridad.

Uno de los problemas serios que afectan a la Iglesia, y que de vez en cuando salen a la luz, es el abuso de poder por parte de quienes tienen autoridad. Este abuso puede venir del obispo o del párroco, pero no se limita solo a los clérigos. Los laicos que ejercen algún cargo en la Iglesia, como catequistas, ministros de la comunión o responsables de grupos diversos, también pueden incurrir en abuso de poder. Como se dice comúnmente, son personas que “se suben al cargo”. El abuso de poder puede manifestarse en humillaciones, desplantes, exigencias de conciencia, y puede incluso transformarse en agresiones o abusos sexuales. La Iglesia ha ido tomando conciencia, aunque lentamente, de que este es un problema serio que todos debemos afrontar.

El camino para enfrentar el abuso de poder en la Iglesia es doble: por un lado, la prevención, como estas palabras mías que son una advertencia de que el problema existe y que hay que enfrentarlo; por otro lado, la denuncia de los casos reales de abuso de poder, especialmente cuando este abuso se convierte en agresión o abuso sexual, ya sea contra adultos vulnerables o menores. Por supuesto, estos son crímenes, no solo morales, sino también civiles.

Debemos recordar que el abuso de poder no se da solo en la Iglesia. El hogar, la familia, también puede ser un lugar donde se abuse del poder: del esposo sobre la esposa; de los padres sobre los hijos; de los hermanos mayores sobre los menores. Con más frecuencia de la que desearíamos, este abuso de poder se convierte en violencia intrafamiliar o en abuso sexual incestuoso, o en ambas cosas. Estos delitos suelen ser ocultados por temor, miedo o por no saber a dónde recurrir. El sufrimiento y las heridas que el abuso de poder y el abuso sexual dejan en la conciencia y en el psiquismo de las personas son con frecuencia profundos y difíciles de sanar.

El liderazgo y la autoridad se ejercen para buscar el bien del grupo, de la comunidad, de la organización, de la sociedad, y de la Iglesia.

La autoridad debe existir. Ninguna organización o grupo humano puede funcionar sin liderazgo y autoridad. Sin embargo, la autoridad, tal como la concibe Jesús, es servicio. El liderazgo y la autoridad se ejercen para buscar el bien del grupo, de la comunidad, de la organización, de la sociedad, y de la Iglesia. La autoridad puede incluso tomar medidas que no sean del agrado de todos y que afecten a algunos, pero dichas decisiones deben realizarse en la transparencia de la búsqueda del bien común, sin rastro de venganza, desquite o deseo de humillar.

La escena que sigue en el relato evangélico es admirable: Jesús toma a un niño, lo pone en medio de ellos, lo abraza y les dice: “El que reciba en mi nombre a uno de estos niños, a mí me recibe; y el que me recibe a mí, no me recibe a mí, sino a Aquel que me ha enviado”. Esta escena es particularmente significativa, pues precisamente los niños son, con más frecuencia de la que quisiéramos, víctimas del abuso de poder, ya sea por violencia o por abuso sexual. Jesús se identifica con ellos de tal manera que acoger a un niño es acogerlo a él; ultrajar a un niño, aunque Jesús no lo dice explícitamente, es ultrajarle a él. El abuso de poder debe ser denunciado ante quien corresponda.

La advertencia del apóstol Santiago en la segunda lectura de hoy complementa y aclara la de Jesús: “Donde hay envidias y rivalidades, es decir, donde hay pugna por el poder, ahí hay desorden y toda clase de obras malas. Pero los que tienen la sabiduría que viene de Dios, es decir, los que ejercen la autoridad como servicio, son puros, ante todo. Además, son amantes de la paz, comprensivos, dóciles, llenos de misericordia y buenos frutos; imparciales y sinceros. Los pacíficos siembran la paz y cosechan frutos de justicia”. Que el Señor nos conceda a todos la gracia de evitar todo abuso, de saber y tener el valor de denunciarlo donde corresponda, y que quienes son culpables sepan enmendarse para ejercer la autoridad como servicio siempre.

Mons. Mario Alberto Molina, OAR

La imagen que acompaña el texto corresponde al cuadro El Sermón de la montaña, de Carl Bloch, 1877.
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