Una palabra amiga

La vida religiosa, centinelas de esperanza

¿Qué ves en la noche, dinos centinela?

Estamos atravesando tiempos convulsionados, momentos que parecen oscurecer nuestra visión, donde la vida consagrada parece haber perdido su lugar en el mundo moderno. Para muchos jóvenes de la nueva generación, el llamado a la vida religiosa parece irrelevante, y algunos incluso han renunciado a la esperanza, esperando morir sin dejar herederos, sin un testimonio que inspire a otros a seguir este camino de entrega a Dios.

Algunos proclaman que los tiempos han cambiado, que los «viejos tiempos» eran mejores. En aquellos días, dicen, era posible invitar a los jóvenes a abrazar la vida consagrada, pero hoy ya no. Sin embargo, es importante no caer en el juicio fácil: los tiempos no son ni buenos ni malos en sí mismos; cada uno es hijo de su época.

Aunque vivamos un tiempo distinto, no podemos rendirnos ni caer en la indiferencia. San Agustín nos lo recuerda: “Los tiempos son difíciles, los tiempos son duros, los tiempos abundan en miserias. Vivan bien, y cambiarán los tiempos con su buena vida; cambiarán los tiempos y no tendrán de qué murmurar”. Nos corresponde a nosotros vivir bien este tiempo, verlo como un Kairós, una oportunidad en medio de la crisis. El Kairós es el tiempo de Dios, lleno de gracias, oportunidades y creatividad. Es el momento de aprovechar esta oportunidad para dejar atrás el pesimismo, la desidia y la pasividad. Debemos ceñirnos el cinturón y mantener nuestras lámparas encendidas.

Es tiempo de dejar atrás los miedos, porque el Kairós es precisamente eso: un tiempo en que la esperanza vence al miedo. Es en estos momentos cuando surgen los grandes profetas y santos, iluminados por el Espíritu Santo, que nos sacan de la oscuridad y nos guían hacia la luz pascual. Incluso cuando todo parece acabado, cuando solo quedan cenizas, aún queda esperanza. Como dijo el poeta Machado: “Creí que mi hogar estaba apagado, y al revolver la ceniza… me quemé la mano”. Y como leí alguna vez: “En el corazón de cada invierno hay una primavera palpitante, y detrás de la cortina de la noche se enciende la sonrisa del alba”.

“La vida consagrada es semejante a una semilla que parece muy pequeña, pero los buenos labradores saben que un día se convertirá en un árbol frondoso.»

A lo largo de la historia, la vida religiosa ha superado numerosas crisis y dificultades. Esta no será la excepción, porque la vida consagrada ha sido suscitada por el Espíritu Santo. Lo más triste sería cerrarnos a la novedad del Espíritu por miedo al fracaso, escondiendo los dones que el Señor nos ha regalado. A menudo, el miedo nos paraliza. Tal vez seamos menos en número, pero esto no se trata de cantidad, sino de calidad. El mundo necesita, ahora más que nunca, centinelas de esperanza. Cada uno de nosotros es responsable de no dejar apagar la luz que recibimos en el bautismo y la consagración religiosa, para seguir siendo testigos del Evangelio en medio de la oscuridad.

Como expresa el dominico Martín Gelabert Ballester: “La vida consagrada es semejante a una semilla que parece muy pequeña, pero los buenos labradores saben que un día se convertirá en un árbol frondoso. Si solo miramos la semilla, nos desanimamos. Si imaginamos el árbol frondoso, caminamos alegres y seguimos avanzando, aunque a veces el camino sea duro”.

¡La Vida Consagrada es vida, y está viva!

En conclusión, los consagrados debemos ser, en todo momento, luz de centinelas, pies de pregoneros y un claro testimonio de la resurrección de Jesús, de la certeza de la vida eterna y del Reino. Vivamos con alegría nuestra entrega y servicio, con una plenitud interior alimentada por la oración, la sencillez y una fraternidad evangélica. No perdamos el ánimo ni la fe en el Dueño de la mies, que nunca nos abandona. Seamos signos de esperanza, y proclamemos al mundo, especialmente a los jóvenes: ¡La Vida Consagrada es vida, y está viva!

Fr. Wilmer Moyetones, OAR

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