Una palabra amiga

Matrimonio y Familia: pilar de la Creación y Sacramento de Fe

El pasaje evangélico y la primera lectura de este domingo nos indican que el tema de nuestra reflexión debe ser el matrimonio y la familia. Un tema de suma importancia al que estas pocas líneas no harán ninguna justicia. Haré una simple declaración de los puntos de la doctrina católica sobre el tema. En primer lugar, el matrimonio es una realidad que pertenece al ámbito de la creación y se funda en la naturaleza humana creada como hombre y mujer en vistas de la reproducción y la ayuda mutua. No es bueno que el hombre esté solo piensa Dios y decide crear compañía para el varón. Dios crea primero los animales. Ellos conviven con el hombre, pero no le hacen compañía ni son su contraparte sexual. No están a su altura. Y la observación de Dios vale todavía como advertencia para quienes quieren hacer de los animales compañía para no tener que ver con seres humanos. Los perros y gatos y otras mascotas no son sustituto de los hijos ni de los amigos. Dios crea a la mujer de la costilla del varón para indicar así su igualdad de rango y dignidad y la complementariedad sexual. En la dimensión del afecto y la sexualidad, el hombre está hecho para la mujer y la mujer para el hombre. Otros arreglos no concuerdan con la estructura de la creación.

Esta realidad natural, Cristo la elevó al rango de sacramento y puso el amor humano en la dinámica de su propio amor por la Iglesia. Por eso el matrimonio en católico tiene tres características. En primer lugar, es exclusivo. Es decir, se trata de la unión de un solo hombre con una sola mujer excluyendo todo otro tipo de relación que llegue al afecto conyugal y la intimidad sexual con una tercera o cuarta persona. Los esposos deben guardarse fidelidad el uno al otro. Esta es una exigencia protegida explícitamente por el sexto mandamiento: no cometerás adulterio. En segundo lugar, el matrimonio en católico es indisoluble y hasta la muerte de uno de los cónyuges. Esta característica implica que esa unión es tan profunda que no se puede jugar con ella ni se puede empezar a la ligera; los cónyuges se deben tomar en serio uno al otro. Esa característica exige que las parejas reflexionen antes de comprometerse en la unión y maduren en su proyecto frente a las adversidades y desavenencias. El matrimonio irreflexivo y frívolo hasta puede ser nulo. La perpetuidad de la unión exige madurez personal de los cónyuges. Es una llamada a crecer y madurar como pareja. La tercera característica del matrimonio católico es la fecundidad. La exclusión explícita y práctica de los hijos desde el principio de la unión hace nulo el matrimonio. De hecho, el matrimonio no queda validado mientras la pareja no tenga relaciones íntimas al modo humano y abiertas a la vida. Así de importante es esta dimensión de la fecundidad.

Otra cosa es cuando por razones biológicas la pareja no pueda tener hijos y ambos acepten esa realidad. Pero el matrimonio tiene como finalidad la generación y educación de los hijos. Sin ellos, está incompleto. El matrimonio es el fundamento de la familia. Y la familia es el fundamento de la sociedad y el lugar donde las personas y los creyentes laicos se proyectan en la sociedad para cumplir su misión y vocación. El matrimonio en católico supone la fe en Cristo para vivirlo a la altura de sus exigencias. Novios sin fe en Dios, que se casan en la iglesia por razones meramente estéticas, también se casan en vano. Que el Señor conceda a todas las parejas católicas que inician su proyecto matrimonial tomar en cuenta desde el principio estas características del matrimonio que contraen, fortalezcan su fe y alcancen la santidad y su salvación.

Mons. Mario Alberto Molina, OAR

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