Santa Teresa de Jesús, una de las figuras más destacadas de la espiritualidad cristiana, encontró en San Agustín una inspiración poderosa que influyó tanto en su vida como en su obra. Este vínculo se forjó en dos momentos clave de su vida: primero, durante su juventud en el convento de las monjas agustinas en Ávila, y más tarde, cuando leyó las Confesiones de San Agustín, un libro que marcó decisivamente su camino hacia la plena entrega a Dios. A pesar de las diferencias entre sus trayectorias personales, el legado espiritual de San Agustín dejó una huella imborrable en el alma de Teresa, tanto a nivel vital como doctrinal.
Un encuentro temprano con la espiritualidad agustiniana
La primera exposición de Santa Teresa a San Agustín ocurrió durante su adolescencia, cuando fue enviada al convento de las agustinas de Nuestra Señora de Gracia en Ávila. Este periodo de año y medio, entre 1531 y 1532, fue clave para que la joven Teresa comenzara a recuperar la devoción religiosa que había descuidado durante su juventud. Aunque en ese momento no experimentó una conversión radical, fue en ese entorno agustiniano donde Teresa empezó a cultivar un amor por la vida espiritual que más tarde sería decisivo.
«El legado espiritual de San Agustín dejó una huella imborrable en el alma de Teresa, tanto a nivel vital como doctrinal.»
Una figura clave en este proceso fue la Madre María de Briceño, quien tuvo una notable influencia sobre la joven Teresa. La educación recibida en este convento y la espiritualidad que respiraba en su entorno fueron determinantes para que, aunque aún sin comprender completamente la profundidad de la espiritualidad agustiniana, Teresa empezara a tener un acercamiento a Dios más firme y decidida a través de la vida de oración y la contemplación.
La lectura de las Confesiones y la conversión de Teresa
El verdadero impacto de San Agustín en la vida de Teresa llegó en 1554, cuando, a la edad de 39 años, leyó las Confesiones del santo. Esta lectura marcó uno de los momentos más importantes en su vida espiritual. Al encontrarse con las palabras de San Agustín, especialmente con el relato de su conversión, Teresa experimentó una profunda resonancia personal, sintiéndose reflejada en las luchas interiores del obispo de Hipona. En el capítulo IX de su Libro de la Vida, Santa Teresa describe cómo, al llegar al pasaje donde San Agustín escucha una voz que le llama a la conversión, sintió que esa misma voz era para ella.
«Santa Teresa describe cómo, al llegar al pasaje donde San Agustín escucha una voz que le llama a la conversión, sintió que esa misma voz era para ella.»
Este encuentro con las Confesiones llevó a Teresa a una conversión radical, a una «determinada determinación», en sus propias palabras, de entregar su vida completamente a Dios. Aunque ya era monja en el convento de la Encarnación, en Ávila, Teresa reconocía que su fidelidad a la vocación no había sido plena. La lectura de San Agustín le proporcionó el impulso necesario para resolver sus dudas y enfrentarse con decisión a su vocación.