Una palabra amiga

Hoy nos ha nacido el Salvador

Este es el anuncio que nos llena de esperanza y alegría, de júbilo y agradecimiento. Caminábamos en tinieblas y una luz nos alumbró. Vivíamos sin Dios ni esperanza en este mundo, y el Hijo de Dios se hizo hombre para ser Dios con nosotros y nuestro Salvador. El Señor Dios engrandeció a su pueblo e hizo grande nuestra alegría. Quebrantó el pesado yugo de la desesperanza y el sinsentido que oprimía nuestros hombros, y nos dio la libertad de los hijos y la esperanza de quienes tienen por herencia la gracia, la vida, la luz y la eternidad. Alegrémonos, hermanos, porque Dios está con nosotros; llenémonos de gozo, porque el Niño que nos ha nacido ha cargado con nuestros pecados en la cruz y ha resucitado para vencer nuestra muerte. Libres del pecado y de la muerte, nuestra vida irradia la luz de Dios, y nuestro corazón rebosa de confianza.

El Niño que nos ha nacido ha cargado con nuestros pecados en la cruz y ha resucitado para vencer nuestra muerte.

No sabemos con precisión ni el día ni el año exactos del nacimiento de Jesús. Se pueden hacer cálculos aproximados, y, basándose en ellos, se estableció en el siglo VI el calendario que cuenta los años a partir del nacimiento de Cristo; anteriormente se contaban desde la fundación de Roma. Además de fijar los años desde el nacimiento de Cristo, era necesario buscar una fecha durante el año para celebrarlo. Esa fue una preocupación de los cristianos del siglo III. Un criterio utilizado fue la creencia de que, como Jesús es el Hijo de Dios hecho hombre, todo en Él es perfecto y nada es casualidad. En Occidente, se relacionó la concepción de Jesús con la creación del mundo. Se creía que el mundo había sido creado un equinoccio de primavera, que en aquellos tiempos caía el 25 de marzo. Entonces, se pensó que Jesús debió ser concebido ese mismo día, pues con su nacimiento iniciaba un mundo nuevo: la vieja creación quedaba impregnada de la divinidad del Hijo de Dios. Si Jesús fue concebido el 25 de marzo, entonces su nacimiento habría ocurrido nueve meses después, el 25 de diciembre.

En Oriente, los cálculos fueron diferentes. Allí se pensó que Jesús debió ser concebido el mismo día en que murió. Jesús murió durante la celebración de la Pascua judía, y según el cálculo prevalente en aquellos tiempos, determinaron que murió un 6 de abril. Por ello, concluyeron que fue concebido también un 6 de abril, y su nacimiento habría ocurrido el 6 de enero. Así, en Oriente se estableció la fiesta de la Epifanía o manifestación del Señor. Tanto la concepción de Cristo vinculada a la creación del mundo como la relacionada con su muerte implican la convicción de que con Cristo se renueva el mundo y nace la esperanza.

La gracia de Dios se ha manifestado para salvar a todos los hombres

Hoy nos lo enseñaba san Pablo en la segunda lectura: la gracia de Dios se ha manifestado para salvar a todos los hombres. Esa gracia, ese favor divino, se ha manifestado en Cristo, quien, al morir en la cruz, nos capacitó para recibir gratuitamente el perdón de los pecados, y, al resucitar de entre los muertos, venció a la muerte. Comparte esa victoria con nosotros al unirnos a Él por el don del Espíritu Santo y la comunión con su Cuerpo, que recibimos con fe.

El nacimiento de Jesús en un pesebre, porque no hubo lugar para ellos en la posada, como nos enseña san Lucas, es un anticipo del rechazo al final de su vida y su muerte en la cruz. Por ello, la gracia de Dios manifestada en Cristo nos enseña a renunciar a la irreligiosidad y a los deseos mundanos. Nos enseña que no podemos vivir sin Dios ni esperanza en este mundo y que nuestra conducta no puede responder a deseos mundanos, sino a una mirada puesta en Dios y en el cielo que Él nos ofrece. Los que celebramos esta Navidad podemos, por tanto, vivir desde ahora de manera sobria, justa y fiel a Dios, en espera de la gloriosa venida del gran Dios y Salvador, Cristo Jesús, nuestra esperanza.

Quienes lo acogemos esta noche por la fe y la comunión eucarística realizamos una especie de ensayo para recibirlo al final de los tiempos, cuando venga a completar en nosotros la salvación ya comenzada. Él nació para entregarse por nosotros, para redimirnos de todo pecado y purificarnos, a fin de convertirnos en su pueblo, fervorosamente dedicado a practicar el bien.

Hoy queda patente que tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna.

Este es el misterio de la Navidad. Esta es la noche en la que se revela el gran amor de Dios hacia nosotros. Hoy queda patente que tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna. Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para salvarlo. Pero Dios salva en Cristo a quienes lo acogen con fe. Él no impone su salvación, sino que la ofrece, y nosotros la recibimos por la fe y los sacramentos.

Es costumbre por estas fechas poner el nacimiento en nuestras casas. Su elaboración suele ser un momento en el que toda la familia participa. Es una oportunidad para catequizar a los niños, explicándoles el significado de las figuras principales: el Niño Jesús, la Virgen María, san José, los ángeles, los pastores, los magos. Pero no debe quedarse en un mero esfuerzo de decoración navideña; debe ser una oración hecha figuritas, en la que pedimos a Jesucristo que nazca y crezca en nosotros por la fe, la esperanza y la caridad.

Hagamos lo que el salmo responsorial nos invita a realizar:

cantemos al Señor un canto nuevo; que le cante toda la tierra, que los cielos y la tierra se alegren, que retumbe el mar y todo lo que hay en él.

El nacimiento de Cristo renueva la misma creación, pues cuando Dios se hace hombre, su divinidad penetra todo lo que hizo y lo ilumina con su gracia.Por eso la Navidad es una fiesta de luz. La creación entera se regocija al saber que su destino no es la aniquilación, sino la plenitud en Dios.

En el año 2025, celebraremos un año jubilar, el Jubileo de la Esperanza. Será un tiempo para la conversión, el arrepentimiento y la celebración de la misericordia de Dios. Que esta Navidad nos prepare para vivir con fe ese tiempo de gracia. Les deseo a todos una santa y feliz Navidad.

Mons. Mario Alberto Molina, OAR

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