Revitalizar
—¿Qué destacaría del 126º Capítulo provincial, que su Provincia ha celebrado recientemente?
Hay un apartado que a mí me parece el más significativo, lo hemos titulado: “reestructurar para revitalizar”. La decisión de cerrar algunas comunidades nos ha golpeado a todos, todavía no hemos tenido tiempo de asimilarla. La reacción también es distinta, depende de los vínculos que se tienen con dichos ministerios. Se trata de una reestructuración externa para exponernos a nuevas posibilidades de vida. Para algunos religiosos ha cambiado el rol que tenían en el ministerio y en la misma comunidad religiosa. A todos nos hace dirigir la mirada hacia lo esencial de nuestra vida consagrada, al ser, antes que a las estructuras.
—El objetivo prioritario de su último Capítulo Provincial reza: “Reestructurar la Provincia para revitalizar nuestra consagración y misión”. ¿Cómo van a hacerlo?
Consagración y misión son las dos caras de la identidad de un religioso; la primera se refiere al ser y la segunda a la expresión del ser. La revitalización pasa por la formación permanente.
No importa la edad que tengamos; el Señor nos sigue llamando cada día y sostiene nuestra respuesta para tenerle como fundamento de nuestra existencia y como único amor de nuestro corazón.
La misión es cuestión de amor, del amor recibido y compartido. Normalmente se traduce en acciones que tienen que ver con Dios (celebración de sacramentos, catequesis, evangelización, etc.); la vitalidad de la misión depende de la “pasión” con la que esas acciones se realizan; esta fuerza viene del Espíritu y es la expresión de la identidad vocacional, de una convicción: “el Señor me quiere agustino recoleto”.
—La media de edad de los religiosos de la provincia es de 58,71 años. ¿Cómo han afrontado esta situación?
La afrontamos con realismo. Yo me pregunto: ¿qué le toca vivir a los religiosos en esta etapa de su vida? Y recuerdo lo que dice Vita Consecrata: “Hay una juventud de espíritu que permanece en el tiempo…, cada ciclo vital tiene un cometido diverso que realizar, un modo específico de ser, de servir y de amar”. Hay que reavivar esta juventud de espíritu. Sólo Dios renueva a las personas.
La mitad de los religiosos están por encima de los 65 años –laboralmente en edad de jubilación-, comienza la reducción, aparecen las goteras, pero también es la edad de la sabiduría de la vida y la madurez espiritual. Pienso que no son edades para la expansión sino para la interioridad y recogimiento. No olvidemos que somos recoletos.
—En el proceso de renovación que vive la Orden, ¿qué influencia cree que tiene el Papa Francisco? ¿Qué destacaría de su pontificado?
Comento lo que a mí personalmente me ha tocado. Es el papa de los gestos, de los pequeños gestos capaces de poner en crisis una estructura centenaria, llena de fantasmas mudos del “siempre se ha hecho así”, gestos provocativos que nos empujan a ver más allá de nosotros mismos y a pensar y proyectar desde los otros y desde las “fronteras”.
Por otro lado, destaco dos palabras que me acompañan en este momento: alegría y esperanza; vivir la alegría de la vocación, la alegría del encuentro con Jesús, y la insistencia en que no perdamos la esperanza.
Iglesias de América y Europa
—Usted conoce las comunidades y ministerios de México y Costa Rica, y durante los últimos seis años ha prestado un servicio de gobierno residiendo en Madrid, ¿qué diferencias señalaría entre la Iglesia de América y Europa?
Destaco algunos puntos. El pueblo de Dios es una escuela de vida, en todos sus sentidos; los laicos nos interpelan de muchas maneras para que caminemos con ellos y sintamos con ellos. Tengo la impresión de que en América el contacto con la gente es mayor que en España porque son comunidades pequeñas dedicadas en su mayoría al apostolado parroquial y misional. En España han predominado las comunidades numerosas con ritmo de vida conventual, algunas de ellas con muy poca relación con el entorno.
El segundo punto significativo es el grado de formación cristiana. En América encontramos, por lo general, gente con escasa formación en la fe; con una vida cristiana basada en la religiosidad popular y en la participación de los sacramentos, sin más. Al mismo tiempo, deseosa de formación, al menos más receptiva. Esta es una oportunidad valiosa de formación; todos sabemos que los religiosos nos formamos cuando damos razón de nuestra fe de modo sistemático y constante. En Europa la gente está mejor formada, supongo que todos han tenido en su infancia y adolescencia una formación cristiana bien cuidada en la familia, en la catequesis y en el colegio. Dependen menos del adoctrinamiento.
Finalmente, el proceso de secularización ha incidido antes en Europa, pero América no es ajena a esta realidad; es cuestión de que transcurran los años. El liderazgo y prestigio de los religiosos es más significativo e influyente en América; algunos religiosos han desplegado sus recursos humanos y pastorales gracias a este protagonismo. En Europa tenemos la interpelación a caminar con el pueblo en una sociedad que se organiza al margen de lo religioso, lo cual nos obliga a hilar más fino en lo espiritual y pastoral.
Planes
—¿Qué planes tiene para revitalizar la vida espiritual, la vida fraterna y el espíritu evangelizador de las comunidades religiosas?
Nunca comenzamos de cero; cada persona vive su proceso de conversión continua. Estoy convencido de que hay que tocar y remover la vida de las personas. La revitalización es obra del Señor y la llave abre por dentro; el Señor transforma nuestros corazones si se lo pedimos con fe y humildad, en oración confiada.
No obstante, creo que podemos predisponer a los frailes; el servicio que prestan los secretariados y la animación de los priores locales es muy importante. Con los secretariados pretendemos continuar con la formación permanente de todos y cada uno de los religiosos, ofreciéndoles tiempo, estrategias, medios y actividades extraordinarias para su formación personal. La vivencia de los medios ordinarios, los que vive la comunidad día a día, es tarea del prior. Por poner un ejemplo: percibo insatisfacción en algunos frailes por la forma como celebramos la liturgia de las horas; otros echamos en falta poder compartir las interpelaciones de la palabra escuchada y de nuestras pequeñas búsquedas y encuentros; algunos piden fidelidad a la oración personal.
Por otra parte, todos conocemos las bondades de la vida fraterna y sus efectos terapéuticos, pero sufrimos sus reuniones y las correcciones fraternas. En este campo los secretariados pueden ofrecer formación.
Finalmente, creo en las experiencias de misión. Nadie regresa igual cuando se ha topado con realidades donde la vida está condicionada por la pobreza, la falta de educación y el abuso en todas sus manifestaciones. Los pobres y las situaciones de pobreza y exclusión nos revitalizan, si lo permitimos.
—Usted ha acompañado vocacionalmente a muchos jóvenes, ¿qué propuesta formativa ofrecen a un joven que quiera ser agustino recoleto?
Al principio le daba más importancia a lo agustino recoleto: intentaba que conocieran la vida de san Agustín y de los recoletos. Ahora me parece mucho más esencial el encuentro personal con Cristo, el Señor. Los religiosos podemos defraudar con nuestra incoherencia; pero si un joven siente el amor gratuito e incondicional de Jesús que lo llama, ese muchacho no tiene escapatoria, lo ha conquistado el Señor.
La pedagogía de Jesús “vengan y vean” es para todo tiempo y lugar. También vale para los que quieren ser agustinos recoletos. Para eso hay que abrir nuestras casas, para que conozcan y compartan nuestra vida.
—¿Qué planes tienen para evangelizar y solidarizarse con los más pobres?
En primer lugar, que los frailes nos dejemos evangelizar. En mi experiencia personal, considero que pasamos muchos años pretendiendo ser maestros y descuidando la experiencia de ser discípulos. No niego que hay buena voluntad y sacrificio en el servicio que prestamos en la pastoral, pero no siempre nos dejamos interpelar por el mismo evangelio ni por los fieles. La solidaridad con los pobres es el fruto de un camino de madurez cristiana. Se es pobre por opción en respuesta a lo que se ha recibido.
—¿Qué importancia tienen las JAR, las fraternidades seglares y la formación de los laicos en los ministerios que conoce?
En este momento hay un despertar de las JAR en algunas zonas de la provincia, fruto del esfuerzo realizado desde el secretariado general correspondiente. La pastoral juvenil es ingrata y desanima a muchos; los jóvenes requieren mucha atención y hay que contar con su inconstancia.
He estado más tiempo con las fraternidades seglares. Aunque podría decir muchas cosas, solo quiero subrayar algunas: es una vocación especial que hay que saber suscitar, discernir y acompañar. Es una vocación más bien para pocos, tengo mis dudas cuando ingresan en grupo. Por otro lado, sé que son un regalo para la Orden porque enriquecen nuestro carisma. Y, finalmente, su presencia en un ministerio es signo de la fecundidad y de la vitalidad del mismo. En este momento necesitamos fortalecer su sentido de pertenencia familiar, su formación y autonomía.
Es el momento de los laicos, siempre lo ha sido. Tenemos una deuda con ellos, ya que nos hemos servido de muchos de ellos y ahora hay que devolverles en formación, en espacios de liderazgo y servicio.
“Hemos visto al Señor”
—¿Cuál es su sueño sobre la Orden? ¿Es posible?
Como institución, sueño con una Orden en donde se aprovechen mejor los recursos humanos, las estructuras y los materiales para la formación y la misión evangelizadora; ha de fortalecerse el sentido de Orden, más que el de Provincia.
En cuanto a lo personal, me sigue impactando la frase de los primeros testigos de la Resurrección: “hemos visto al Señor”. ¡Cuántas cosas serían diferentes si viviéramos de esta certeza y la compartiéramos como testimonio!