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El séptimo hermano: reconocer a Cristo en el pobre

En este comentario al Evangelio, Fray Luciano Audisio nos invita a contemplar la parábola del rico y Lázaro como una llamada concreta a reconocer en los pobres al mismo Cristo. El séptimo hermano que completa nuestra vida, el que nos abre la puerta de la plenitud y de la Eucaristía.

¿Dónde encontrar al Resucitado?

El Evangelio de hoy nos plantea una pregunta decisiva: Jesús ha resucitado, pero ¿dónde podemos encontrarlo?

Los primeros cristianos lo vieron en carne y hueso: en las apariciones después de la Pascua, o san Pablo en el camino de Damasco. Pero nosotros, ¿dónde lo reconocemos?

La parábola del rico y Lázaro nos ofrece una clave preciosa.

Una parábola sobre la vida concreta

A primera vista, el relato parece un cuadro del más allá: los malos castigados y los pobres consolados. Pero Jesús no está interesado en describir la “geografía” de la otra vida, ni en ofrecernos un mapa del cielo y del infierno.

Su mensaje toca otra cosa: nuestra vida concreta, nuestras decisiones cotidianas, el modo en que tratamos al pobre que está a la puerta de nuestra casa y de nuestro corazón.

Escuchar la Palabra

Las palabras finales son decisivas. El rico pide que Lázaro regrese para advertir a sus hermanos, pero la respuesta es clara:

“Tienen a Moisés y a los profetas. Que los escuchen.”

La Escritura ya contiene todo lo necesario para reconocer la voluntad de Dios. Y si no escuchan la Palabra, tampoco creerán aunque alguien regrese de entre los muertos.

Jesús es Lázaro

Cuando Lucas escribe su evangelio —entre los años 70 y 80— los cristianos ya saben que alguien ha vuelto de la muerte: Jesús de Nazaret, el Crucificado.

De este modo, la parábola se convierte en una imagen de Cristo mismo. Jesús es Lázaro: el rechazado, el herido, el pobre que yace a la puerta, pero que resucita para darnos vida.

El séptimo hermano

Hay un detalle numérico muy significativo. El rico tiene cinco hermanos. Con él son seis. Lázaro es el séptimo.

En la tradición bíblica, el siete significa plenitud, totalidad. Esto nos sugiere que la vida de este hombre —y la nuestra— está incompleta mientras no reconozcamos al “séptimo hermano”, que es Jesús presente en el pobre.

Sin Lázaro no hay plenitud. Nuestra existencia queda fracturada si lo dejamos fuera.

Un trasfondo eucarístico

Este pasaje también tiene un trasfondo eucarístico. El rico, que despreciaba las llagas de Lázaro, al final suplica que su boca se acerque a ese cuerpo herido.

En la Eucaristía nosotros vivimos lo contrario: no como mendigos desesperados, sino como hijos invitados, acercamos nuestra boca a las llagas de Cristo.

Comulgar es besar esas heridas y abrirnos a una nueva manera de vivir: acoger al pobre, reconciliarnos en las relaciones más difíciles, abrir el corazón a los excluidos.

¿Quién es mi Lázaro hoy?

La pregunta se vuelve personal: ¿quién es hoy el “Lázaro” que yo mantengo a distancia, el que me incomoda, el que dejo fuera de mi mesa y de mi vida?

Los perros que lamen las llagas

Hay un detalle más, casi escondido, pero muy fuerte: al inicio se nos dice que “los perros lamían las llagas de Lázaro”(οἱ κύνες ἐρχόμενοι ἐπέλειχον τὰ ἕλκη αὐτοῦ).

En la mentalidad judía, los perros representaban a los paganos, a los que estaban fuera de la Alianza. Es como si el Evangelio nos dijera que, a veces, los de fuera se acercan más al sufrimiento que los supuestos “creyentes”.

Y también nos recuerda que todos nosotros somos, de alguna manera, esos perros: lejanos, indignos, y sin embargo invitados al banquete del Señor.

La Buena Noticia

La Buena Noticia es esta: Dios nos ha acogido primero. Cristo ha vuelto de la muerte y ha derribado todos los muros. Él es nuestro séptimo hermano, la plenitud de nuestra vida.

Hoy el Evangelio nos invita a dar un paso muy concreto: reconocerlo en el pobre, en el herido, en aquel al que nos resistimos a abrir el corazón.

No tengamos miedo. En ese gesto de abrir nuestra puerta al Lázaro que espera, descubriremos que hemos recibido al mismo Resucitado.