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El Monasterio de la Encarnación de Madrid, celebra los 400 años

Eran casi las siete de la tarde cuando el arzobispo de Madrid, Carlos Osoro, entraba en la sacristía del convento de la Encarnación y saludaba a los más de 40 sacerdotes revestidos para concelebrar con él. Entre éstos se encontraba el prior general de los agustinos recoletos, Miguel Miró, y el vicario episcopal para religiosos del Arzobispado de Madrid, el jesuita Elías Royón.

Dentro del templo esperaba el comienzo de la eucaristía una multitud de amigos y asiduos del Real Monasterio. Los primeros bancos estaban reservados para la presidencia del Patrimonio Nacional, representantes del Municipio madrileño, la Orden del Santo Sepulcro y otras asociaciones cívico-nobiliarias.

Presente en el templo, en el lugar que secularmente han ocupado en el coro bajo, estaban las monjas, las auténticas protagonistas del acontecimiento. No era sólo la quincena de hermanas que en la actualidad componen la comunidad de la Encarnación. En representación de las agustinas recoletas de todo el mundo , que miran al Monasterio Real de Madrid como a su casa solariega, se había hecho presente la presidenta federal de España, sor María Eva Óiz, junto con tres hermanas del vecino convento de Colmenar de Oreja (Madrid).

Eucaristía y homilía

La eucaristía vespertina culminaba toda una jornada dedicada a la adoración con la que las monjas recoletas de la Encarnación recordaban sus 400 años de fundación. Más exactamente, celebraban los cuatro siglos pasados desde que, un 29 de junio de 1616, con la asistencia del Rey de España Felipe III, se consagraba el altar mayor de la iglesia conventual. Las obras de construcción de aquel convento emplazado a las puertas del Palacio Real por voluntad de la reina  Margarita de Austria, habían durado cinco años. Pero, una vez consagrada la iglesia, la comunidad recoleto pudo ya tomar posesión de su nueva casa, una casa que sólo a la fuerza y en muy raras ocasiones ha abandonado.

Y dela Casa de Dios y la alegría de vivir en ella habló el Arzobispo de Madrid en su homilía. Empezó distinguiendo la casa de piedra, con toda su solidez y monumentalidad, de la auténtica Casa de Dios a la que se han acogido las generaciones de religiosas agustinas recoletas que han ido cubriendo estos cuatro siglos.

En una hermosa homilía, Osoro resumió la razón de ser de las monjas de la Encarnación en tres palabras: ‘cantar’, ‘mostrar’, ‘anunciar’. Según dijo, las monjas entretejen con su vida el canto de las maravillas divinas. Con su edificio sólido y permanente, muestran estar cimentadas sobre la piedra angular que es Cristo. Y, como María, en fin, acogen el Anuncio y lo traducen en alabanzas al Dios Salvador.

Un rato de confraternización y saludos

Lo propio era que la eucaristía se continuara con un momento de confraternización. Y así fue. Los asistentes pudieron así visitar a su placer las dependencias que de ordinario se reservan a las visitas turísticas: el inigualable relicario, que cuenta con un millar de reliquias; el sepulcro de la Sierva de Dios Mariana de San José, fundadora de las agustinas recoletas, más conocida en la historia como “la Priora de la Encarnación” por antonomasia; el espléndido coro bajo, en el que se exponían fotografías del medio centenar de monasterios recoletos del mundo; y el claustro bajo, en fin, donde las monjas habían preparado un generoso tentempié.

Ellas estaban al final del recorrido, en el locutorio grande. Allí se agolpaban para saludarlas cuantos iban abandonando el monasterio. Para saludarlas y para desearlas cuatro siglos más de continuidad en la presencia de Dios, al servicio de la Iglesia y para beneficio de todos nosotros.

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