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“San Agustín nunca pensó en ser sacerdote”

San Agustín nunca pensó en ser sacerdote. Después de recibir las aguas bautismales de manos de san Ambrosio en la vigilia pascual del año 387 (en Milán se seguía el calendario “alejandrino”, por lo tanto se celebró entre el 24 y 25 de abril: Vita 1), su único deseo era volver a su tierra natal para establecer ahí una comunidad de monjes, siguiendo los modelos de las comunidades que había conocido en la misma ciudad de Milán y posteriormente en Roma (mor. 1, 31, 67). Y este sueño se hizo realidad en el 388, cuando san Agustín –después de la muerte de su madre Mónica acaecida en el 387- pudo volver al norte de África y se estableció con un grupo de amigos en Tagaste en donde fundó un monasterio.

Vida monacal

Su único sueño en aquel momento era vivir como monje, o como el mismo san Agustín lo expresa en al carta 10 dirigida a su querido y malogrado amigo Nebrido, utilizando una frase del mundo clásico latino, el sólo quería: “deificari (…) in otium” (ep 10, 2). Llenarse de Dios, deificarse en la vida del otium sanctum, es decir en la vida de contemplación y alabanza a Dios, en el trabajo manual e intelectual y en la vida comunitaria. Sin embargo los planes de Dios no eran los planes de san Agustín.

A finales del año 390 o a principios del año 391, san Agustín emprende un viaje a Hipona, un viaje que marcará definitivamente su vida y también la vida y la historia de Occidente. Su propósito era fundar un nuevo monasterio en esta ciudad marítima (Hipona era el segundo puerto más importante del norte de África en aquel tiempo) y también quería hablar con un amigo (para san Posidio es un agens in rebus, un miembro de la policía imperial quien quiere hablar con Agustín: Vita 3) a quien quería exhortar a que viviera con él en el monasterio (s. 355, 2).

Es preciso decir que san Agustín nunca dejó de ser monje. Aunque recibiera el orden sacerdotal y posteriormente la ordenación episcopal, nunca dejó la vida de monje, ni dejó de fundar monasterios y de vivir –cuando era obispo- en comunidad con su propio clero (s. 356). Conocedor de esto el obispo Valerio le regaló un huerto que era propiedad de la Iglesia de Hipona para que él fundara ahí un monasterio para monjes no sacerdotes (Vita 5).

Cura por aclamación

San Agustín se desplazó a Hipona y se entrevistó con este amigo. Un día estando en Hipona, san Agustín con toda inocencia asistió a la celebración de la Eucaristía. En aquella celebración el obispo de Hipona, el anciano Valerio –de origen griego y de vacilante latín- habló de su situación ante el pueblo de Hipona, diciéndoles a sus fieles que él ya era viejo, que hablaba mal el latín y que necesitaba un presbítero que lo ayudara en la carga pastoral de la diócesis de Hipona (una de las diócesis más grandes del norte de África, si no la más grande de todas). En aquel momento los ojos de todos los asistentes a la Eucaristía se posaron sobre san Agustín. Habían oído hablar de él; sabían de su pasado maniqueo, así como de su conversión y de la santidad de su vida. Por ello, el pueblo en aquel momento vio que las expectativas del obispo se cumplían de manera sobrada en san Agustín, por lo que comenzaron a pedir a gritos a Valerio que ordenara a san Agustín como sacerdote. (En época de san Agustín éste era el procedimiento habitual, se elegía a los ministros de Dios por aclamación). De pronto san Agustín se vio rodeado por la multitud y llevado a rastras ante Valerio (s. 355, 2; Vita 4). San Agustín no podía negarse: sería ordenado sacerdote.

Servicio placentero

San Agustín fue ordenado sacerdote muy posiblemente a finales de enero del 391. Es entonces cuando le pide a su obispo Valerio que le conceda un poco de tiempo antes de la Pascua, para preparase para el ministerio sacerdotal (ep. 21). San Agustín era consciente de la carga tan grande y de la gran responsabilidad que implica el ser sacerdote, por lo que se quiere preparar, sobre todo en el estudio de las Sagradas Escrituras. Por ello en la carta 21 le expresa san Agustín a Valerio esta gran responsabilidad cuando se quiere hacer según los planes de Dios, y de lo apetecible que resulta el ministerio del diácono, del sacerdote o del obispo cuando esto se busca sólo por vanidad y por intereses mundanos. Así dice san Agustín:

“(…) en esta vida, máxime en estos tiempos, nada hay más fácil, más placentero y de mayor aceptación entre los hombres que el ministerio del obispo, presbítero o diácono, si se desempeña por mero cumplimiento y adulación. Pero al mismo tiempo nada hay más torpe, triste y abominable ante Dios que esa conducta. Del mismo modo, nada hay en esta vida, máxime en estos tiempos, más gravoso, pesado y arriesgado que la obligación del obispo, presbítero o diácono; tampoco hay nada más santo ante Dios si se milita en la forma que exige nuestro Emperador (ep. 21, 1)

Tres características

Las primicias del sacerdocio de san Agustín estuvieron marcadas no sólo por la fundación de una nueva comunidad monástica, sino también en primer lugar, por la brillante exposición del símbolo de la fe que hizo ante los obispos del norte de África reunidos en un sínodo local el año 393 en el Secretarium de la basílica de Hipona. Tal fue la impresión que esta exposición agustiniana causó en los obispos, que éstos le pidieron que la pusiera por escrito para poder ellos a su vez llevársela y exponerla a sus fieles. San Agustín sacerdote escribió entonces la obra llamada De Fide et Simbolo.

Un segundo elemento a tener en cuenta es su polémica con los herejes. Así el 28 y 29 de agosto –el primero se convertiría posteriormente en el día de su fiesta- del año 392, a petición tanto de los católicos como de los donatistas de Hipona, el presbítero san Agustín se enfrenta al maniqueo Fortunato en las termas de Sossius, haciendo que Fortunato, al final de la discusión, se reconociera perdedor y, posteriormente, avergonzado, abandonara la ciudad. La discusión con este maniqueo está recogida en la obra llamada Contra Fortunatum.

Un tercer elemento importante de san Agustín como sacerdote es la predicación al pueblo. En tiempos de san Agustín esto era una labor propia del obispo. Sin embargo Valerio delegó esta función en san Agustín, no sólo porque el mismo Valerio fuera de un latín vacilante, sino también porque san Agustín era rétor profesional y un verdadero maestro de la oratoria. Así pues, una de las funciones que acompañarán el ministerio pastoral de san Agustín será la predicación al pueblo. Predicará tanto como sacerdote, como también cuando sea obispo. Una predicación que era generalmente una explicación de la palabra de Dios, ya que la teología agustiniana no es otra cosa que una explicitación de la doctrina bíblica.

Misa diaria

Y junto con la predicación, la celebración cotidiana de la eucaristía. Algo poco usual en la Iglesia del tiempo de san Agustín. Si bien es verdad que cada región tenía sus costumbres, nosotros sabemos por los sermones agustinianos, sobre todo por el sermón 227, que la eucaristía se celebraba cotidianamente en Hipona, pues se habla de recibir el cuerpo de Cristo “todos los días”. Así pues, san Agustín presbiterio celebraba la eucaristía para sus fieles todos los días, reconociendo la necesidad que tanto los fieles como los pastores tienen del sacramento que da la vida: “De ella vivimos también nosotros, puesto que somos consiervos vuestros” (s. 229 E, 4)

En vista de estas dos funciones que vertebran la vida y el ministerio del presbítero, san Agustín definirá al sacerdote como el dispensator verbi et sacramenti (c. litt. Pet. 3, 67), el ministro, el administrador que sirve en nombre de Dios a sus hermanos la misma palabra de Dios y los sacramentos, de manera particularísima el sacramento de la Eucaristía.

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