Lc 10, 1-12: Homilía de san Agustín (Sermón 101, 1)
“La lectura del texto evangélico que se nos acaba de recitar nos invita a investigar y, si somos capaces, a indicar qué significa la mies de que habla el Señor: La mies es mucha, pero los obreros son pocos. Rogad al Señor de la mies que envíe operarios a su mies (Lc 10,2). Entonces agregó a los doce discípulos, a quienes llamó apóstoles, otros setenta y dos y los envió a todos, como resulta de sus palabras, a la mies ya sazonada. ¿Cuál era aquella mies? No hallándose la mies en los gentiles donde no se había sembrado, resta sólo entender que se encontraba en el pueblo judío. A esta mies vino el dueño de la misma. A esta mies envió a los segadores. A los gentiles, en cambio, envió no segadores, sino sembradores. Nos parece, pues, que la mies fue recogida en el pueblo judío. De ella fueron escogidos los mismos apóstoles. Allí estaba ya madura para la recolección, pues la habían sembrado los profetas. Deleita contemplar la agricultura de Dios, recrearse en sus dones y trabajar en su campo. En él trabajaba quien decía: Yo trabajé más que todos ellos (1Cor, 15,10). Mas ¿no le daba fuerzas para ello el Señor de la mies? Por esto añade: Mas no yo, sino la gracia de Dios conmigo.
Que estaba bien impuesto en el oficio de la agricultura lo demuestra con suficiencia al decir: Yo planté, Apolo regó (Ib. 3,6). Este apóstol, de Saulo convertido en Pablo, es decir, de soberbio en el más pequeño, –Saulo, en efecto, deriva de Saúl y Pablo de paulo (poco)–, interpretando en cierto modo su nombre, dice: Yo soy el más pequeño de todos los apóstoles. Este Pablo, es decir, este pequeño, este mínimo, fue enviado a los gentiles. Él mismo dice que fue enviado en primer lugar a la gentilidad. El lo escribe, nosotros lo leemos, creemos y predicamos”.
(Trad. de Pío de Luis, osa)