Su vida es un prodigio de la gracia. Simple y humilde, ocupada día y noche en el trabajo y el servicio de la comunidad, fue también una gran contemplativa. A pesar de ser analfabeta, suscitaban admiración sus conocimientos teológicos y su don de consejo, así como sus frecuentes éxtasis. Todo ello indujo a sus hermanas a admitirla, el 18 de noviembre de 1663, entre las monjas de coro.
Fue beatificada por León XIII el 26 de febrero de 1888. Sus restos se conservaron en el convento de las agustinas descalzas de Benigánim hasta el año 1936, en que desaparecieron. Su memoria continúa atrayendo a muchos devotos.
La beata nos dejó en herencia el testimonio de una vida humilde y sencilla, totalmente dedicada a Dios y al crecimiento de su reino.