El arzobispo agustino recoleto deĀ Los Altos, Quetzaltenango ā TotonicapĆ”n (Guatemala), Mons. Mario Alberto Molina, reflexiona sobre la Palabra de Dios de este domingo 27 de octubre.
Evangelio segĆŗn san Lucas (18,9-14)
Solo el evangelista san Lucas transmite la parĆ”bola del fariseo y el publicano en oración. El evangelista nos dice que JesĆŗs contó esta parĆ”bola para esclarecer con ella cuĆ”l es verdaderamente la situación ante Dios de algunos que se tenĆan por justos y despreciaban a los demĆ”s. Es decir, el propósito de la parĆ”bola es manifestar que la realidad de las relaciones con Dios es diferente de lo que a primera vista parece. Uno puede pensar que los justos, es decir, aquellas personas que cumplen con todos los deberes religiosos y morales estĆ”n en regla con Dios, pero JesĆŗs, con la parĆ”bola, pone en evidencia que esto no es necesariamente cierto. MĆ”s bien lo contrario puede ser cierto: un pecador notorio puede estar en mejor relación con Dios que un hombre cumplidor de sus deberes religiosos. La cosa se puede prestar fĆ”cilmente a equĆvocos, y por eso intentaremos la explicación.
Los protagonistas de la parĆ”bola son dos hombres. Uno era fariseo y el otro, publicano. Es decir, uno de los personajes, el fariseo, pertenece a ese movimiento o facción espiritual judĆa, cuyos miembros tenĆan como consigna y propósito ajustar su vida a la voluntad de Dios por medio del cumplimiento de todos los mandamientos morales y todos los ritos y prĆ”cticas religiosas. San Pablo, cuando describe su pasado, recuerda que era fariseo y que se caracterizaba por ser intachable en el cumplimiento de la ley. Fui circuncidado a los ocho dĆas de nacer, soy del linaje de Israel, de la tribu de BenjamĆn, hebreo por los cuatro costados, fariseo en cuando al modo de entender la ley, ardiente perseguidor de la Iglesia, e irreprochable en lo que se refiere al cumplimiento de la ley (Flp 3,5- 6). El fariseo de la parĆ”bola podrĆa representar muy bien a san Pablo antes de que este conociera a JesĆŗs y se hiciera cristiano. La espiritualidad de un personaje asĆ se caracteriza por la enorme confianza puesta en el propio cumplimiento, en la certeza de no haber quebrantado ningĆŗn mandamiento, en la seguridad de tener a Dios de su parte gracias a la obediencia sin fisuras. El fariseo piensa que Dios debe estarle agradecido por el buen ser-vicio que le presta.
El otro personaje de la parĆ”bola es un publicano. El nombre les viene del oficio. Se ocupaban de los asuntos āpĆŗblicosā, asuntos que interesaban al imperio romano, principal-mente el cobro de impuestos. En la sociedad en la que vivió JesĆŗs, el judĆo que tenĆa este oficio era un traidor por ser colaboracionista con el imperio. AdemĆ”s, estos personajes tenĆan fama de ser ladrones y corruptos. Eran el prototipo del pecador, el reverso del fariseo. Estos hombres eran tenidos por impuros, inmorales, abyectos.
Los dos personajes de la parĆ”bola son, uno, el prototipo del que tiene fama de santidad y, el otro, el prototipo del que tiene fama de pecador. No podrĆan ser mĆ”s contrapuestos en lo que se refiere a las obligaciones para con Dios.
Ambos llegan al templo de JerusalĆ©n para orar. Pero su oración es muy distinta.Ā Para comenzar, el fariseo ora de pie, a la vista de todos y su oración es un discurso de elogios para sĆ mismo. El fariseo da gracias a Dios por no ser como los demĆ”s hombres: ladrones, injustos y adĆŗlteros; tampoco soy como ese publicano. Luego se jacta de cómo cumple con todos los actos de piedad: ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todas mis ganancias. Un hombre asĆ no necesita de Dios que lo salve. Ćl ya se salvó a sĆ mismo. No tiene pecado, no necesita perdón y con su buena conducta adquirió el derecho a la vida eterna. Dios estĆ” en deuda con Ć©l.
El publicano, en cambio se quedó lejos y no se atrevĆa a levantar los ojos al cielo. Posiblemente estaba incluso de rodillas. Lo Ćŗnico que hacĆa era golpearse el pecho, diciendo: āDios mĆo, apiĆ”date de mĆ, que soy un pecadorā. El hombre se reconoce en total dependencia de la misericordia de Dios. No tiene nada propio de quĆ© alardear, sino de su pecado. Pero tiene una enorme confianza en el perdón que Dios le pueda dar. Ćl necesita de Dios, quien es su Ćŗnica salvación y esperanza.
JesĆŗs sentencia que, de estos dos, el que fue grato a Dios, fue este pecador, no porque Dios aprobara sus pecados, sino por su actitud de reconocimiento que de sĆ mismo no tenĆa nada de quĆ© alardear y que dependĆa totalmente de Dios. Yo les aseguro que Ć©ste bajó a su casa justificado y aquel no. El fariseo no fue grato a Dios. Ciertamente Dios aprobaba las obras de piedad que realizó y su integridad moral. Pero lo que a Dios no le agradó fue que ese fariseo nunca se dio cuenta de que, si pudo ser un hombre Ćntegro, eso se debió a la gracia de Dios. El fariseo nunca reconoció que sus obras buenas debĆan ser mĆ”s bien una expresión de su agradecimiento a Dios que habĆa sido bueno siempre con Ć©l. Nunca debió alardear de sĆ mismo, sino de la gracia de Dios en Ć©l. Como dice al Virgen MarĆa en su cĆ”ntico: Desde ahora me llamarĆ”n dichosa todas las generaciones, porque ha hecho en mĆ cosas grandes el Poderoso (Lc 1, 48-49).
San Pablo, ya cristiano, desprecia su pasado de fariseo intachable, porque no le permitĆa ver que uno no se salva a sĆ mismo por sus obras, sino que Dios es quien salva, de modo que las obras buenas que Dios aprueba son mĆ”s bien nuestra expresión de agradecimiento a Dios. Como dice san AgustĆn: āDios, al coronar nuestros mĆ©ritos, corona sus dones en nosotrosā. AsĆ Pablo: Pero lo que entonces consideraba una ganancia, ahora lo considero pĆ©rdida por amor a Cristo. Es mĆ”s, pienso incluso que nada vale la pena si se compara con el conocimiento de Cristo JesĆŗs, mi SeƱor. Por Ć©l he sacrificado todas las cosas, y todo lo tengo por estiĆ©rcol con tal de ganar a Cristo y vivir unido a Ć©l con una salvación que no procede de la ley āes decir de las obras buenas que yo pueda hacerā sino de la fe en Cristo, una salvación que viene de Dios a travĆ©s de la fe (Flp 3,7-10).
Que Dios nos ayude a vivir siempre con humildad para reconocer nuestras deudas para con él: le debemos la vida, la fe, la salvación que nos da. Y si ademÔs somos pecadores, le debemos el perdón. Solo esta manera de pensar nos hace gratos a Dios.
Mons. Mario Alberto Molina OAR
Arzobispo de Los Altos, Quetzaltenango ā TotonicapĆ”n (Guatemala)