El arzobispo agustino recoleto de Los Altos, Quetzaltenango – Totonicapán (Guatemala), Mons. Mario Alberto Molina, reflexiona sobre la Palabra de Dios de este domingo 1 de marzo.
Hemos iniciado nuevamente, con la cuaresma, el camino hacia la pascua. Caminamos como el profeta Elías que caminó durante cuarenta días hacia el encuentro con Dios en el monte Horeb (1Re 19,8); como el pueblo de Israel caminó cuarenta años para entrar en la Tierra Prometida (Ex 16,35; Nm 14,33; 32,13; Dt 29,5). Estos cuarenta días de camino hacia la pascua son como un símbolo de nuestro camino en esta vida (de duración variada, según los años que Dios permite a cada uno vivir), hasta que nos encontremos definitivamente con el Señor para vivir en su presencia y gozar de Él para siempre. Cuaresma es la oportunidad anual de vivir en símbolo nuestra vida entera desde que salimos del pecado en el bautismo hasta que alcanzamos definitivamente a Dios en la gloria.
Cada año la cuaresma inicia con la imposición de la ceniza. La ceniza evoca que salimos del polvo y volveremos a él. “Recuerda que eres polvo y al polvo has de volver”. Pensar en que nos tendremos que morir no es ningún pensamiento morboso o enfermizo. Ese pensamiento nos ayuda a tomar conciencia de la fragilidad y transitoriedad de nuestra existencia. Ni nos hemos dado nosotros mismos la existencia, sino que la recibimos de Dios a través de nuestros padres; ni podremos al final, por nosotros mismos detener o vencer la muerte, sino que será la obra de Dios en nosotros la que nos permita sobrevivirla. Cuando recordamos que hemos de morir, confrontamos la gran pregunta acerca de lo que debemos hacer, de cómo debemos vivir, para que nuestra vida tenga sentido y consistencia, para que podamos recibir de Dios la plenitud que nos llenará de alegría. Para nosotros los creyentes en Cristo, el camino de la vida, cuando lo hemos vivido bien, acaba en la plenitud de Dios. Eso es lo que queremos recordar y vivir esta cuaresma.
En este primer domingo de cuaresma, la Iglesia nos propone la lectura del pasaje de las tentaciones de Jesús en el desierto. Los evangelistas Mateo, Marcos y Lucas sitúan este episodio inmediatamente después de que Jesús recibiera el bautismo en el Jordán. Jesús fue conducido por el Espíritu al desierto, para ser tentado por el demonio. Y allí estuvo cuarenta días. Estos son los cuarenta días que dieron origen a los cuarenta días de la cuaresma. El episodio de las tentaciones anticipa en cierto modo lo que será la vida entera de Jesús: un combate con Satanás hasta vencerlo con su muerte y resurrección. Por eso el episodio de las tentaciones de Jesús también revela otra dimensión de nuestra vida: el tiempo que vivimos son años de prueba. Constantemente tenemos que elegir, como Jesús, entre escuchar la insinuación de Satanás o acatar la voluntad de Dios en su Palabra.
Satanás pone a Jesús a prueba tres veces. En la primera y la segunda, Satanás lo incita a que demuestre su condición de Hijo de Dios, que acaba de ser proclamada en el bautismo, y utilice su poder para saciar su hambre o para hacer alarde de su condición divina. En las dos ocasiones, Jesús recusa a Satanás con una cita de la Escritura en las que reconoce la soberanía del Padre. El pan de cada día es necesario; pero no vivimos solo de pan; para ser felices necesitamos algo más que satisfacer nuestras necesidades temporales. Muchas veces creemos que si tuviéramos resueltas todas nuestras necesidades de comida, vivienda, vestido, salud, educación, trabajo ya seríamos felices; cuando Jesús responde y dice no solo de pan vive el hombre, sino también de toda palabra que sale de la boca de Dios, reconoce que sí, sí necesitamos el pan de cada día; pero no basta. Necesitamos también y con mayor urgencia encontrar luz para nuestra mente y para nuestros pasos en la obediencia a la Palabra de Dios.
Satanás también induce a Jesús a que demuestre su condición divina por medio de un espectáculo, lanzándose al vacío desde el tope del edificio más alto conocido en Jerusalén en aquel tiempo. Jesús rechaza la propuesta. Su vida y su identidad no van a adquirir consistencia a través del espectáculo, sino a través del respeto a Dios y de la obediencia a su Palabra: No tentarás al Señor, tu Dios. Jesús realizará milagros, pero nunca en beneficio propio. Nunca atraerá seguidores por medio de milagros, sino que hará milagros a favor de quienes ya creen en él. No podrás poner a prueba a Dios para ver si está o no está con contigo; sino que vivirás en actitud de fe y confianza. Es pretensión demoníaca pretender someter a Dios a nuestros intereses y ponerlo a nuestro servicio. Somos más bien nosotros los que debemos estar al servicio de Dios y confiar en Él siempre.
En la tercera prueba, la más grave de todas, Satanás ya no le pide a Jesús que demuestre su condición de Hijo de Dios con algún prodigio, sino le propone que rompa sus vínculos con Dios y se convierta en adorador suyo a cambio de obtener todo el poder posible en este mundo. Esta es quizá la tentación que más nos trastorna en el camino de nuestra vida. Fácilmente nos olvidamos de Dios pensando que sin Él podremos disfrutar de una libertad sin norma, de una riqueza sin ley y de un poder arbitrario. Jesús rechaza a Satanás con fuerza y violencia: Retírate Satanás, porque está escrito: “Adorarás al Señor, tu Dios, y a él solo servirás”. Y de esta victoria de Jesús sobre Satanás surge nuestra propia posibilidad de vencer con Jesús nuestras propias pruebas en el camino de la vida.
El relato de las tentaciones de Jesús es un relato que nos infunde esperanza. Jesús ya venció a Satanás y apoyados y sostenidos por él nosotros también podremos vencerlo y alcanzar así la meta de nuestro camino: la vida con Dios para siempre. Si por el pecado de un solo hombre, Adán, estableció la muerte su reinado, con mucha mayor razón reinarán en la vida, por un solo hombre, Jesucristo, aquellos que reciben la gracia sobre abundante que los hace justos. Así como por el pecado de un solo hombre, Adán, vino la condenación para todos, así por la justicia de un solo hombre, Jesucristo, ha venido, para todos, la justificación que da la vida. El “recuerda que eres polvo” del Miércoles de Ceniza; hoy se complementa con la llamada “conviértete y cree en el Evangelio”. Cristo es para ti el camino a la vida. Que cuaresma sea para ti, no solo camino de conversión, sino sobre todo camino de crecimiento en santidad y alegría al encuentro con Dios, para que celebres la pascua como anticipo de tu encuentro definitivo con Dios en el cielo.
Mons. Mario Alberto Molina OAR
Arzobispo de Los Altos, Quetzaltenango – Totonicapán (Guatemala)