El arzobispo agustino recoleto de Los Altos, Quetzaltenango – Totonicapán (Guatemala), Mons. Mario Alberto Molina, reflexiona sobre la Palabra de Dios de este domingo 22 de marzo.
Vamos a comenzar hoy nuestra reflexión dominical con el pasaje de la carta de san Pablo a los efesios. Les recuerda su modo de vida antes de que se hicieran cristianos y contrasta aquella época con la actual. Para hacer la comparación entre aquella forma de vida y la presente utiliza el contraste que se da entre las tinieblas y la luz: En otro tiempo ustedes fueron tinieblas, pero ahora, unidos al Señor, son luz. Vivan por tanto como hijos de la luz. San Pablo podría haber utilizado otras imágenes: antes ustedes caminaban a tientas, ahora caminan seguros y confiados; antes vivían en la ambigüedad, ahora viven en la claridad y lucidez. Antes caminaban sin rumbo; ahora saben de dónde vienen y hacia dónde van. Antes su vida transcurría en el temor y la insensatez; ahora viven seguros en el Señor y con la conciencia plena de sentido y de paz.
Los humanos venimos a este mundo sin un guión que prescriba nuestros actos. Los autores de guiones para películas o para obras de teatro crean sus personajes en su imaginación. Les crean su carácter y personalidad, describen las acciones que deben hacer y las palabras que deben decir. El actor o la actriz que va a dar vida a esos personajes simplemente debe identificarse con él y dar voz a sus palabras, poner por obra sus acciones. Los personajes de las películas y el teatro tienen su vida escrita de antemano y los actores que les dan vida simplemente siguen el guion prescrito. Nosotros, cuando nacemos, somos como actores que debemos dar vida a un personaje que somos nosotros mismos. Pero nadie ha escrito para nosotros el guion de lo que debemos hacer o decir. Nacemos con la tarea de crear nuestra propia personalidad, nuestra propia identidad. Somos como pasajeros que llegan a una terminal de autobuses sin saber a dónde quieren viajar. Tomamos decisiones equivocadas, otras veces acertamos, nos ponemos metas que después resultan ilusorias o frustrantes. Otras veces por ignorancia o maldad cometemos acciones que nos destruyen a nosotros mismos y a las personas con quienes tratamos. Vivimos como quien camina a tientas, sentimos la ambigüedad, y hacemos docenas de cosas para llenar el vacío interior y sentirnos bien. Andamos por la vida como ciegos de nacimiento, como el del evangelio.
Pero podemos pasar de las tinieblas a la luz, de la ceguera a la visión, de la ambigüedad a la claridad. Jesús y su Evangelio son para nosotros la fuente de esa luz. Por eso san Pablo nos invita al final de la lectura: Despierta tú que duermes; levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz. No es que Cristo escriba para nosotros el guion de nuestra vida. Pero nos da unas cuantas coordenadas que son como puntos de referencia que nos orientan para que podamos escribir nuestra biografía con las acciones de cada día. En Cristo sabemos que no hemos venido a este mundo por casualidad, sino que somos un pensamiento del amor de Dios. Si bien nuestro origen biológico lo debemos a nuestros padres, el misterio de nuestra identidad encuentra su fundamento en el amor con que Dios nos creó. Igualmente, Cristo nos da otra referencia en relación con el fin. Nos anuncia que la muerte no es el final, sino que, unidos a él por la fe y los sacramentos, la muerte, que pondrá fin a nuestra existencia en este mundo, se convertirá en puerta para alcanzar la vida con Dios para siempre. Cristo igualmente nos promete que, si los capítulos iniciales de nuestra historia nos han salido chuecos porque hemos tomado decisiones equivocadas, porque nos hemos hecho daño a nosotros y a nuestro prójimo; el amor de Dios saldrá a nuestro encuentro con la oferta de perdón y el don de su Espíritu para sostenernos de aquí adelante en las buenas obras. Cristo nos invita a vivir unidos a él y de allí en adelante nos instruye para que sabiendo de dónde venimos y hacia dónde vamos, vivamos con responsabilidad haciendo el bien y construyendo nuestra propia vida y la de nuestra comunidad con sentido y alegría. Los frutos que genera quien está lleno de la luz de Cristo, dice san Pablo, son la bondad, la santidad y la verdad. De allí su exhortación: busquen lo que es agradable al Señor y no tomen parte en las obras estériles de los que son tinieblas.
El episodio de la curación del ciego de nacimiento que hemos escuchado relata en figura cómo nosotros pasamos de la ceguera a la visión, de la tiniebla a la luz. El ciego nació así, ciego, porque todos venimos al mundo sin saber ni de dónde venimos ni para dónde vamos, y caminamos a tientas. Por eso Jesús dice que la ceguera del hombre no es la consecuencia de un pecado que hubiera cometido él o sus padres. Nació así para que se manifestaran las obras de Dios. Nacemos necesitados de Dios y mientras no lo reconozcamos caminamos por la vida dando tumbos y desorientados. Es necesario que yo haga las obras del que me envió. Mientras esté en el mundo, yo soy la luz del mundo.
Jesús cura al ciego untándole barro en los ojos con la orden de que después se enjuague en el agua de la piscina de Siloé. El evangelista explica que el nombre significa “Enviado”. Al evangelista le gusta hacer alusiones sin explicarlas. El “Enviado” es el Hijo, Jesús, enviado por el Padre como nuestro Salvador. Si el ciego recupera la vista bañándose en una piscina que se llama “Enviado”, eso significa que es el Hijo quien en el bautismo nos da la luz. El ciego recupera la vista como un regalo que no pidió.
De allí en adelante el ciego que ha vuelto a ver pasa por un interrogatorio, a través del cual va creciendo en la fe. Primero dice que no sabe dónde está Jesús, quien lo curó. Luego cuando se discute si Jesús viene o no viene de Dios, el ciego que ve explica que él cree que es un profeta. Luego se arma una gran discusión en la que intervienen incluso los padres del ciego quienes evitan comprometerse y dejan la responsabilidad de responder en el ciego que ve. El ciego lo ve claro: Si este hombre no viniera de Dios no tendría ningún poder. Por último, cuando lo expulsan de la sinagoga por reconocer que Jesús es el Mesías, Jesús vuelve a encontrarlo. ¿Crees tú en el Hijo del hombre?, le pregunta Jesús. Y ¿quién es, Señor, para que yo crea en él? Jesús le responde: Ya lo has visto; el que está hablando contigo. Ya lo has visto con tu mente y tu fe antes de verlo con tus ojos. Por eso el ciego que ve declara: Creo, Señor. Esta es la fe a la que nos invitan las lecturas. Cuando creemos en Jesús encontramos la luz para nuestros pasos y nuestra salvación.
Mons. Mario Alberto Molina OAR
Arzobispo de Los Altos, Quetzaltenango – Totonicapán (Guatemala)