El autor escribe en este artículo sobre los retos que supone el coronavirus para la sociedad, especialmente en México donde se encuentra.
Asombra cómo un microorganismo proveniente de China ha resquebrajado la economía, estrategias políticas y maneras de vivir en el mundo. Los medios de comunicación se han convertido en nuestros mejores aliados siempre y cuando limpiemos las recomendaciones de diversos personajes que nos comparten argumentos para sentirnos seguros.
En México, las medidas preventivas de confinamiento en casa, en algunas ciudades y pueblos no solo vienen por iniciativa de una pandemia, aquí las tenemos desde hace años. Salir a la calle supone arriesgar la vida. En el pasado febrero dos mil ochocientas cincuenta personas fueron asesinadas, un promedio de más de noventa y ocho víctimas por día, de las cuales más de diez eran mujeres y cuatro menores de edad, según los registros oficiales. Dichos registros oficiales, reportaron, además, noventa y cuatro secuestros y ochocientos ochenta y cuatro ataques con armas de fuego en ese mismo mes. Además, de las cinco mil doscientas treinta y nueve denuncias por delitos sexuales, entre ellas mil quinientas cincuenta y una por violación simple y equiparada, dos mil doscientas treinta y siete por abuso sexual y otras quinientas sesenta y cinco por acoso sexual, de acuerdo con los datos actualizados del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP).
El coronavirus llega al país azteca en una situación de crecimiento económico cero que afectará sobre todo a los más pobres. Les comparto estos datos al cierre de 2019: todas las modalidades de empleo informal sumaron 31.3 millones de personas que es un equivalente al 56.2% de la población ocupada. México es de los países latinoamericanos con más consumo de productos pirata. La globalización ha traído una complejidad que, en ocasiones lo legal e ilegal, se confunden o se evaden con facilidad.
Este nuevo microorganismo se llevará mucha gente como pasó con el H1N1 en el 2009… y la vida sigue. En el 2009, había en aquel momento una guerra sin cuartel contra el mundo del narcotráfico, hoy sigue existiendo pero con una estrategia diferente. El Banco Central observó todas las condiciones de mercado en ese tiempo para que no afectara a la subida y bajada de precios de la economía y así las expectativas de inflación de mediano y largo plazo permanecieran bien ancladas. Se tomaron unas medidas preventivas que pudieron controlar una caída económica brutal.
El coronavirus está sirviendo en la iglesia de México como termómetro para la unidad y la comunidad. El comunicado de mediados de marzo de la Conferencia episcopal mexicana me trajo a la mente las palabras del Papa Francisco en la Catedral de la Ciudad de México en 2016:
“Que las miradas de ustedes, reposadas siempre y solamente en Cristo, sean capaces de contribuir a la unidad de su Pueblo; de favorecer la reconciliación de sus diferencias y la integración de sus diversidades; de promover la solución de sus problemas endógenos; de recordar la medida alta que México puede alcanzar si aprende a pertenecerse a sí mismo antes que a otros; de ayudar a encontrar soluciones compartidas y sostenibles para sus miserias; de motivar a la entera Nación a no contentarse con menos de cuanto se espera del modo mexicano de habitar el mundo”.
Gracias a las obras sociales que tiene la iglesia mexicana podemos responder a esta pandemia que ha sorprendido a los que calculaban ganancias, llenaban agendas, y programaban su vida sin rostros concretos. El coronavirus nos ayuda a ser cercanos a través de la tecnología y nos está ayudando a una conversión integral en donde el más vulnerable tiene que ser el centro de nuestras atenciones. Las comunidades parroquiales cerraron sus templos, y nos seguimos encontrando con los fieles de la parroquia y de otros lugares a través de las redes sociales ya que cuando hay cariño vencemos las barreras de manera creativa. Una vez más los laicos nos muestran cómo se puede seguir siendo comunidad parroquial desde otro lugar y en otra versión.
El coronavirus nos hace valorar la presencia de los demás: del abrazo, del saludo de mano, y de la sana diferencia. Es tiempo de confinamiento, es un momento para pensar en ayudar cuando salgamos a la calle, de oración y planificación, de silencio y escucha. Este tiempo es de prevención para ayudar a la persona que no pudo despedir a su ser querido, aquel que su negocio quebró; es un tiempo para centrarnos en las familias que durante este tiempo han sufrido asesinatos, secuestros y abusos. Nuestro sistema de vida está roto y el coronavirus viene a recrear nuevas relaciones, a limpiar de ideologías nuestras comunidades, a ser sensibles ante las indiferencias, a denunciar las situaciones de abuso de poder que ponen en jaque mate a la Iglesia. Vuelvo a recordar al Papa Francisco en la catedral de la Ciudad de México en el año 2016:
“No se cansen en cambio de recordarle a su Pueblo cuánto son potentes las raíces antiguas, que han permitido la viva síntesis cristiana de comunión humana, cultural y espiritual que se forjó aquí. Recuerden que las alas de su Pueblo ya se han desplegado varias veces por encima de no pocas vicisitudes. Custodien la memoria del largo camino hasta ahora recorrido y sepan suscitar la esperanza de nuevas metas, porque el mañana será una tierra «rica de frutos» aunque nos plantee desafíos no indiferentes (cf. Nm 13,27-28).
No nos cansemos de hacer el bien, seamos personas que repartamos esperanza, esa es la otra cara del coronavirus.