Una palabra amiga

¿Qué significa ser santos?

El arzobispo agustino recoleto de Los Altos, Quetzaltenango – Totonicapán (Guatemala), Mons. Mario Alberto Molina, reflexiona sobre la Palabra de Dios de este domingo 1 de noviembre.

Este año el 1° de noviembre, solemnidad de todos los santos, cae domingo. En la ordenación de las celebraciones litúrgicas, esta solemnidad ocupa un rango superior al de un domingo del tiempo ordinario, y por eso ha desplazado la liturgia propia del domingo. Además, en Guatemala, la solemnidad de todos los santos es fiesta de precepto. Y aunque a causa de la pandemia, la obligación de santificar el domingo y las fiestas por la participación presencial en la misa está temporalmente suspendida, debemos santificar la fiesta de otro modo, y así dedicarle un tiempo a Dios. Hoy celebramos nuestro destino, el objetivo de nuestra vida, nuestra aspiración, realizada ya en los hermanos que han hecho su camino antes que nosotros. Dediquemos un tiempo a pensar en ello.

Hemos sido creados por Dios para ser santos; hemos aceptado la fe y el bautismo para ser santos; actuamos con responsabilidad moral cada día para ser santos. ¿Qué significa ser santos? El significado más básico y fundamental de ser santos es que somos pro-piedad de Dios, llevamos su sello y su marca. La santidad es, en primer lugar, algo que recibimos. Cuando Dios, a través del ministro de la Iglesia, invoca sobre nosotros su nombre en el bautismo, nos reconoce como hijos suyos. Cuando Dios, a través del obispo, nos consagra con el don de su Espíritu en la confirmación, nos sella como suyos. Cuando Dios, a través del sacramento de la eucaristía nos hace un solo cuerpo con Cristo, nos hace ofrenda y sacrificio para Él. Esta es la santidad que recibimos.

Pero hay un segundo significado y forma de la santidad. Esa es la santidad que resulta de nuestras acciones por las cuales manifestamos esa santidad que hemos recibido de Dios. Es la santidad que se expresa en primer lugar cuando con nuestra conducta y nuestras acciones transparentamos la principal cualidad por la que Dios manifiesta también su santidad: su amor y misericordia. Dios es amor y todo lo que hace a nuestro favor tiene su raíz en su amor por nosotros. Por eso toda nuestra conducta es santa cuando a través de ella expresamos nuestro amor al prójimo por medio de acciones constructivas. Los Diez Mandamientos, sobre todo cuando los entendemos de forma positiva, son una guía de santidad. Entendemos los mandamientos en forma positiva cuando el “no matarás” lo entendemos como: actúa siempre para favorecer la vida de tu prójimo, respeta su dignidad, ayúdalo en su necesidad. Entendemos el “no robarás” en forma positiva cuando nos ganamos el sustento de cada día con el trabajo, cuando a través del trabajo servimos a nuestro prójimo. Entendemos el “no cometerás adulterio” en forma positiva cuando nos esforzamos por construir familias que funcionan, cuando respetamos la institución de la familia y no la debilitamos con experimentos sociales de todo tipo, cuando respetamos la naturaleza propia de la sexualidad humana para su ejercicio honesto. Entendemos el “no darás falso testimonio” de forma positiva cuando nuestra palabra es siempre veraz y confiable, cuando actuamos con honestidad y transparencia en todo. Si actuamos así, nuestra conducta es santa, nos construimos en santidad y ayudamos a que también nuestra familia y nuestra sociedad crezca en santidad.

Los tres últimos papas, Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco han canonizado centenares de santos, más que todos los papas anteriores en veinte siglos. En cierto modo pareciera que han abaratado la santidad. Pero en realidad su intención era mostrarnos que ser santo no es ser raro, sino que ser santo es la vocación propia del cristiano y que muchos la alcanzan. Dios nos ha creado para llenarnos de sí, para que alcancemos en Él nuestra plenitud y nuestro gozo y alegría.

La primera lectura de hoy nos ofrece una visión del cielo. El vidente que escribe el libro del Apocalipsis ve delante del trono de Dios una multitud inmensa, incontable. Vi luego una muchedumbre tan grande, que nadie podía contarla. Eran individuos de todas las naciones y razas, de todos los pueblos y lenguas. Todos estaban de pie, delante del trono de Dios y del Cordero; iban vestidos con una túnica blanca; llevaban palmas en las manos. La santidad es gracia que muchos aceptan y hacen operativa, algunos incluso hasta derraman su sangre para dar testimonio de Jesús. La santidad es para todos, allí hay gente de todos los pueblos y naciones. La santidad de alegría plena, pues es vida ante Dios.

La primera enseñanza larga de Jesús en el evangelio según san Mateo comienza con la proclamación de las bienaventuranzas. Con ellas Jesús nos quiere dar una guía y una advertencia para que no nos perdamos. Todos deseamos alcanzar la plenitud y la felicidad, todos queremos que nuestra vida tenga sentido y valga las penas que cuesta vivirla. Pero nos ofuscamos. Pensamos que para alcanzar esa plenitud y felicidad hay que ser rico y tener muchas cosas, que no nos falte nada y no pasemos necesidad. Pero no, ese no es el camino de la felicidad. O pensamos que para alcanzar la plena felicidad hay que disfrutar de todas las cosas placenteras que hay en el mundo. Pero no, dice Jesús, ese tampoco es el camino para alcanzarla. O creemos que para ser felices todo el mundo debe estar a nuestros pies; debemos ser más poderosos y famosos que todos. Pero tampoco es ese el camino.

Los verdaderamente felices son los que tienen hambre y sed de justicia; los perseguidos por causa de la justicia. ¿Qué justicia es esa? La de Dios. Los que orientan toda su vida según la voluntad de Dios y están hasta dispuestos a ser perseguidos por querer ser fieles a Dios siempre, esos encuentran la verdadera felicidad. De ellos es el reino de los cielos. Esas dos bienaventuranzas son el núcleo y el centro de todas las demás, que se deben entender a su luz. Pon a Dios al centro de tu vida, y serás feliz y serás santo. Todo el que tenga puesta en Dios esta esperanza se purifica a sí mismo para ser tan puro como él. Y ya sabemos que, cuando él, Cristo, se manifieste, vamos a ser semejantes a él porque lo veremos tal cual es. Esa es la propuesta de Dios para nosotros. Ese es el camino de la santidad que él nos ofrece. ¿Lo tomas? ¿Lo rechazas? Es tu libre decisión. Dios no nos coacciona ni nos obliga, nos invita a ser santos, pertenecer a Él y vivir en su presencia.

Mons. Mario Alberto Molina OAR
Obispo de Los Altos, Quetzaltenango – Totonicapán (Guatemala)

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