El autor reflexiona en este artículo sobre los límites de la vida digital y cómo afectan las redes social a nuestra intimidad.
Lo íntimo hace referencia a la esfera de lo interior, lo secreto, lo reservado a nosotros mismos y, en cierto modo, define la verdad de lo que somos, sin apariencias. Es aquello que, como mucho, compartimos con las personas de más confianza. La intimidad forma parte necesaria de nuestras vidas y tendemos, por naturaleza, a protegerla de toda intromisión. Precisamente por eso, lo que alude a la intimidad de los otros es algo que nos llama la atención. Seguramente muchos recordaremos aquellos primeros reality show del estilo ‘Gran hermano’, en que nos sumergíamos 24 horas en la vida de personas desconocidas, con una cierta dosis de morbo y algo de curiosidad. Esa experiencia, llevada al extremo, es lo que reflejaba la película ‘El show de Truman’ (1998), traspasando todos los límites de la privacidad de una persona.
Ahora bien, el concepto de intimidad está cambiando en los últimos años. En 2001, el psiquiatra francés Serge Tisseron tomó prestado del filósofo Jacques Lacan el término ‘extimidad’. En ‘La intimidad sobreexpuesta’, define este concepto como “el movimiento que empuja a cada cual a mostrar una parte de su vida íntima, tanto física como psíquica”. De alguna forma, estamos asistiendo a un momento en que se está perdiendo el criterio de lo que es necesario guardarse y lo que se puede exponer en la esfera pública. Especialmente en redes sociales asistimos a infinitas escenas en que la gente, quizás sin conciencia de ello, abre su intimidad en canal para que terceras personas puedan ir allí y observar.
¿Será que este exponer nuestra intimidad, intercambiarla con los demás es algo que nos gusta? Quizás en ello resida uno de los secretos del éxito de las redes sociales, que se han convertido en una buena manera de enseñar lo que quieres de tu vida a los demás o de saber qué hacen otras personas, a modo de ventana indiscreta desde la que se puede mirar sin ser visto. No obstante, toda esta nueva situación de exposición de la intimidad a través de nuestra vida digital se está produciendo con algunas carencias. La primera de ellas es la falta de formación en el uso de la tecnología y nociones mínimas de ciberseguridad, que da lugar a un sinfín de problemas. Por otro lado, una ausencia manifiesta de supervisión, especialmente en lo referente a la vida de los menores (grooming, ciberbullying, sexting, etc.). Y, en tercer lugar, en muchos casos, se está degenerando en comportamientos adictivos que pueden llegar a hacer tambalear las bases de las relaciones y la convivencia, convirtiendo la tecnología en un fin y no en un medio. No se trata de algo sólo achacable a las jóvenes generaciones sino que, en multitud de ocasiones, encontramos personas adultas sin criterio alguno a la hora de publicar contenidos o enviar compulsivamente mensajes en los grupos de WhatsApp.
Antes de publicar mensajes o fotos en redes sociales o plataformas digitales todos deberíamos hacernos dos preguntas: ¿pondría este mensaje o imagen en un tablón de anuncios donde todo el mundo pudiera verlos? ¿Podría arrepentirme alguna vez de esto que estoy publicando? Por muchas medidas de seguridad o controles de privacidad que queramos implementar, lo que publicamos en internet, de alguna forma, se convierte en patrimonio común. Lo que se sube a Internet, se queda en Internet, con consecuencias aún desconocidas para el futuro.
Todo ello nos lleva a una reflexión más profunda sobre lo que somos y la imagen que damos en nuestra vida digital. ¿Somos lo que mostramos? ¿Queremos mostrar lo que somos? ¿Cuál es la identificación de nuestro yo real y nuestro perfil digital?
Quizás el concepto de intimidad esté hoy día necesitado de mayor profundidad y de una mirada desde la interioridad. Y, para eso, qué mejor recurso que el genio de san Agustín. No hay que salir fuera “vuelve a ti mismo. La verdad habita en lo más íntimo del hombre” (De vera religione 39, 72). “Porque Tú estabas más dentro de mí que lo más íntimo de mí, y más alto que lo supremo de mi ser” (Confesiones III, 6, 11). ¿No nos estará faltando esta mirada trascendente para reconducir la importancia de la intimidad en el mundo actual?
La vida digital ofrece posibilidades nunca antes contempladas, pero tiene su lugar como un medio, como parte de nuestras vidas, no como un fin y esencia de nuestro ser.
Antonio Carrón OAR