El autor reflexiona sobre la idea agustiniana de ‘corazón inquieto’ y qué significa en la actualidad ese modo de vida.
“Señor, Tú, nos has hecho para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti” (San Agustín, Confesiones, I.1.1.)
En el libro de las Confesiones, san Agustín a sus 43 años y luego de una larga vida de búsqueda de plenitud, felicidad, sentido u otro término que podamos agregar, descubre una verdad humana que se expresa con el término de ‘corazón inquieto’ y que describe el deseo de cada uno de nosotros por encontrar algo que nos llene y dé sentido o plenitud a nuestra vida. Y eso que tanto buscamos no es otra cosa que Dios.
Ahora bien, podría comenzar a realizar un análisis teológico del sentido de corazón inquieto, pero me gustaría hablar más de lo que significa para mí tener un corazón inquieto, y para ello me centraré en dos palabras: búsqueda e innovación. Suena familiar decir que, tener un ‘corazón inquieto’ es ser una persona en constante búsqueda. Pero ¿qué busca una persona con un corazón inquieto? La respuesta es sencilla aunque su proceso no, vivir en plenitud. Vivir con el deseo de ir obteniendo momentos de alegría que dan sentido a nuestra vida; es decir, saber reconocer que la propia vida es un proceso que muy a pesar de las dificultades y las alegrías que ofrece, no se estanca, y si lo hace, es porque hemos decidido morir en vida.
Quedarse a la espera de que las cosas sigan su rumbo sin que vayamos un poco más allá de lo que pide la propia existencia, conformarnos con vivir tranquilos, “en paz.” Buscar la paz interior puede resultar atractivo e incluso necesario, pero querer vivir en el monte Tabor no es exactamente lo que nos pide el Señor, hay que bajar de nuevo. Por eso búsqueda es movimiento, salida de muchas de las comodidades que nos dan seguridad, pero que nos roban la creatividad y el deseo de crecer.
Ese mismo deseo de crecer y creatividad, van estrechamente ligados al otro término que propongo, innovar. Innovar no solo busca hacer cambios a las dinámicas ya establecidas, sino que intenta llenar con creatividad y alegría lo ya existente. Por eso, un corazón inquieto, como bien lo dice dicho adjetivo, no está “tranquilo” esperando que todo suceda o deseando que las cosas caigan por su peso, sino que lo impulsa a salir de lo conocido, a decir como Jesús: vayamos a las ciudades vecinas, para que predique también allí, porque para esto he venido (Mc 1, 38).
Por tanto, para mí, corazón inquieto es buscar lo que más nos llena en la vida, buscar nuestra vocación y también innovar, es decir, crear espacios de encuentro donde quienes nos ven o escuchen puedan encontrar vida y alegría en el mensaje de Cristo.
¡Vive con un corazón inquieto y la vida será un regocijo de momentos felices!
Alberto Valecillos OAR