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La oración de Jesús al Padre

Mons. Mario Alberto Molina nos presenta para este domingo su reflexión sobre el cap. 17 del Evangelio de san Juan. Es un texto que aparece poco en la liturgia porque está previsto para el 7º Domingo de Pascua que coincide con la Solemnidad de la Asunción, por lo que se trata de una oportunidad para profundizar en él.

Hoy comienza la sexta semana de pascua. El jueves de esta semana se cumplirán cuarenta días desde el domingo de resurrección. Según el testimonio de san Lucas en los Hechos de los Apóstoles, Jesús ascendió al cielo el día cuarenta y tradicionalmente la solemnidad de la Ascensión del Señor se celebraba este jueves. En algunos lugares todavía es así. Pero en otros muchos, la solemnidad de la Ascensión se traslada al domingo séptimo de pascua. Es nuestro caso. Eso significa que nunca celebramos la liturgia propia de ese domingo. Y así nunca leemos los pasajes del capítulo 17 del evangelio según san Juan que la Iglesia asigna para ese domingo. Sin embargo, para no perder esa riqueza, la Iglesia permite que, en este sexto domingo, en vez de las lecturas propias del sexto domingo, se puedan leer la segunda lectura y el evangelio asignados al séptimo domingo. Es lo que hemos hecho en esta misa. Por eso quienes estén siguiendo esta celebración con un misal se pueden sentir perdidos pues lo que hemos leído en esta misa no corresponde a lo que tienen impreso en sus publicaciones. Por eso era necesaria esta explicación introductoria.

El capítulo 17 del evangelio según san Juan es una gran oración de Jesús al Padre. Después de todas las enseñanzas a sus discípulos en los capítulos 14, 15 y 16, Jesús se dirige directamente a su Padre Dios. Pide por sus discípulos, los que están allí con él en ese momento y todos los que vendrán después. Es la oración en la que Jesús pide por nosotros. Los evangelios dan testimonio de que Jesús pasaba ratos largos en oración; algunas veces los evangelios registran la oración de Jesús. De todas sus oraciones, esta del capítulo 17 de san Juan es la más larga. Hoy solo hemos escuchado un fragmento, los versículos del 11 al 19. ¿Qué pide Jesús en esta parte de su oración?

En primer lugar, pide al Padre que nos cuide. Padre santo, cuida en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno como nosotros. El cuidado que Dios debe tener de nosotros es que nos mantengamos en unidad con Dios y con Jesucristo; que no venga el Maligno a crear división. Y este es un peligro constante, también en nuestros días. Quizá no aquí en Guatemala, pero en otros países pueden ocurrir divisiones feas. Confiemos en que la oración de Jesús al Padre fortalecerá la unidad. Es una unidad posible gracias a que participamos del Espíritu Santo que es también el vínculo de unidad entre el Padre y el Hijo. Jesús pide al Padre que permanezcamos en comunión con Él. Esta unidad espiritual tiene su manifestación visible en la unidad de la Iglesia, en la unidad de caridad y de fe entre los creyentes. Jesús dice que mientras vivió su vida mortal, él se ocupó de que sus discípulos se mantuvieran unidos, para que nadie se perdiera. Pero aun así se perdió el que tenía que perderse, es decir, Judas, el traidor. Por lo tanto, Jesús pide por nuestra unidad en Dios y con Dios. Ese es el propósito de nuestra vocación cristiana, la razón de ser de la Iglesia: lograr la unidad de cada creyente con Dios y desde nuestra unidad en Dios lograr la unidad de los creyentes entre sí; y no solo eso, sino lograr también la unidad de toda la humanidad. Es lo que afirma la Constitución dogmática sobre la Iglesia del Concilio Vaticano II en su primer párrafo (cf. Lumen gentium, 1).

Luego Jesús declara que hace esta oración en voz alta delante de sus discípulos antes de morir, mientras todavía está en el mundo, para que mi gozo llegue a su plenitud en ellos. Saber que Jesús ora por nosotros, no solo entonces, sino todavía hoy, nos llena de esperanza, de alegría, de confianza. Jesús está en el cielo, pero no se olvida de nosotros en la tierra. Y la oración de Jesús por nosotros es todavía más importante porque hay un con- traste, dice él, entre el mundo y nosotros los creyentes. Yo les he entregado tu palabra y el mundo los odia, porque no son del mundo, como yo tampoco soy del mundo. No te pido que los saques del mundo, sino que los libres del mal. Hay varios modos como se realiza ese contraste y hasta oposición entre los creyentes y el mundo. En primer lugar, está nuestra esperanza. Para nosotros esta vida temporal, este mundo en que vivimos es una realidad transitoria; no tenemos aquí nuestra morada definitiva. Nuestra meta es Dios; nuestra patria es el cielo; la realidad permanente está al final.

Esto no significa que despreciamos este mundo, pues nos hacemos idóneos para alcanzar las realidades definitivas viviendo aquí y ahora con responsabilidad moral, tratando de ordenar estas realidades temporales según Dios. Pero, en segundo lugar, se da un contraste entre los creyentes y el mundo cuando la cultura, las costumbres, las instituciones no tienen sentido cristiano o si lo tuvieron, lo pierden. La corrupción en los negocios y el gobierno, la ideología de género, el intento de inventar nuevas formas de matrimonio y familia, la promoción del aborto y la eutanasia, la idea de que este mundo es lo único que hay son signos de que nuestra cultura va en contraste con el cristianismo. Hay quienes dicen que hay que modificar el evangelio para adaptarlo a los cambios culturales. Lo escuchamos hoy muy fuerte en Alemania. Pero eso no lo enseñó Jesús. Si permanecemos fieles al evangelio vamos a entrar en un choque cultural que nos costará cárceles y la vida. Ya lo dijo Jesús. Algo así vivieron los creyentes de los tres primeros siglos. Un autor de aquella época escribió una obra que se conoce como la Carta a Diogneto. En ella dice que los cristianos viven en casas como los demás, trabajan como los demás, son ciudadanos como los demás; pero tienen unas normas de conducta que contrastan con la moral vigente; se casan como los demás, pero no abortan a sus hijos como es la costumbre; viven en este mundo, pero esperan el cielo. Y por ese contraste son perseguidos, hostigados y matados.

Creo que nos acercamos a unos tiempos como aquellos. Por eso Jesús pide por nosotros.
La segunda petición de Jesús al Padre es santifícalos en la verdad. Tu palabra es la verdad. Así como tú me enviaste al mundo, así los envío yo también al mundo. Yo me santifico a mí mismo por ellos, para que también ellos sean santificados en la verdad. La verdad en la que nos debemos santificar es Jesús, Palabra de Dios. Jesús pide que su santidad pase a nosotros, que la salvación que él logró para sí, la compartamos también nosotros. Nos envía al mundo como testigos de la esperanza y del amor de Dios. Que se cumpla pues en nosotros la oración de Jesús y alcancemos con él la salvación de Dios.

Mons. Mario Alberto Molina, OAR

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