Siglos después de que San Agustín escribiera Las Confesiones, los jóvenes continúan apasionándose con su testimonio de vida y de conversión.
La vida de San Agustín sigue resonando en las vidas y corazones inquietos que buscan la Verdad. Entre sus muchos escritos que nos ha dejado tenemos ‘Las Confesiones’, en las que confiesa sus pecados, sus vanidades y vicios que desde la infancia venía cometiendo, pero después de su encuentro, cara a cara, con Dios se analiza y da gracias a Dios por lo que ha obrado en él, porque ese corazón inquieto encontró descanso en Dios.
Las confesiones causa inquietud, también, en los jóvenes, porque quieren leer de primera mano las palabras de San Agustín, quieren conocer su vida contada por él mismo y ver al Agustín humano, pecador, rebelde, buscador intrépido de la Verdad; pero sobre todo, quieren ver la obra de Dios en la vida de este gran santo. Matías Montiel y Jonathan Sciutto, dos jóvenes de la Jar, de Mar de Plata, el primero; y de Asunción y San Andrés, Buenos Aires, el segundo, nos comparten su experiencia de haberse sumergido en la lectura y reflexión de ‘Las confesiones’ de nuestro Padre San Agustín.
Aunque no siempre se logra navegar por los escritos de San Agustín en el primer intento. “A mis 23 años, en el año 2017, me adentré en mi segundo intento de leer las Confesiones de San Agustín. El primero había sido unos años atrás, a los 17, a causa de una actividad escolar que no logró motivarme a superar las primeras páginas. En este segundo intento, la motivación venía desde dentro, estaba viviendo mi segundo año de formación religiosa, discerniendo mi camino vocacional, y creí que era necesario conocer cómo san Agustín había transitado su vida y vocación para así entender mejor la mía”, comenta Jonathan. Mientras que Matías empezó a leer Las confesiones y se demoró casi un año: “Lo empecé a leer y me estuvo acompañando casi por un año. Me dijeron que lo leyese despacio, pero soy un poco ansioso y al principio empecé leyendo muchísimo, pero di un parón. Ahora en la cuarentena me puse a leer varios libros de San Agustín, entre ellos, terminé de leer las confesiones. Quedé maravillado por el sentido de aprender, conocer y entender mucho más a San Agustín”.
“Es distinto cuando uno lee de primera mano las palabras de San Agustín. Porque yo conocía varias cosas por retiros o actividades, pero leer de primera a Nuestro Padre San Agustín es maravilloso”, manifiesta Matías. Adentrarse en los escritos de Agustín no siempre es fácil o puede causar cierto temor iniciar la lectura de sus obras, pero “inicié el libro (Las confesiones) con mucho miedo ya que no quería caer en la misma situación que aquella primera vez”, aclara Sciutto. Pero “sin apresurarme sino encomendando ese deseo a Dios, rumiando y discerniéndolo, leía dos o tres capítulo por día para luego interiorizarlos en los momentos de espiritualidad comunitaria. Cada palabra de Agustín repercutía en mi corazón, sentía que me lo contaba íntimamente como un amigo, abriendo de par en par su mente y su corazón en cada detalle, reflejando muy bien en el escrito su sed, su búsqueda, sus anhelos, sus pasiones y sentimientos, pero sobre todo su estilo comunitario”, añade Jonathan.
En este escrito uno puede ver muchas cosas como “cuando habla de su vida al comienzo y cómo puede relacionarlo con la Sagrada Escritura, cómo también hace para reconocer la presencia de Dios en cada uno de los ámbitos de su vida en el tiempo cuando él no estaba con Dios. Aunque él mismo dice, ‘Tú estabas conmigo y yo no estaba’”, acata Montiel. O también sentirse apasionado leyendo cada capítulo que “recuerdo cómo lloré junto a Mónica en sus tristezas y sonreí por su alegría en Casiciaco y Ostia; también el haber llorado con Agustín en el huerto, transitando los capítulos de su conversión; además, me sentí acompañado en el corazón por Alipio, que no nos dejaba solos y así comprendí mejor la manera en la que Agustín decidió vivir entrega, en compañía de los hermanos”, enfatiza Sciutto.
Las confesiones sigue calando en el corazón de los jóvenes e interpelando la vida de cada uno de ellos ante Dios. “Es para ponerme a pensar esas cosas, en el sentido en que tengo que reconocer la presencia de Dios en cada una de las fases de mi vida cuando yo estaba con Él o no estaba con Él, como en el contexto de la cuarentena de no poder asistir a iglesia presencialmente, la dificultad con los encuentros virtuales, fue lo que profundizó muchísimo y caló hondo para ir viviendo esa espiritualidad”, comenta Matías.
“Las Confesiones es una lectura fundamental en mi vida, siempre vuelvo a ella en momentos de inquietudes de fe o cuando doy clases. En ella encontré un Agustín que, mediante su escrito, se ha hermanado con todos al abrir de par en par su corazón”, reconoce Jonathan. También se puede apreciar la fraternidad de Agustín con sus amigos, es como ver “la magnífica obra de la relación que él tenía con sus amigos, esa relación tan grande de hermandad y comunidad que se vive también en la orden, San Agustín lo vivía así: que una amistad es un alma en dos cuerpos”, describe Montiel.
A pesar de que “algunos arguyen que es un libro difícil de leer, creo que es a causa de lo que él ha puesto allí. Adentrarse no es algo sencillo, sino, como en el corazón de todo hermano, hay que descalzarse y acercarse junto a la razón que llevó a escribirlo: el Amor”, finaliza Sciutto. Así, los jóvenes que sienten la inquietud y, al mismo tiempo, temor de adentrarse a navegar en los escritos de San Agustín se encuentran con esa experiencia de Dios en la vida del obispo de Hipona. Y en Las confesiones ven a un ser humano que analiza su vida pasada desde Dios y con Dios, porque encontró a Dios o, mejor dicho, se dejó abrazar el corazón con las llamas del amor de Dios.
Augusto Uriarte OAR
Artículo publicado en el Anuario OAR 2020