Celebramos un año más la Jornada mundial de la Vida Consagrada. En esta fecha, seguimos preguntándonos sobre nuestra identidad: ¿Cuál es nuestra realidad somos, si somos vida religiosa o vida consagrada? No pocas veces manifestamos que somos religiosos, por nuestra forma de vivir día a día. Hay también hermanos laicos que viven de una manera religiosa, porque se han tomado en serio la vida cristiana; otras veces decimos que somos consagrados, ya que por medio de los votos nos hemos consagrado. Mas los laicos por el bautismo son también consagrados. Se mantiene, pues, después del Vaticano II el debate sobre el particular.
El Concilio Vaticano II, en Decreto Perfectae caritatis nº1, utiliza la expresión ‘vida consagrada’ en vez de ‘vida religiosa’, en sentido teológico: la persona se consagra por medio de los consejos evangélicos, y como tal es reconocido por la Iglesia. Este término se toma en sentido analógico y, según la naturaleza propia de cada forma de vida consagrada, se distingue por especificidad, por su misión y carisma. Sabemos que los laicos están consagrados por el bautismo, pero los religiosos son consagrados, y se destaca la profesión religiosa emitida de una manera pública.
A la hora de ver si somos vida religiosa o vida consagrada, debemos poner preferentemente el acento en el término vida, una vida cuyo adjetivo (consagrada) no puede ser inversamente proporcional al sustantivo.
Muchas veces nos preocupa más destacar la forma del religioso, porque pensamos que ser religioso se reduce a la modalidad o expresión externa: soy religioso, porque todos los días llevo el atuendo religioso u otro símbolo que me identifica como tal. Con todo, no podemos reducir nuestra vida consagrada únicamente a lo externo, sino que hemos de ir a lo más profundo de nuestra consagración religiosa por medio de los consejos evangélicos. En realidad, nos preocupamos muchas veces por ser religioso o consagrado según modelos de conducta formados a lo largo de los siglos, que nos han llevado a ser prisioneros de ello y de sus temores, terminando por preocuparse más por ser “religiosa” que por ser “vida”.
Hoy pensamos que ser religioso se concreta solo en llevar el hábito u otro símbolo religioso. No obstante, considero que debemos de ir buscando juntos una nueva forma de vivir como religioso, una nueva forma de permanecer en la historia que realmente sirva para vivir y dar vida a la humanidad.
Ciertamente, lo que pretendemos hoy es destacar más el sustantivo vida, en vez de religiosa o consagrada. Una vida que no se mide por el número de obras y monumentos, sino por expresiones de vitalidad, como una forma gozosa de amor expresada al convertirnos en hermanos, hermanas, padres, madres de otras personas; formados para ser, en cierta medida, “maestros de la sabiduría del corazón”. Jesús nos ha dicho: He venido para que tengan vida y para dar vida.
Nuestra vida consagrada lo que persigue es dar vida. Nuestra consagración es en favor del otro, para los demás; no es para mí mismo, es para el Otro y para los otros. Nuestra consagración es, en realidad, una forma de dar vida, es ir morir a uno mismo. En este sentido, evocamos las palabras del evangelio: Si el grano de trigo muere, da mucho fruto; o sea: si no morimos a nosotros mismos, no podemos dar vida. Recordemos en esta línea las palabras de Jesús: Nadie tiene mayor amor que quien da la vida por los que ama. El que entrega su vida por los demás, ama de veras, se olvida de su propio interés y de su propia seguridad, y lucha por una vida digna y libre para todos. Esto es lo esencial de nuestra vida consagrada. Muchas veces la hemos olvidado o minusvalorado, por reducirla a forma o estructura. Nos atañe hoy a los futuros consagrados y a todos los ya consagrados imprimirle el auténtico sentido a la consagración, y eso nos lleva a morir cada día, y a convencernos de que nosotros no somos el referente. El referente es Jesús, y si nosotros no recorremos el camino de san Juan —morir a nosotros mismos, para que Jesús crezca— seguiremos viviendo una vida consagrada vana, acomodada que se aleja a los criterios del evangelio.
En definitiva, hermano, destaquemos el sustantivo vida, porque donde hay un religioso consagrado hay vida, y la vida surge paradójicamente dando nuestra propia vida para los demás: el consagrado que piensan en su comodidad, en su bienestar, en su complacencia, olvidándose de los demás no podrá dar vida, y la propia será estéril, en expresión agustiniana: “en ti debe haber una fuente, nunca un depósito, de donde se pueda dar algo, no donde se acumule” (S. 101, 6), nuestra mejor expresión como religiosos no es simplemente una profesión, una misión o una tarea que hacer, sino que es una experiencia de vida evangélica.
Wilmer Moyetones OAR