Una palabra amiga

Escucha la voz del Señor

Vivimos un año más el tiempo de Cuaresma, semanas que nos regala la madre Iglesia y Dios para renovar la actitud de escucha a la voz divina, y ver por dónde anda nuestra vida de hijos de Dios e hijos de la Iglesia.

La Cuaresma es tiempo adecuado para percibir la voz de Dios, expresada a través de la Palabra de Dios que día a día leemos y escuchamos. Hay también, sin embargo, otras voces que con frecuencia nos desvían del camino; se dan circunstancias que nos invitan a cambiar la ruta, a buscar metas que no coinciden con el proyecto que Dios nos ha señalado.

A lo largo de este tiempo litúrgico recitamos al comienzo del Oficio divino: Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: ‘No endurezcáis vuestro corazón’. Es una exhortación que ciertamente nos ayuda a escuchar la auténtica voz de Dios; y no solo a escucharla, sino a poner en práctica lo que nos dice, para que no nos suceda como a nuestros antepasados —el pueblo de Israel—, quienes escuchaban esa voz del cielo, pero no llegaba a sus corazones; o sea, por la obstinación y el predominio de su voluntad torcida desdeñaban los mandatos divinos. El propio Jesús abunda en esta misma idea: Por tanto, quien oye estas palabras y las pone en práctica es como un hombre prudente que construyó su casa sobre la roca”. (Mt 7,24). El apóstol Santiago nos dice: no vale escuchar, sino que a de llevar a la  práctica lo escuchado: Poned por obra la Palabra y no os contentéis solo con oírla, engañándoos a vosotros mismos (Sat 1, 22).

Toda la Sagrada Escritura está impregnada de esta idea por parte de Dios, quien nos va exhortando no solo a escuchar, sino llevar a la práctica las indicaciones de esa voz que nos guía a la Jerusalén de arriba. La Cuaresma nos ayuda a completar la etapa pasajera, y alcanzar Pascua definitiva junto a Dios. Es más, nos va llevando a no separarnos de Él. Nos recuerda el pacto que Dios ha sellado con el Pueblo elegido, y quiere mantenerse fiel a tal promesa, a este pacto. Nosotros,  sin embargo, no pocas veces somos infieles a esa alianza de Dios Padre.

Cuando repasamos los textos bíblicos, encontramos relatos como este: Ya habéis visto lo que he hecho con los egipcios, y cómo a vosotros os he llevado sobre alas de águila y os he traído a mí. Ahora, pues, si de veras escucháis mi voz y guardáis mi alianza, vosotros seréis mi propiedad personal entre todos los pueblos, porque mía es toda la tierra; seréis para mí un reino de sacerdotes y una nación santa.» Estas son las palabras que has de decir a los hijos de Israel.

Somos propiedad de Dios, le pertenecemos solamente a Él. Mas nosotros hemos hecho oídos sordos o, mejor, hemos escuchados otras voces que nos alejan de este pacto firme. Somos propiedad de Él, formamos parte de su rebaño; de ahí,  a afirmación de Jesús: También tengo otras ovejas, que no son de este redil; también a esas las tengo que guiar, y escucharán mi voz; y habrá un solo rebaño, un solo pastor. Hemos de oír la voz de Dios, no endurecer los corazones; tenemos que escuchar la autentica voz para poder actuar de acuerdo con los planes de Dios.

Algunas veces nos es posible preguntar cómo se escucha la voz de Dios entre tantas enfermedades, dolor, sufrimiento, guerra; por todas esas desgracias, parece haberse silenciado la voz del cielo. Necesitamos, pues, el silencio, y de este modo poder escuchar esa voz nítida de Dios, ya que estos ruidos y tumultos de la vida no nos dejan percibir la voz de Dios. Por ello, la Iglesia nos brinda este tiempo maravilloso de mayor silencio, austeridad, concentración… En la liturgia eucarística se destacan estos aspectos que facilitan  la percepción de la voz de Dios.

El silencio, efectivamente, contribuye a escuchar mejor a Dios, y además el Señor también nos escucha a nosotros. No perdamos de vista que el Señor escucha nuestras voces siempre que lo invoquemos. Que la Cuaresma sea ese tiempo propicio para escuchar a Dios, y para que Él reciba nuestras palabras. Brevemente: permanezcamos en dialogo y oración con Él, y de este modo realicemos ese «paso» definitivo que nos coloque junto a Él. Que no nos conduzcamos como el Pueblo de Israel, el cual en medio de tantas vicisitudes, con muchísima frecuencia, fue incapaz de percibir la voz del cielo.

Atravesamos en estos momentos por situaciones tristes que pueden dificultar o  impedir la escucha de la voz de Dios.  Por tanto, el silencio, la sobriedad, el retiro cuaresmal han de contribuir a percibir con claridad esa gran VOZ de Dios, que nos carga sobre sus hombros para que permanezcamos siempre a su lado.

Wilmer Moyetones OAR

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