Bautismo del Señor. Mt 3,13-17

Bautismo del Señor. Mt 3,13-17

Invocación al Espíritu Santo

Invocamos al Espíritu Santo con las palabras de san Agustín

¡Ven Espíritu Santo, por quien se santifica toda alma piadosa que cree en Cristo para hacerse ciudadano de la ciudad de Dios! (en. Ps. 45, 8) Ven Espíritu Santo, haz que recibamos las mociones de Dios, pon en nosotros tu fuego, ilumínanos y elévanos hacia Dios (s. 128, 4).

Lectio

Con un corazón bien dispuesto, con serenidad, lee sin prisa las siguientes palabras, degustándolas y dejándote impactar por ellas:

En aquel tiempo, fue Jesús de Galilea al Jordán y se presentó a Juan para que lo bautizara.

Pero Juan intentaba disuadirlo, diciéndole:

-«Soy yo el que necesito que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí?»

Jesús le contestó:

-«Déjalo ahora. Está bien que cumplamos así todo lo que Dios quiere. »

Entonces Juan se lo permitió. Apenas se bautizó Jesús, salió del agua; se abrió el cielo y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él. Y vino una voz del cielo que decía-

-«Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto.»

Meditatio

Meditemos ahora con el comentario de san Agustín sobre estas palabras del evangelio según san Mateo:

«Así, pues, Juan fue enviado delante para bautizar al Señor humilde. El Señor quiso ser bautizado por humildad, no porque tuviese alguna iniquidad. ¿Por qué fue bautizado Cristo el Señor? ¿Por qué fue bautizado Cristo el Señor, el Hijo unigénito de Dios? Investiga por qué nació, y entonces hallarás por qué fue bautizado. Allí encontrarás la vía de la humildad, que no puedes emprender con pie soberbio; vía que, si no pisas con pie humilde, no podrás llegar a la excelsitud a la que conduce. Quien descendió por ti fue bautizado por ti. Advierte cuan pequeño se hizo a pesar de ser tan grande: Quien, existiendo en la forma de Dios, no juzgó una rapiña el ser igual a Dios. La igualdad del Hijo con el Padre no era rapiña, sino naturaleza. En Juan sí hubiese sido una rapiña el querer ser considerado como el Cristo. Por tanto, no juzgó una rapiña el ser igual a Dios. Sin que fuera resultado de una rapiña, era coeterno con el eterno, de quien había nacido. Sin embargo, se anonadó a sí mismo, tomando la forma de siervo, es decir, tomando la forma de hombre. Quien, existiendo en la forma de Dios, se anonadó a sí mismo tomando la forma de siervo. Asumió lo que no era sin perder lo que era. Permaneciendo Dios, asumió al hombre. Tomó la forma de siervo, y se hizo Dios—hombre aquel por quien en su ser divino fue hecho el hombre. Considerad, pues, qué majestad, qué poder, qué grandeza, qué igualdad con el Padre; llegó hasta revestirse por nosotros de la forma servil; advierte también la vía de la humildad enseñada por tan gran maestro. Más digno de mención es que haya querido hacerse hombre que su voluntad de ser bautizado por un hombre.» (s. 292, 3.).

(…) Nos percatamos que, junto al río Jordán, se nos presenta nuestro Dios en su ser trinitario. Llegó Jesús y fue bautizado por Juan, el Señor por su siervo, acción que tenía por objeto darnos ejemplo de humildad. En efecto, cuando, al decirle Juan: Soy yo quien debe ser bautizado por ti y ¿tú vienes a mí?, respondió: Deja eso ahora; que se cumpla toda justicia, manifestó que es en la humildad donde se cumple la justicia. Así, pues, una vez bautizado, se abrieron los cielos y descendió sobre él el Espíritu Santo en forma de paloma; luego siguió una voz de lo alto: Este es mi Hijo amado, en quien me he sentido complacido. Aquí tenemos, pues, la Trinidad con una cierta distinción de las personas: en la voz, al Padre; en el hombre, al Hijo; en la paloma, al Espíritu Santo. Ciertamente [solo] era necesario recordarlo, pues verlo es facilísimo. Con toda evidencia, por tanto, y sin lugar a escrúpulo de duda, se propone esta Trinidad, puesto que Cristo mismo, el Señor, que viene hasta Juan en la condición de siervo, es ciertamente el Hijo; no puede decirse que es el Padre o el Espíritu Santo. Vino –dice– Jesús: ciertamente el Hijo de Dios. Respecto a la paloma, ¿quién puede dudar?, o ¿quién hay que diga: «Qué es la paloma», cuando el evangelio mismo lo atestigua clarísimamente: Descendió sobre él el Espíritu Santo en forma de paloma? Igualmente, en cuanto a la voz, tampoco existe duda alguna de que sea la del Padre, puesto que dice: Tú eres mi Hijo. Tenemos, pues, la Trinidad con la distinción [de personas] (s. 52, 1).

Oratio

Oremos ahora desde lo profundo de nuestro corazón con el texto. Te sugiero las siguientes frases y preguntas que pueden despertar en ti el diálogo con Dios y, a la vez, suscitar afectos y sentimientos en tu diálogo con Dios. No pases a otra frase o pregunta si todavía puedes seguir dialogando con Dios en alguna de ellas. No se trata de agotar esta lista, sino de ayudarte a orar con aquellos puntos que se ajusten más a tu experiencia personal:

  1. «Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto» (Mt 3, 17).

*¿Qué significa que Cristo sea el hijo predilecto y amado del Padre?

* Desde nuestro bautismo somos hijos de Dios ¿Cómo puedes aplicar estas palabras del evangelio a tu propia vida (ser un hijo predilecto y amado del Padre)?

2. «Si no pisas con pie humilde el camino de la humildad, no podrás llegar a la excelsitud a la que conduce» (s. 292, 3).

*¿Por qué es necesaria la humildad en tu vida?

* ¿Cómo podrías ser más humilde?

Contemplatio

Te propongo algunos puntos de contemplación interior afectiva. Una vez más, no hace falta que los sigas todos, sino que escojas el que se ajuste más a tu experiencia personal:

  1. Contempla a Cristo bajando al río para ser bautizado. Contempla su humildad. Pide que puedas ser tú también humilde.
  2. Contempla cómo Dios pronuncia las palabras: «Este es mi hijo, el amado, mi predilecto», sobre Cristo, pero también sobre ti. Verifica qué sentimientos y afectos se suscitan en tu interior al escuchar interiormente estas palabras pronunciadas sobre ti.

Communicatio

Piensa en todo lo que puedes compartir con los que te rodean de la experiencia que has tenido de Dios, particularmente lo relativo a ser hijo amado y predilecto del Padre. Pueden ayudarte, como una guía, los siguientes puntos para compartir con tu comunidad la experiencia de lectio diuina sobre  este texto:

*¿Qué he descubierto de Dios y de mí mismo en este momento de oración?

*¿Cómo puedo, en estos momentos de mi vida, aplicar este texto de la Escritura? ¿Qué luces me da? ¿Qué retos me plantea?

*¿A qué me compromete concretamente este texto de la Escritura en mi vida espiritual, en mi vida de comunidad?

*¿Cuál ha sido mi sentimiento predominante en este momento de oración?

Oración final de san Agustín

Vueltos hacia el Señor

«¿Qué es el bautismo de Cristo? El baño de agua y la palabra. Quita el agua, y no hay bautismo; quita la palabra, y tampoco hay bautismo»  (Io. eu. tr. 15, 4)


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