Su conversión fue radical. En adelante, consagró toda su vida a la penitencia, a las obras de caridad y a la oración. Vivió a la sombra de monasterios agustinos, de los que se alejaba apenas se percataba de que las monjas le guardaban atenciones particulares. En 1457 inició una larga peregrinación que debería haberla conducido a Asís, Roma y el Santo Sepulcro. Pero a su paso por Espoleto murió en olor de santidad, sellada con abundantes milagros. Sus restos mortales se conservan en Spoleto, en la antigua iglesia agustina de San Nicolás, Gregorio XVI confirmó su culto en el año 1834.
En la vida de la beata Cristina brillan con sin igual esplendor la fuerza de la gracia y el espíritu de conversión.