En julio de 1936 tuvo que abandonar el convento buscando refugio en casa de su madre. En ella se hallaban ya recogidas sus tres hermanas capuchinas y todas juntas hicieron durante unos meses vida auténticamente monástica, guardando la clausura, rezando el oficio divino y respetando las horas de silencio y recogimiento. El 19 de octubre de ese mismo año un grupo de milicianos se presentó en la casa para llevarse a las religiosas. Su madre no quiso separarse de sus hijas, y todas juntas fueron encerradas en el convento cisterciense de Fons Salutis, convertido en cárcel. El día 25 de octubre, fiesta de Cristo Rey, las cargaron en un camión y a la entrada de Alcira las fusilaron una tras otra. Los milicianos habían pensado comenzar con la madre, pero ésta deseó alentar a sus hijas y rogó a los verdugos que comenzaran con sus hijas y luego podrían seguir con ella.
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