Pero deseoso de permanecer fiel a su profesión religiosa, renunció al oficio de inspector de las escuelas elementales del distrito de Trento y huyó a Bolonia, en los Estados Pontificios. A la autoridad civil, que solicitaba su regreso, respondió: «No me pediría usted eso si conociera la fuerza de los sagrados lazos que unen a los religiosos con Dios, el Rey de Reyes, a quien al pie del altar he jurado fidelidad perpetua con los votos más sagrados».
Fue un excelente maestro de novicios. Los últimos años de su vida los consagró al ministerio parroquial en Genazzano, donde murió de peste, contraída mientras asistía a sus parroquianos. Fue beatificado por Pío X en 1904.
Sus reliquias continúan expuestas a la veneración de los fieles en el santuario de la Virgen del Buen Consejo, en Genazzano.
El beato Esteban nos ha dejado como herencia espiritual una fidelidad inquebrantable a la vocación agustiniana, un profundo amor a los jóvenes, especialmente a los más pobres, y una tierna devoción a la Virgen.