Fue predicador famoso y uno de los mejores maestros espirituales en la Italia de su tiempo. Su doctrina, expuesta en multitud de escritos, ejerció un gran influjo. Promotor de la sencillez de vida y de la abnegación evangélica, rehuyó cargos, títulos y prelaturas. Su sinceridad le llevó a censurar ásperamente toda doblez y reticencia. Y su espíritu de obediencia, a la que ensalzó por encima de cualquier otra virtud, a excepción de la caridad, le convirtió en un apóstol incansable, a pesar de que su natural le empujaba a la soledad y a la contemplación. «La obediencia de la Orden» y «la comunidad de amor cordial con los hermanos» sostuvieron su vocación en medio de mil pruebas. El hilo conductor de su vida fue el deseo de formar a Cristo en todos los hombres. Murió en Roma o en Florencia, según otros, durante la peste negra de 1348. Sus restos se conservan en la iglesia de Santa Rita en Casia. Gregorio XVI confirmó su culto en 1833.
Los rasgos más salientes de su santidad fueron el amor a la contemplación, la sencillez evangélica, el espíritu de obediencia y la constante aspiración a superar lo bueno con lo mejor.