Domingo II de Adviento. Jn 1, 29-34
Invocación al Espíritu Santo
Invocamos al Espíritu Santo con las palabras de san Agustín
¡Ven Espíritu Santo, por quien se santifica toda alma piadosa que cree en Cristo para hacerse ciudadano de la ciudad de Dios! (en. Ps. 45, 8) Ven Espíritu Santo, haz que recibamos las mociones de Dios, pon en nosotros tu fuego, ilumínanos y elévanos hacia Dios (s. 128, 4).
Lectio
un corazón bien dispuesto, con serenidad, lee sin prisa las siguientes palabras, degustándolas y dejándote impactar por ellas:
En aquel tiempo, al ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclamó: «-Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Éste es aquel de quien yo dije: “Detrás de mí viene un hombre que está por delante de mí, porque existía antes que yo. Yo no lo conocía, pero he salido a bautizar con agua, para que sea manifestado a Israel
Y Juan dio este testimonio diciendo: «-He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma, y se posó sobre él.
Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: “Aquel sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ese es el que ha de bautizar con Espíritu Santo”. Y yo lo he visto, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios».
Meditatio
Meditemos ahora con el comentario de san Agustín sobre estas palabras del evangelio según san Juan:
« Esto sucedió en Betania, al otro lado del Jordán, donde estaba Juan bautizando. Al día siguiente vio Juan venir a Jesús hacia él y dijo: He aquí el Cordero de Dios, he aquí el que quita el pecado del mundo. Nadie se arrogue y diga que él retira el pecado del mundo. Atended ya contra qué soberbios estiraba Juan el dedo. Aún no habían nacido los herejes y ya eran delatados. Desde el río clamaba entonces contra esos contra los que ahora clama desde el evangelio. Viene Jesús, y aquél ¿qué dice? He aquí el Cordero de Dios. Si un cordero es inocente, Juan es también cordero. ¿O acaso no es inocente también él? ¿Pero quién será inocente? ¿Y hasta qué punto? Todos vienen del mugrón y del linaje sobre los que David cantaba con gemidos: Yo fui concebido en medio de iniquidad, y entre pecados me alimentó mi madre en el útero. Cordero, pues, es sólo aquel que no ha venido así, pues no fue concebido en medio de iniquidad, porque no fue concebido a partir de la condición mortal; tampoco entre pecados alimentó su madre en el útero a ese que concibió virgen y virgen parió, porque lo concibió por la fe y por la fe lo recibió. He aquí, pues, el Cordero de Dios. Ése no tiene de Adán la culpa; de Adán tomó sólo la carne, no asumió el pecado. Quien de nuestra masa no asumió el pecado, ése es el que quita nuestro pecado. He aquí el Cordero de Dios, he aquí el que quita el pecado del mundo.
Atienda un poco Vuestra Caridad. ¿Cuándo conoció Juan a Cristo? Fue enviado, en efecto, a bautizar con agua. Y surge la pregunta: ¿para qué? Para que fuese manifestado a Israel, dijo. ¿Para qué sirvió el bautismo de Juan? Hermanos míos, si hubiera servido de algo, subsistiría incluso en este momento, los hombres se bautizarían con el bautismo de Juan y así vendrían al bautismo de Cristo. Pero ¿qué dice? Para que fuese manifestado a Israel. Esto es, vino a bautizar con agua, para que Cristo fuese manifestado a Israel mismo, al pueblo de Israel. Recibió Juan el ministerio del bautismo con agua de penitencia, para preparar el camino al Señor, cuando el Señor no existía. Pero, cuando el Señor se dio a conocer, superfluamente se le preparaba el camino, porque él se hizo el Camino para quienes le conocieron; así pues, no duró mucho el bautismo de Juan. Pero ¿cómo se manifestó el Señor? En condición baja, para que, por eso, Juan recibiera el bautismo con que sería bautizado el Señor en persona (Io. eu. tr. 4, 10-11).
Oratio
Oremos ahora desde lo profundo de nuestro corazón con el texto. Te sugiero las siguientes frases y preguntas que pueden despertar en ti el diálogo con Dios y, a la vez, suscitar afectos y sentimientos en tu diálogo con Dios. No pases a otra frase o pregunta si todavía puedes seguir dialogando con Dios en alguna de ellas. No se trata de agotar esta lista, sino de ayudarte a orar con aquellos puntos que se ajusten más a tu experiencia personal:
a. « Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» (Jn 1, 29).
*¿Sabes reconocer la presencia salvadora de Cristo en tu vida?
* ¿Qué testimonio das de Cristo ante los demás?
b. «Detrás de mí viene un hombre que está por delante de mí, porque existía antes que yo» (Jn 1, 30).
*¿Por qué debe estar Cristo siempre delante de ti?
*¿Qué importancia tiene la humildad y la obediencia en tu vida?
Ora con la frase: «Jesús, mi camino, guíame» (Io. eu. tr. 4, 10-11)
Contemplatio
Te propongo algunos puntos de contemplación interior afectiva. Una vez más, no hace falta que los sigas todos, sino que escojas el que se ajuste más a tu experiencia personal:
- Contempla a Juan el Bautista señalando a Cristo entre los que acudían a que él los bautizara. Contempla la humildad y la valentía de Juan el Bautista al dar testimonio de Jesús.
- Contempla cómo en el momento del bautismo, el Espíritu Santo desciende sobre Jesús. Siente también cómo el Espíritu que descendió a tu corazón el día de tu bautismo se renueva en este momento de contemplación. Contempla y acoge a este huésped divino.
Communicatio
Piensa en todo lo que puedes compartir con los que te rodean de la experiencia que has tenido de Dios, particularmente lo relativo a dar testimonio de Cristo y dejarte llenar de su Espíritu. Pueden ayudarte, como una guía, los siguientes puntos para compartir con tu comunidad la experiencia de lectio diuina sobre este texto:
*¿Qué he descubierto de Dios y de mí mismo en este momento de oración?
*¿Cómo puedo, en estos momentos de mi vida, aplicar este texto de la Escritura? ¿Qué luces me da? ¿Qué retos me plantea?
*¿A qué me compromete concretamente este texto de la Escritura en mi vida espiritual, en mi vida de comunidad?
*¿Cuál ha sido mi sentimiento predominante en este momento de oración?
Oración final de san Agustín
Vueltos hacia el Señor
Vueltos hacia el Señor, Dios Padre omnipotente, démosle con puro corazón, en cuanto nos lo permite nuestra pequeñez, las más rendidas y sinceras gracias, pidiendo con todas nuestras fuerzas a su particular bondad, que se digne oír nuestras plegarias según su beneplácito, y que aparte con su poder al enemigo de todos nuestros pensamientos y obras; que acreciente nuestra fe, gobierne nuestra mente, nos dé pensamientos espirituales y nos lleve a su felicidad, por su Hijo Jesucristo, Señor nuestro, que con Él vive y reina, Dios, en unidad del Espíritu Santo, por todos los siglos de los siglos. Amén. (en. Ps. 150, 8)
«Cristo, pues, quiso ser bautizado en agua por Juan, no para borrar alguna iniquidad suya, sino para dar un gran ejemplo de humildad…» (ench. 49, 14)