El cuerpo, por su propio peso, va a su centro. No precisamente hacia abajo, sino a su lugar propio. El fuego se dirige hacia arriba; la piedra, hacia abajo. El aceite, derramado debajo del agua, sube y se pone encima; el agua que se echa sobre el aceite se pone debajo de él. Siguen la ley de su gravedad, van a sus centros. Si no están ordenados del todo, andan inquietos; cuando se ordenan, reposan.
Conf. 13, 9.