La experiencia de rezar junto a 4.000 jóvenes de decenas de países diferentes, compartir la sencillez de vida, alabar a Dios junto a otras confesiones cristianas, así como el espíritu de unidad, perdón y paz que se respira en Taizé, ha llenado los corazones de los jóvenes recoletos para continuar con su compromiso agustiniano de fe. Porque en Taizé explican con claridad que esta experiencia espiritual tan fuerte es algo pasajero. Taizé es un alto en el camino, una fuente para refrescarse y volver a la realidad del día a día renovados. Es el compromiso que los participantes en esta Pascua 2010 tomaron como propio. “De Taizé… a la vida”.
Signo de unidad
Hoy la comunidad de Taizé reúne a unos cien hermanos, católicos y de diversos orígenes protestantes, procedentes de más de treinta naciones. Por su existencia misma, la comunidad es un signo concreto de reconciliación entre cristianos divididos y pueblos separados. Los hermanos viven de su propio trabajo. No aceptan ningún donativo. Tampoco aceptan para sí mismos sus propias herencias, sino que la comunidad hace donación de ellas a los más pobres.
Con el paso de los años, cada vez más jóvenes de todos los continentes acuden a Taizé para participar en los encuentros. Con el paso de los años, cada vez más jóvenes de todos los continentes acuden a Taizé para participar en los encuentros. Las hermanas de San Andrés -comunidad católica internacional fundada hace más de siete siglos-, las hermanas ursulinas polacas y las hermanas de San Vicente de Paul se encargan de una parte de las tareas de acogida de los jóvenes.
También los hombres de Iglesia visitan Taizé. Así, la comunidad ha recibido al papa Juan Pablo II, a tres arzobispos de Canterbury, a metropolitas ortodoxos, a los catorce obispos luteranos de Suecia y a numerosos pastores del mundo entero.