P.- Cuando le nombraron obispo en 1991 usted estaba inmerso en una gran actividad apostólica en la archidiócesis de Manaos. ¿Por qué decidió llevar monjas contemplativas a Tianguá?
R.- Cuando me ordenaron obispo, yo me propuse ayudar a construir una Iglesia que diera gran valor a los ministerios y a los carismas. Y por ese camino hemos ido y vamos. Completar el monasterio de Nuestra Señora de Guadalupe, de Guaraciaba, supone para mí la realización de un sueño. Un sueño que no es sólo personal; es eclesial.
P.- ¿Qué otros ministerios y carismas está potenciando en su diócesis?
R.- En cuanto a los ministerios, la iglesia de Tianguá se va remozando. En estos 20 años, hemos ordenado 21 sacerdotes diocesanos. Y, últimamente, nos preocupamos también del ministerio diaconal, de diáconos permanentes. Pero también juzgamos importantísimos los ministerios no ordenados, propios de los seglares. Hemos intentado desarrollar cuatro ministerios no ordenados: el de la palabra, para el culto dominical; el de la sagrada comunión, destinada sobre todo a los enfermos, pero también a las comunidades; el del bautismo, en principio reservado a religiosas en las áreas misioneras; el de la coordinación pastoral, ofrecida también a las religiosas que coordinan las áreas misioneras.
Y aún debo añadir que estamos estudiando otros dos ministerios no ordenados: el de la catequesis, con referencia a la iniciación cristiana; y el del anuncio misionero, llevado a cabo por personas disponibles para misiones populares o algo semejante, dentro de la misión continental proclamada por Aparecida.
P.- ¿Dentro de esa visión de la Iglesia, ¿qué lugar le concede a la vida religiosa?
R.- La Iglesia no la forman sólo los ministerios. Tiene también una parte carismática: los dones especiales, representados por las congregaciones religiosas de todo tipo y por los grupos de laicos que viven una especial espiritualidad. En ese sentido carismático, yo me he esforzado por implantar en la diócesis congregaciones que tengan la misión en su horizonte. En todos estos años, he conseguido introducir siete u ocho congregaciones que venían a trabajar en la inserción, en medio del pueblo. Lo he hecho, incluso, con contrato público establecido entre la diócesis y la congregación.
P.- ¿Y la vida agustino-recoleta contemplativa?
R.- Al comienzo era especialmente necesaria la vida apostólica. Pero no podía dejar de lado la parte contemplativa, que quería presente en la construcción de la iglesia local como un elemento fundante en la vida de la Iglesia. Eso se lo repetí desde el principio a nuestras hermanas. La comunidad de agustinas recoletas sabe que su compromiso es con la Iglesia local. A ellas les corresponde levantar la bandera de la espiritualidad necesaria en todo apostolado.
Y el pueblo, por su parte, comienza a entender que el monasterio no es sólo morada de las monjas, sino lugar de espiritualidad. En su iglesia se están teniendo ya retiros: de catequistas, de jóvenes de confirmación, de matrimonios…
P.- Las monjas que fundan Guaraciaba venían de un pequeño pueblo muy apartado en la geografía mexicana: ¿cómo han asimilado el cambio?
R.- Ciertamente, ellas en Ahuacatlán no tenían mayor contacto con la actividad pastoral de la Iglesia local. Pero una cosa que desde el principio han tenido claro es que debían hacer un cierto trabajo de encarnación en la realidad brasileña, con conocimiento y trato de las personas. Y eso las monjas lo han asumido, y están abiertas a las necesidades y la realidad de la diócesis.
Un buen ejemplo es la novena que hacen a su patrona, la Virgen de Guadalupe. Tiene de particular que cada día es una comunidad de base la que se encarga de la liturgia del día, llevando sus lectores, cantores, músicos… Las monjas acogen a las comunidades y programan con ellas.