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El papa Francisco presenta a san Agustín y a santa Mónica como modelos de “corazón inquieto” y entregado a los demás

El pasado 28 de agosto estaba prevista la inauguración en Roma del 184º Capítulo General Ordinario de la Orden de San Agustín, al que estaban convocados 90 representantes de los casi 3000 religiosos que componen esta Orden mendicante, nacida en Italia el año 1256. Lo que no estaba programado era que la inauguración la presidiera el Papa. Sin embargo, en uno de sus gestos imprevistos, y por primera vez en sus cinco meses de pontificado, Francisco aceptó presidir la eucaristía de apertura. Eucaristía, junto con vísperas, que tuvo lugar en un lugar de especial significación, como es la basílica llamada de los santos Trifón y Agustín en el Campo Marzio.

“Santa Mónica, cansada de escucharme”

Esta iglesia, ubicada en las inmediaciones de la plaza Navona de Roma, más que por sus connotaciones artísticas, es en este caso relevante por ser el templo de la que durante 400 años (siglos XV-XIX) fue Casa Central de la Orden agustiniana. Y lo es especialmente porque desde el año 1430 acoge los restos de santa Mónica, la madre de san Agustín. Puede decirse que ha sido ella la que ha llevado al papa Francisco a presidir este día la misa en San Agustín. Siendo cardenal solía hospedarse en las proximidades y pasaba con frecuencia a visitar a la Santa. Él mismo lo ha manifestado con una de sus frases eficaces: “Santa Mónica tiene que estar cansada de escucharme, por las muchas veces que entré a rezar ante su tumba”. Y, una vez más, terminada la misa, pasó unos minutos en oración ante los restos de la madre de san Agustín.

“Nuestro corazón está inquieto”

La homilía del papa Francisco fue toda ella una glosa de la que sin duda es la frase más conocida de san Agustín, en las Confesiones: “Señor, Tú nos hiciste para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”. Durante unos quince minutos, el Pontífice se dedicó a escrutar el término “inquietud”, tratando de ver cómo la vivió Agustín y cuál recomienda el Santo al hombre de hoy.

Primero abordó el Papa la inquietud en el sentido de búsqueda espiritual. Hizo ver cómo Agustín fue un auténtico triunfador en el plano profesional, aunque no por ello abandonó la búsqueda en el sentido más profundo: “su corazón no está adormilado; mejor dicho, no está anestesiado por las cosas, por el éxito, por el poder. Agustín no se cierra en sí mismo; no se apoltrona, sigue buscando la verdad, el sentido de la vida”. De esta forma, Agustín descubre que Dios lo estaba esperando. Y el Papa hace la aplicación: el ejemplo de Agustín interpela al hombre moderno, que muchas veces tiene un corazón atrofiado y cerrado a Dios.

Justamente la inquietud es lo que lleva a Agustín al encuentro con Dios. De esta forma descubre un Dios cercano, “más dentro de mí que yo mismo”. Pero tampoco se para ahí: no se limita a regodearse en Dios, como quien ya ha llegado. Agustín sigue caminando. La inquietud se le convierte en deseo de conocerlo cada vez mejor y darlo a conocer a los demás. No es lo que habría hecho por su gusto, pero la inquietud del amor le lleva a aceptar ser obispo y pastor “con olor a oveja”. “El tesoro de Agustín es justamente esta actitud de salir siempre hacia Dios, salir siempre hacia las ovejas”. Y su ejemplo le lleva al Papa a interpelar a cuantos le escuchan: “¿Me he acomodado en mi vida cristiana, en mi vida sacerdotal, en mi vida religiosa o de comunidad, o conservo la fuerza de la inquietud para con Dios , para con su Palabra, que me lleva hacia fuera, a los demás?”.

La tercera inquietud que analiza Francisco es la del amor. “Al hablar esto dice no puedo no mirar a la madre”. Mónica, como tantas madres hoy, lloran el alejamiento de los hijos. A todas ellas se dirige Francisco: “No perdáis la esperanza de la gracia de Dios”. Y, en Mónica, las elogia a todas: “Mujer inquieta era esta mujer. Agustín es heredero de Mónica: de ella recibe el germen de la inquietud”. A ésta llama Francisco la inquietud del amor, que lleva a buscar sin parar el bien del hermano de carne y hueso. Y, una vez más, Francisco plantea el interrogante: “¿Nos dejamos inquietar por sus necesidades o permanecemos cerrados en nosotros mismos, en nuestras comunidades, que muchas veces son para nosotros ‘comodidades’ (comunidad–comodidad)”. Y pone el dedo en la llaga: “Con dolor pienso en los consagrados que no son fecundos, que son solterones. La inquietud del amor nos regala el don de la fecundidad espiritual, y nosotros debemos preguntarnos cómo va mi fecundidad espiritual, cómo va mi fecundidad pastoral.”

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