La situación de necesidad, conflicto y opresión se agudiza en Venezuela. Las noticias que me llegan desde allí son preocupantes. “La dificultad para adquirir los alimentos básicos y medicamentos continúa. Esto es un factor para que la desnutrición infantil aumente, para que familias enteras hurguen entre la basura buscando algo para saciar el hambre. También es alarmante la cifra de personas que mueren por falta de medicinas. El empobrecimiento de nuestro pueblo ha sido escandaloso. Una inflación galopante de hasta tres cifras que se devora el poco salario que puede recibir un trabajador normal. Las cifras de personas que emigran del país son alarmantes”.
Ante esta situación me siento impotente. Me surgen mil preguntas: ¿Cómo ser solidarios y alentar la esperanza de la gente sencilla que pasa necesidad pero rechaza la violencia, la corrupción y la delincuencia? ¿Cómo llegar al corazón de los que con su poder y sus armas reprimen con violencia y someten a un pueblo que quiere justicia, libertad y paz? ¿Cómo denunciar la mentira –consciente y deliberada– de aquellos que dentro y fuera de Venezuela dicen lo que no ocurre, y dan una información partidista al servicio de líderes políticos y de poderes económicos corruptos y corruptores? ¿Cómo puede estar tan empobrecido un país tan rico en recursos naturales?.
¿Todo depende del color del cristal con que se mira?. Me gustaría regalar espejos y gafas graduadas de objetividad, para que cada uno viéramos, sin miopías ni miedos, la verdad, la verdadera y cruda realidad.
Una situación tan dramática no debe desalentarnos. Como cristiano, creo que el mal puede vencerse con el bien. Me vienen a la memoria aquellas palabras del Concilio: “los desequilibrios que fatigan al mundo moderno están conectados con ese otro desequilibrio fundamental que hunde sus raíces en el corazón humano” (GS 10). Desde la fe en Jesús, quisiera apelar al fondo bueno de toda persona para superar la codicia y el afán de poder. Pido a todos respetar la dignidad y la vida de las personas, especialmente de los que sufren la pobreza. No basta con dar subsidios para vivir. Es necesario trabajar por la justicia y dialogar. Para dialogar hay que abrir el corazón al otro. ¿Cómo hablar de dialogo con tanques y encarcelamientos?. El diálogo hay que apoyarlo en la “no-violencia”, en el “sí a la justicia, a la paz y al progreso humano”.
Me uno a los obispos que desean caminar con el pueblo venezolano y que con valentía han levantado su voz profética: “Los clamores de mi pueblo se oyen en todo el país” (Jer 8,13) “Hacemos nuestros los clamores de la gente que se siente golpeada por el hambre, la falta de garantías para la salud, la difícil adquisición de medicinas y la inseguridad en todos los sentidos… A todos los miembros de la Iglesia y personas de buena voluntad les invitamos a hacer realidad la opción preferencial por los más pobres y excluidos. Además de sostener con la oración, la reflexión y otras iniciativas todo esfuerzo para la salida de la crisis, les pedimos manifestar la solidaridad con quienes pasan hambre, necesidad y desconsuelo”
Al ver como los jóvenes se plantan desarmados ante los tanques, miro al cielo y pido al Señor por este pueblo. El grito de los pobres llega a Dios, como toca también al corazón de cuantos creen que la verdad nos hace libres y trabajan por la paz. Os invito a todos a ser solidarios y a unir nuestra oración por Venezuela.