El tercer número del programa de Formación Permanente de la Orden de Agustinos Recoletos de 2018 recoge la continua referencia que hacen las Escritura a la vocación, discernimiento y llamada de Dios a seguirle. El artículo ha sido realizado por el agustino recoleto Andrés Zambrano Rodríguez
La llamada de Dios al hombre y su vocación es algo que está presente en la Biblia. No obstante, es una visión que pasa desapercibida al leer las Escritura. ¿Cómo llamó Dios a los patriarcas de la Iglesia? En el tercer artículo del programa de Formación Permanente OAR 2018, el agustino recoletos Andrés Zambrano recoge los testimonios vocacionales que aparecen en el Antiguo y el Nuevo Testamento.
«La llamada que Dios hace al hombre de la Biblia es, en cierta forma, una teofanía; porque revela el deseo irrefrenable de Dios por manifestarse al ser humano permitiéndole aproximarse a su misterio», indica el autor al inicio del extenso artículo en el que expresa la llamada vocacional que Dios hace a todo hombre, siempre con libertad en el discernimiento de la persona: «La libre iniciativa de Dios para elegir y llamar implica también la libre respuesta del hombre. Dios puede insistir de múltiples formas si el mensaje es crucial para la vida y realización del sujeto o si la misión que le va a confiar favorece a una comunidad determinada. Sin embargo, la decisión final le corresponde al hombre».
Comenzando por el primer libro de la Escritura, el Génesis y la creación de Adán y Eva ‘a imagen y semejanza de Dios’, el agustino recoleto afirma que «se puede concluir (…) que la primera vocación de toda persona radica en descubrir su identidad más profunda: ser la única imagen de Dios al interno del mundo natural».
En el mismo libro del Génesis dice Andrés Zambrano que «nos encontramos ante la primera llamada particular de Dios a un personaje con nombre propio, familia y nacionalidad». Se trata de Abraham, patriarca de la Iglesia a quien «Dios le pide, de un momento a otro y sin previo aviso, iniciar un viaje». «La vocación de Abraham -dice- se convierte en un desafío. Iniciar el camino lo saca de sus seguridades establecidas y de la monotonía de su vida. La orden de Dios le ofrece la posibilidad de adentrarse en una aventura de libertad interior, de redescubrirse verdaderamente. Asumir el riesgo y poner los pies en el sendero es un elemento necesario e inherente a todo llamado que Dios hace».
«Es importante anotar que el Señor no pretende llevar al hombre a situaciones de dolor por capricho o a aquellas otras que superen sus fuerzas. Dios no obliga a nadie. Si elige a una persona y aquella, en su libre albedrío, decide dar marcha atrás, no la fuerza, deja que retorne. Pero muy sutilmente, en más de una ocasión, le recordará que el haber desistido tal vez no era la opción correcta y siempre tendrá la oportunidad de reemprender el camino», dice sobre Moisés y su vocación.
En el Nuevo Testamento, donde aparecen las vocaciones de los doce apóstoles, «quien toma la iniciativa de llamar es Jesús», según explica: «Hay un proceso detallado y unas exigencias concretas. La primera novedad que aparece tan pronto se abren las primeras páginas de los sinópticos es un elemento esencial a la vocación: el seguimiento de Jesús como requisito indispensable y no negociable, pues no es la imitación la que determina la relación con Cristo, sino el estar dispuesto a seguirlo sin esperar nada a cambio y sin ninguna restricción».
De todo, destaca la libertad. «Jesús la respeta al máximo y pretende que cada uno de los que lo siguen sea auténticamente libre. Para ello deben conocer a Jesús, que es la manifestación plena de la libertad interior». Sobre la Virgen María, dice que «es el prototipo de la nueva forma de ser discípulo: aquellos que no solo reciben y transmiten un mensaje, sino que hacen presente al Revelador».
«Toda persona que ha sido elegida y llamada por Dios a un estado de vida determinado debe despojarse totalmente de ataduras, miedos, angustias, y fiarse de la Palabra del Señor, redescubrir su identidad, que con los años puede refundirse en algún pliegue de la personalidad, seguir y adherirse con fuerza a Jesús para poder llegar a dar verdadero testimonio de él», concluye.