El agustino recoleto Antonio Carrón reflexiona en este artículo sobre el encuentro de los obispos acerca de los abusos sexuales y sobre el buen trato
Durante los últimos años se está destapando una lamentable situación que, por muy diversas circunstancias, ha estado silenciada durante demasiado tiempo. Es el caso de los abusos en el contexto de las parejas, en el contexto familiar, en el contexto laboral, abusos en el contexto deportivo, con los ancianos, en la industria del cine o de la música, o los abominables abusos perpetrados por clérigos en el seno de la Iglesia Católica y en otras confesiones religiosas. Es rara la semana en la que no aparecen nuevos casos de la denominada violencia de género, situaciones de bullying en centros educativos u otras violencias en diferentes contextos. En octubre de 2017 se popularizó el movimiento #MeToo como una forma de denunciar las agresiones y el acoso sexual a raíz de las acusaciones de abuso sexual contra el productor de cine y ejecutivo estadounidense Harvey Weinstein. Años antes -en 2002- el periódico estadounidense Boston Globe destapaba multitud de casos de encubrimiento de abusos sexuales a menores cometidos por clérigos, cuya historia fue llevada al cine en la película Spootlight.
Y la pregunta que surge al hilo de todas estas situaciones es, ¿no existían antes casos de este tipo? ¿Por qué no lo sabíamos? ¿Es que estábamos ciegos? ¿Cómo ha podido la dinámica del encubrimiento llegar tan lejos? Ante preguntas como éstas podrían ofrecerse múltiples y variadas respuestas que son muy importantes para evitar que se vuelvan a producir casos similares: abuso de poder, deformaciones en el concepto de autoridad, secretismo, falta de rendición de cuentas, verdaderos sistemas de encubrimiento perfectamente organizados, etc. Pero en esta reflexión no nos interesa tanto la explicación del hecho en sí, sino más bien cómo a partir de todo este sufrimiento, de todas estas situaciones de dolor, podemos proyectar una visión positiva para el presente y para el futuro. Es lo que podríamos denominar un compromiso renovado con el buen trato.
Asistimos hoy a múltiples situaciones de violencia: física, psicológica, sexual, emocional, individual, colectiva, directa, indirecta o estructural entre otras. Y la llamada que todas estas diferentes formas de violencia nos está haciendo es a un cambio que debe orquestarse en nuestro mundo globalizado en todas las dimensiones de la sociedad. Algunos pasos concretos podrían ser: pasar del grito al diálogo; pasar la agresión y el golpe a la reflexión; pasar de la amenaza a la enseñanza; pasar de la discusión a la conversación; pasar del abuso de poder a la razonada convicción con argumentos; pasar del abuso sexual al respeto por la persona; pasar del encubrimiento a la trasparencia. Y estos primeros pasos para el cambio tienen varios escenarios primordiales: la familia, la escuela y la Iglesia. Estos tres escenarios constituyen entornos de confianza que, necesariamente, deben ser espacios seguros, donde ninguna situación de violencia o abuso de cualquier tipo pueda producirse. En esta línea, recientemente se ha celebrado una cumbre en el seno de la Iglesia Católica en la que el Papa ha reunido a los presidentes de todas las Conferencia Episcopales para abordar este necesario cambio con respecto a los abusos sexuales contra menores en el seno de la Iglesia. Es un primer paso, pero queda mucho por hacer.
No obstante, los cambios estructurales no sirven de nada sin un elemento anterior: la necesaria conversión personal de cada uno de nosotros, la convicción de que la persona y su dignidad es un bien a defender siempre, sin que el fin justifique los medios, sin que el egoísmo se ponga en primer lugar, sin que el mal tenga la última palabra.
Destapar el mal nos hace conscientes del dolor, de la necesidad de pedir perdón y de la responsabilidad de acompañar a las víctimas. Pero debe, además, conducirnos a un necesario cambio, a un renovado compromiso con el buen trato, con la persona, con la sociedad y con la humanidad. Tenemos una nueva oportunidad para mejorar como seres humanos, en nuestras relaciones, en nuestras responsabilidades, en nuestras convicciones personales. Aprovechémosla.