El agustino recoleto Miguel Ángel Ciaurriz reflexiona en este artículo sobre el incendio en la catedral de Notre Dame, en París, y su importancia en la cultura y en la fe de Europa
A alguien se le ocurrió decir que el fuego de Notre Dame fue la respuesta, en forma de castigo, de Dios a sus hijos de Europa por olvidarlo y hacerlo marginal. Y debo decir que eso me dio tanta pena como las mismas llamas que se llevaron por delante todo lo que encontraban a su paso. Más que pena me dio, también, y no poca, rabia.
Decir que Dios castiga con fuego la descristianización de Europa incendiando la catedral de Paris, es una insensatez. Hoy leo que ese mismo día, y al parecer casi a la misma hora, se prendió fuego la sala de rezos del considerado tercer lugar más sagrado para el Islam. Tampoco Dios lanzó ese fue a la mezquita de Al-Aqsa, en Jerusalén.
Dios no es un pirómano al que le gusta prender fuego y reducir a cenizas la historia de su pueblo, de sus hijos. Quiere que esa sea una historia de salvación, de vida. Tampoco entra en sus planes arrasar con una casa, que para algunos será simplemente un símbolo histórico y cultural, pero para no pocos sigue siendo la casa de encuentro donde la fe y la vida se celebran con gratitud y esperanza; es la casa de Dios también.
Dios no hace eso ni actúa así, no arrasa con nada llevado de su ira, una ira que se la viene aguantando por generaciones y generaciones. Nadie tira piedras a su tejado, tampoco Dios.
Con el fuego de Notre Dame no va a ser borrado de la memoria ni quedar en el olvido todo aquello que ha sido el símbolo de Francia, y también de Europa. No en vano dicen las estadísticas es el lugar más visitado del mundo por los turistas, unos catorce millones cada año. No quedará en el olvido que en esta catedral fueron coronados Napoleón Bonaparte y Enrique VI de Inglaterra y beatificada Juan de Arco. No quedaron reducidas a cenizas las reliquias más importantes que albergaba esta catedral como la Corona de Espinas que Jesús cargó en la cruz y la imagen de la Virgen, titular del templo, y otras muchas que los bomberos salvaron ayudados por una cadena humana que acudió a ayudar.
Seguro que Víctor Hugo va a revivir de nuevo y su novela Nuestra Señor de Paris, escrita en 1831 volverá a circular nuevamente, si es que alguna vez dejó de hacerlo, y volverá a ser un bestseler que, por cierto, veo que en su versión Kindle se puede conseguir por un módico precio de 1,70 euros. Quasimodo, el Jorobao de Notre Dame volverá a corretear por el campanario de las torres y seguirá enamorado de la gitana Esmeralda
Sí, Dios no es un pirómano, el incendio de Notre Dame no lo provocó Él para castigar a Francia y a Europa por olvidarse de su fe y relegarlo a la insignificancia.
Tampoco Notre Dame es el único símbolo de Europa. El mediterránea, ese Mare Nostrum, que se cobra la vida de miles y miles de personas que continuamente quieren llegar a la vieja Europa y hacerla joven y nueva, debería ser también, otro símbolo de este continente que necesita surgir de las cenizas de Notre Dame.
Me llamó la atención, y me dio un poco de esperanza ver la espontánea y rápida reacción de muchos franceses, muchos de ellos jóvenes que se congregaron en los predios de su catedral en llamas y comenzaron a rezar el Rosario pidiendo la intercesión de Nuestra Señora, la de Paris, para que de esas cenizas surgiera una nueva Francia y una nueva Europa que vuelva a colocar a Dios en el centro de su vida.
Dijo el presidente Macron que se va a reconstruir la catedral y quedará aún mejor de cómo estaba antes de las llamas. Así será si de las cenizas de Notre Dame surge una nueva Francia y una nueva Europa que vuelve a Dios su mirada.