Te ofrecemos vídeos, textos, frases y libros electrónicos para vivir intensamente el mes agustiniano y la festividad de San Agustín el 28 de agosto.
Vida de San Agustín
Su niñez
Agustín vino al mundo el 13 de noviembre de 354 en Tagaste, pequeña ciudad de Numidia en el África romana. Esa población argelina se llama hoy Souk-Ahras. Aunque no fue bautizado de niño, Mónica le enseñó los rudimentos de la religión cristiana y, al ver cómo el hijo se separaba de ellos a medida que crecía, se entregó a la oración constante, dolorida y confiada. Años más tarde Agustín se llamará a sí mismo el “hijo de las lágrimas de su madre”. Católica ferviente, dedicó toda su vida a la conversión de su hijo al cristianismo.
De los doce años a los quince, entre 366 y 369, cursa en Madaura, hoy Mdaourouch, estudios de secundaria. Sobresale entre los condiscípulos. Siente gran afición a la poesía. Aprende pasajes enteros de los principales autores que se estudiaban en la escuela: Terencio, Plauto, Séneca, Salustio, Horacio, Apuleyo, Cicerón y, sobre todo, el gran poeta Virgilio.
Agustín, en vez de hacer algo serio durante aquel año, pierde el tiempo con sus compañeros. No ha recibido el bautismo ni la instrucción religiosa que en aquellos meses habrían podido quizá ayudarle a evitar el mal.
Pese a los consejos de su madre, Agustín emprende “los torcidos caminos por los que caminan los que vuelven a Dios la espalda y no el rostro”. Se siente feliz en aquellas vacaciones inesperadas y experimenta los primeros atractivos de la amistad y del amor. Un año después, en 370, marchará a Cartago gracias la generosidad de Romaniano, rico mecenas de Tagaste y amigo de su familia. Por entonces, hacia 371, murió su padre, católico ahora. Entre los 16 y los 30 años de edad vivió con una mujer cartaginesa cuyo nombre se desconoce, con la que en el año 372 tuvo un hijo, Adeodatus, nombre latino que significa “regalo de Dios”.
Hortensius, una lectura decisiva
Agustín contaba casi veinte años cuando se encontró con los grandes libros de la filosofía. Un buen día cayó en sus manos una obra del famoso orador y filósofo romano Cicerón, que el joven leyó con admiración: Hortensius. Por desgracia no ha llegado hasta nosotros; sin embargo, gracias a Agustín podemos leer hoy varias páginas de ese escrito, al que tanto debe.
Esta obra extraordinaria le descubrió el campo de las realidades invisibles y le despertó el gusto y la afición por la búsqueda de la sabiduría y de la verdad. A partir de esa lectura, Agustín comenzó a caminar conscientemente hacia Dios, verdad suprema.
Poco después, Agustín empieza a leer las Sagradas Escrituras, que no comprende, algunos de cuyos contenidos le horrorizan y encuentra escritas con estilo pobre. Decepcionado por su primer encuentro con la Biblia, tantea en otra parte el camino hacia la verdad.
En fatigosa búsqueda tenaz de solución al problema de la verdad –¿puede el hombre conocerla? ¿cómo distinguirla del error?–, Agustín pasa de una escuela filosófica a otra, sin hallar en ninguna una respuesta que calme su inquietud insobornable. Finalmente, frecuenta el maniqueísmo, pues sopone que esta interpretación de la realidad le suministrará la explicación racional, sistemática, de todo y orientación moral para su vida. Siguió esta doctrina varios años y la abandonó después de hablar con el obispo Fausto. Decepcionado por este encuentro tan deseado, concluyó que la verdad es inalcalzable. De su corazón se apoderó el escepticismol.
Al tiempo que estudia cuanto cae en sus manos, Agustín se siente subyugado por los libros de astrología. Aunque el cristianismo era la religión principal del imperio, las “ciencias ocultas” estaban de moda por todas partes. Terminados en 373 sus estudios superiores en Cartago, Agustín regresa a Tagaste, donde enseñó gramática un año, hasta 374. Su madre descubre, desilusionada, que su hijo está muy vinculado a los maniqueos. De 374 a 383 fue profesor de retórica en Cartago y escribió Sobre lo bello y apto, obra de que no disponemos.
Milán, cuna de la conversión
Un buen día, sin prevenir a nadie y tratando a toda costa de que su madre no sospechara nada del viaje, Agustín se embarca hacia Italia, donde iba a encontrar la solución a sus problemas intelectuales y una respuesta satisfactoria a sus dudas religiosas. En Roma enseñó entre 383 y 384. Un día se entera de que en Milán están buscando un profesor de retórica.
Cuando Agustín llegó a Milán en 384, ya no creía en las doctrinas maniqueas, aunque tampoco estaba cerca del cristianismo. Las críticas de los maniqueos contra la Biblia le parecían irrefutables. Agustín va a librar la batalla decisiva, en que la gracia de Dios saldrá victoriosa.
En agosto de 386 encuentra en casa el volumen de las Cartas de san Pablo, abre el libro y las primeras frases que saltan a sus ojos son éstas:
«No en comilonas ni en embriagueces,
no en lechos ni en liviandades,
no en contiendas ni en emulaciones,
sino revestíos de nuestro Señor Jesucristo
y no cuidéis de la carne con demasiados deseos». Rm 13, 13.
Agustín no quiso leer más. Aquellas palabras de San Pablo fueron las que, de una vez para siempre, “como si una gran luz de seguridad se hubiera infundido en su corazón, hicieron que desaparecieran para siempre todas las tinieblas de sus dudas”.
Agustín, que cumplirá 32 años en noviembre, acaba de vivir el día más importante de su vida. Antes de su conversión, había pensado fundar una especie de fraternidad en vida común con algunos amigos y discípulos, deseosos, como él, de profundizar en las cuestiones fundamentales de la filosofía. Una vez convertido, Agustín lleva a cabo aquella idea, pero inspirada ahora en la primera comunidad cristiana de Jerusalén.
Vida monacal y episcopal
Agustín se consagra al estudio formal y metódico del cristianismo. Renuncia a su cátedra y con su madre y unos compañeros se retira a Casiciaco, cerca de Milán, para dedicarse por completo al estudio y a la meditación, durante el otoño de 386. El 24 de abril de 387, a los treinta y tres años de edad, lo bautiza en Milán el santo obispo Ambrosio, durante la vigilia pascual. Ya bautizado, regresa a África en 388; pero antes de embarcarse, su madre Mónica muere en Ostia, en agosto de 387.
Para satisfacer las necesidades pastorales de Valerio, obispo de Hipona, en el año 391, durante una celebración litúrgica, la feligresía le elige para ordenarse sacerdote.
Con lágrimas en los ojos aceptó esta brusca elección, a la que al principio se opuso con gritos y lágrimas. Algo parecido le sucedió al ser consagrado obispo en 395. Fue entonces cuando dejó el monasterio de laicos y se instaló en la casa del obispo, que transformó en monasterio de clérigos.
La actividad episcopal de Agustín fue enorme y variada. Predica a tiempo completo y en muchos lugares, escribe incansablemente, polemiza con aquellos que van contra la ortodoxia cristiana de aquel entonces, preside concilios, resuelve los problemas más diversos que le presentan sus fieles. Se enfrenta a maniqueos, donatistas, arrianos, pelagianos, priscilianistas, académicos…
Los días de su enfermedad última fueron para Agustín una buena ocasión para repasar su vida y dar gracias a Dios por los beneficios recibidos, al tiempo que pedía perdón a los hermanos y a Dios.
Después de cuarenta años de lucha en pro de la Iglesia, Agustín entraba en agonía, para ser recibido con júbilo en la ciudad santa de Dios. El 28 de agosto del año 430, el hijo de Patricio y de Mónica, Agustín, el obispo de Hipona, dormía en la paz del Señor. Contaba a la sazón 75 años, 10 meses y 15 días.
Así cuenta San Agustín su conversión en ‘Las Confesiones’
La conversión de San Agustín es uno de los momentos más impactantes de su vida. El obispo de Hipona se da cuenta de lo que supone Dios en su vida y dice su famoso «Tarde te amé». Así lo narra en ‘Las Confesiones’.
140 frases de San Agustín sobre la fe y las virtudes cristianas
Las Confesiones es el libro más conocido e importante de San Agustín. En él cuenta el testimonio de su conversión; explica cómo Dios les tocó el corazón y decidió seguirle. «Nos hiciste, Señor, para Ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti».
La vida de San Agustín, en audio
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