Una palabra amiga

A G U S T Í N

Hablar hoy de san Agustín ofrece un abanico de posibilidades, por su saber, sus escritos y, en especial, su contribución doctrinal y ministerial a la Iglesia.  Gracias a su pensamiento, la doctrina de la Iglesia Católica está impregnada de contenido agustiniano, ya que este viene a ser una de las principales fuentes de su contenido. En otras palabras: la doctrina católica rezuma pensamiento agustiniano.

En vista de que abundan temas acerca de san Agustín, me ha parecido oportuno formar un acróstico con su nombre, y a partir de sus componentes destacar algunos rasgos del santo.

Apasionado: Efectivamente la letra A nos revela que Agustín lo ha sido, como creyente de verdad, y las diversas etapas de su vida las desarrolló con este fondo.  Niño, adolescente joven, adulto y ya en su ancianidad vivía con ilusión, con ganas, con ahínco. En verdad, la vida de este hombre puede aportarnos hoy un componente pasional, para afrontar el día con un mayor entusiarmo.

Grande o gigante: No lleva el calificativo de «Magno» como otras personas incluidas en el catálogo de los santos de la Iglesia; sin embargo, sí se le puede añadir el adjetivo «Grande», en sus luchas contra los herejes de su época, de lo que le viene el apelativo de «Martillo de los hereje».  En su tiempo, Agustín se enfrentó a los herejes aduciendo abundantes referencias evangélicas y siempre fiel a la doctrina católica.

Universal: Sin duda, Agustín lo es. Su pensamiento, su aporte filosófico-teológico no es solo para el catolicismo. A él  acuden constantemente pensadores de distintos credos y cultos, y personas no creyentes. Las reflexiones que puedan hacerse hoy en los distintos ámbitos del saber con no poca frecuencia trasladucen ideas del Hiponense. Por ello, le aplicamos este adjetivo encomiástico:  Agustín  no es monopolio de la Iglesia católica.

Servicial o Sabio: Agustín fue un hombre bien dispuesto ante las demandas de la Iglesia. Después de su conversión, en la mente y en el corazón no albergaba la idea de ser sacerdote; menos, e ser obispo. Mas, como él tenía muy claro servir siempre a la Iglesia, no le resultó muy difícil secundar esta demanda a la Madre Iglesia, como él la llama..

Tenaz: Hemos de confesar que san Agustín era uno de esos hombre que ponía mucho empeño para alcanzar sus metas, y que las lograba. No se rendía ante las dificultades, sino que porfiaba en sus propósitos. Ello quizás explique se adhesión a las doctrinas de varias sectas. Así estuvo preparado para descubrir y rebatir los principios erróneos en que se cimentabn aquellas.  En ls mism línea de empeño podemos considerar la fundación de varios monasterios: no se instalaba en su pensamiento ni se conformaba con lo alcanzado: siempre aspiraba a más.

Inquieto: Así era Agustín; un hombre dinámico, anhelante buscador de la verdad. Esa cualidad lo condujo a ser un hombre profundo, de hondo calado; no era un hombre superficial, sino que llegó a encontrar la verdad — la presencia de Dios en su vida— cuando al final se dio cuenta se dio cuenta de que Dios estaba en lo más profundo de su ser.

Nacido para amar: Cerramos esta reflexión afirmando que Agustín ha sido hombre con el sello del amor. Para todo lo que ha realizado en este mundo lo movía únicamente el amor: «mi amor es mi peso». Todo lo que tienes que hacer hazlo con amor; si quitas el amor, te sonará a vacío. Por tanto, la vida entera de este hombre apasionado, grande, universal, servicial, tenaz e inquieto es todo amor.

Así pues, la vida de san Agustín es actualidad, a pesar de que median muchos siglos;  un modelo para nuestro día a día que debemos tomarlo en serio y vivirlo apasionadamente, como lo vivió él. Él mismo nos recuerda: si muchos hombrres pudieron llegar a la santidad,  ¿por qué nosotros no? Así pues, en este día tan grande para la familia agustiniana os invito —y me invito— a vivir con realismo, sin que falte ni la ilusión ni el empeño.  

Wilmer Moyetones OAR

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