Una palabra amiga

San Agustín, Padre de Europa

«Noli foras ire, in te ipsum redi. In interiore homine habitat veritas». Son palabras de san Agustín, allá por los comienzos del siglo V. Pero son palabras que hoy siguen encontrando su eco en el marco de nuestra Europa, donde asistimos a la confrontación continua y sin límites entre los pueblos de distintas culturas y razas. El corazón humano está roto a causa de los intereses de aquellos que tienen la responsabilidad de educar y gobernar a los pueblos. En democracia se exige ser persona, y su realización es problema central en el Cristianismo, religión de Europa. Y es la causalidad personal, como estructura que nos conforma en un universo abierto a los otros con quienes convivimos, la que nos fuerza a conocer nuestra historia, a poder contar nuestra historia.

Inmersos en la historia de Europa, apreciamos que ella es como una persona que vive en dispersión y necesita un espacio de intimidad donde adquirir ese saber de unidad, donde acune la verdad divino-humana del amor que, en palabras de María Zambrano, «temblaría de la historia que de los sueños humanos procede, y pediría una clara historia creadora y transparente, esa que el ‘hombre pensativo’ crea unificando la sombra que cubre su cabeza y el agua transparente que sin sombra le acompaña al borde del camino, del histórico camino mientras serpea».

María Zambrano, en un  contexto diferente al de san Agustín, pero con muchos elementos comunes, decía: «Persona es lo que subsiste y sobrevive a cualquier catástrofe, a la destrucción de su esperanza, a la destrucción de su amor. Y sólo entonces se es persona en acto, enteramente, porque se cae en un fondo infinito donde lo destruido renace en su verdad, en un modo de no perderse. Ser persona es ser capaz de renacer tantas veces como sea necesario resucitar». Es vital que Europa recupere la esperanza y supere la decadencia que la amenaza, para poder seguir difundiendo los grandes ideales anejos a la persona humana.

Tras estallar el corazón de Europa, nuestro continente agoniza: «cuando nuestro corazón, el de carne, está demasiado obscuro y acongojado, estalla, estallamos en quejas y lágrimas y después viene la palabra. La palabra que trae orden y claridad». Y sólo consiguiendo despertar a un nuevo orden de amor, podrá el hombre-Europa nacer nuevamente, consiguiendo rescatar ese corazón tan turbio y perdido desde hace tiempo, haciéndolo de carne y transparente.

En una concepción lineal de la historia, los hechos no se repiten, sin más, como si de un eterno retorno se tratara. No obstante, echando una mirada retrospectiva a la historia, sí es posible encontrar situaciones que, si no iguales, sí han presentado dificultades que, en épocas posteriores, en mayor o menor grado, se han manifestado de nuevo. Así pues, mirando a la historia, analizando los problemas y viendo las soluciones aportadas en aquellos momentos, nos es posible ofrecer una luz para las nuevas dificultades del hoy. Situémonos en el siglo V, en el contexto de la progresiva caída del Imperio Romano. Toda una estructura se viene abajo, pierde su identidad. En ese marco, tenemos un testigo de excepción que, en su día, ofreció una explicación del hecho del desvanecimiento de todo un imperio. A su vez, a través de su pensamiento, transmitido mediante sus escritos, nos hace llegar su concepción de la historia, su ideal de vida, su proyecto para Occidente. Nos referimos a un africano universal, considerado por algunos como Padre de Europa: san Agustín.  «Por raro que parezca es posible fijar casi al año la fecha de nacimiento de la cultura europea, la salida a (la) luz de su protagonista, del hombre que con sus ansias expresadas va a determinar inexorablemente el curso posterior. Hay un personaje que siempre ha fascinado a las mentes europeas y que, por el lugar geográfico de su nacimiento, no es propiamente europeo…» María Zambrano es contundente: «San Agustín ha sido el padre de Europa, el protagonista de la vida europea». Y hoy, en nuestra Europa, seguimos teniendo que aprender mucho de él.

Antonio Carrón de la Torre OAR 

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