Una palabra amiga

Un pasaje difícil y contradictorio

El arzobispo agustino recoleto de Los Altos, Quetzaltenango – Totonicapán (Guatemala), Mons. Mario Alberto Molina, reflexiona sobre la Palabra de Dios de este domingo 18 de agosto

Acabamos de escuchar uno de esos pasajes evangélicos que lo dejan a uno perplejo. Uno piensa que se hubiera podido elegir otro texto más fácil de entender del evangelio según san Lucas. Pero, por otra parte, si la Iglesia propone este pasaje para ser leído el domingo, entonces debe tener un mensaje especial sobre Jesús y su ministerio.

Jesús describe su misión con un lenguaje paradójico. En primer lugar, dice: He venido a traer fuego a la tierra, ¡y cuánto desearía que ya estuviera ardiendo! ¿Qué fuego es ese? Veamos. Hay otro lugar en este mismo evangelio que describe la misión de Jesús con la imagen del fuego. Cuando Juan el Bautista describe al personaje que viene detrás de él dice que el que es más fuerte que yo… los bautizará con Espíritu Santo y fuego. Y añade que tiene en la mano la horquilla para separar el trigo de la paja y recoger el trigo en su granero; pero la paja la quemará con un fuego que no se apaga (3,16.17). Por supuesto, también sabemos que, en Pentecostés, el Espíritu Santo que Jesús envió sobre la comunidad de sus discípulos, se hizo visible en formas de llamas de fuego. En base a estos pasajes uno puede entender que, al utilizar la imagen del fuego, Jesús describe su misión como una de juicio, de prueba, de purificación. Es el fuego que purifica y santifica a los santos con el Espíritu. Es el fuego del juicio que consume a los pecadores empedernidos y que no se convierten, sino que se resistieron a su Palabra. Entonces, si Jesús viene con fuego, nuestras decisiones frente a él deben ser firmes y claras.

Esta sentencia, de que ha venido a traer fuego, se parece a la otra de que ha venido a traer la división. ¿Piensan acaso que he venido a traer paz a la tierra? De ningún modo. No he venido a traer la paz, sino la división. Siempre hemos pensado en Jesús como aquel que trae la unidad y la paz. En su nacimiento los ángeles cantaron el deseo de paz a los hombres que Dios ama; en su resurrección, Jesús saludó a los suyos con el deseo de paz. Oró para que sus discípulos vivieran en unidad. La paz es la palabra que resume la salvación que Jesús nos da. ¿En qué sentido, entonces, Jesús también trae la división? En el sentido de que ante él hay que tomar posición. También en la infancia de Jesús tenemos aquella sentencia que Simeón dirigió a María: Este niño hará que muchos caigan o se levanten en Israel. Será signo de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón; así quedarán al descubierto las intenciones de muchos (2, 34-35). La división entre los miembros de la familia se causa cuando unos optan por seguir a Jesús y otros, en la misma familia, se mantienen indiferentes o se le oponen. La espada que atravesará el corazón de María en realidad atraviesa todos los corazones cuando debemos discernir y decidirnos por Jesús o contra Jesús. Lo que no puede suceder es permanecer indiferentes.

El fuego y la división como objetivos de la misión de Jesús implican que una imagen de Jesús blandengue y complaciente no se ajusta a lo que Jesús piensa de sí mismo. Jesús viene con energía y reclama decisión; Jesús viene con la verdad y reclama claridad de opción; Jesús viene con el poder del juicio y reclama responsabilidad.

Su misma vida está encaminada a enfrentar un juicio de vida o muerte. Es la otra sentencia del evangelio de hoy: Tengo que recibir un bautismo ¡y cómo me angustio mientras llega! En otra ocasión, Jesús también empleó la palabra “bautismo” para referirse a su muerte en la cruz cuando preguntó a sus discípulos Santiago y Juan, si ellos estaban dispuestos a recibir el mismo bautismo que él iba a recibir (Mc 10,38.39). Desde mucho antes de que llegara el momento, Jesús anticipó y asumió que su vida terminaría con la entrega de sí mismo hasta la muerte. Como dice la segunda lectura de hoy: En vista del gozo que se le proponía, aceptó la cruz, sin temer su ignominia, y por eso está sentado a la derecha de Dios. A Jesús no le sobrevino la muerte en la cruz como un contratiempo inesperado, sino que la aceptó como un desenlace anticipado, y que no eludió.

La primera lectura de hoy ha sido elegida en función de esta actitud de Jesús. El pasaje relata un episodio de la vida del profeta Jeremías. Este profeta, entre todos los personajes del Antiguo Testamento identificables con nombre y apellido, es el que más se parece a Jesús en sus sufrimientos. El episodio corresponde al tiempo en el que Jerusalén estaba sitiada por el ejército de Babilonia. Jeremías aconseja al rey que capitule, que se rinda y se entregue al rey Nabucodonosor; si lo hace, se salvarán muchas vidas, incluida la del mismo rey. Pero por dar ese consejo, a Jeremías lo consideran un agente al servicio del rey de Babilonia para desanimar la resistencia de los soldados. Por eso, los consejeros del rey, que son de la opinión de que hay que resistir con las armas, deciden que hay que matar a Jeremías. El rey Sedecías, bajo presión de esos consejeros, accede a que lo ejecu- ten. El rey no puede nada contra ustedes, se queja. Sedecías se parece a Pilato que también accedió a decretar la pena de muerte de Jesús, porque no supo resistir la presión que sobre él ejercía el Sanedrín de Jerusalén. Deciden darle una muerte lenta. Lo descuelgan a un pozo seco, con el fondo lleno de tierra húmeda, para que muera de hambre y posiblemente de neumonía también. Pero otro consejero real, un extranjero etíope, hace ver al rey que lo que ha permitido está mal. Y el rey, apoyado en la fuerza moral de este funcionario, pues propia no tiene ninguna, ordena que saquen a Jeremías del pozo y así le salva la vida. El pasaje se nos propone para que veamos en Jeremías un anticipo de Jesús que cumple su misión a precio de su propia vida. Como dice el salmo: Del charco cenagoso y la fosa mortal me puso a salvo; puso firmes mis pies sobre la roca y aseguró mis pasos.

Ante estos hechos no podemos hacer otra cosa que escuchar la exhortación de la carta a los hebreos: Rodeados como estamos, por la multitud de antepasados nuestros, que dieron prueba de su fe, dejemos todo lo que nos estorba; librémonos del pecado que nos ata, para correr con perseverancia la carrera que tenemos por delante, fija la mirada en Jesús, autor y consumador de nuestra fe. No se cansen ni pierdan el ánimo, porque todavía no han llegado a derramar su sangre en la lucha contra el pecado. Pongamos ante nuestros ojos la imagen de Jesús obediente a la voluntad del Padre Dios cada vez que pensemos que seguirlo sea una exigencia demasiado alta.

Mons. Mario Alberto Molina OAR
Arzobispo de Los Altos, Quetzaltenango – Totonicapán (Guatemala)

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