El arzobispo agustino recoleto de Los Altos, Quetzaltenango – Totonicapán (Guatemala), Mons. Mario Alberto Molina, reflexiona sobre la Palabra de Dios de este domingo 22 de diciembre.
Han pasado ya tres semanas del adviento. Durante los domingos pasados, las lecturas de la misa nos proponían textos sobre la esperanza cristiana y el deseo de Dios que debe crecer en nosotros para recibir de Él el futuro que nos promete, y que es Él mismo. En este último domingo de adviento, las lecturas nos orientan a meditar sobre la persona de Jesús y los acontecimientos que rodearon su nacimiento. Nuestra meditación se va a centrar sobre la concepción virginal de Jesús y el significado de ese acontecimiento, pues de eso nos hablan las lecturas de hoy.
El evangelista primero relata el hecho: Cristo vino al mundo de la siguiente manera: Estando María, su madre, desposada con José, y antes de que vivieran juntos, su- cedió que ella, por obra del Espíritu Santo, estaba esperando un hijo. El evangelista omite toda explicación. Nos quedamos con no pocas preguntas. ¿Cómo ocurrió? ¿Supo María lo que había ocurrido? Si san Lucas no hubiera escrito su evangelio, no tendríamos ningún conocimiento de la aparición del ángel Gabriel a María. ¿Le contó María a José lo que le había ocurrido? El evangelista nos dice que José, su esposo, que era hombre justo, no queriendo ponerla en evidencia, pensó dejarla en secreto. ¿Pensó José en dejar a María porque tuvo dudas acerca de su integridad moral? ¿O pensó José dejarla porque ella le contó que estaba encinta por obra del Espíritu Santo y José, siendo hombre justo y temeroso de Dios, no quiso interferir con lo que Dios hacía con María? ¿Qué significa que no quería ponerla en evidencia? ¿Que no quería acusarla de adulterio o fornicación? ¿O más bien, ponerla en evidencia significa dar a conocer lo que Dios había hecho en ella? ¿Pensaría José que nadie le había dado el encargo de difundir la obra de Dios en María y decidió dejarle el campo libre a Dios, creyendo que no tenía parte en esta obra? El evangelista no nos ayuda a responder a estas preguntas, y nosotros solo podemos especular las respuestas.
De todas formas, la aparición del ángel del Señor en sueños a José, sí le asegura que no debe abandonar a María pues él, José, tiene un papel importante que jugar en esta obra de Dios. El ángel lo llama hijo de David, para recordarle su estirpe y su apellido. Gracias a él, a José, el hijo de María se convertirá en descendiente de David, en el Mesías esperado. Le ordena tomar a María su prometida como esposa legítima, le ordena también ponerle nombre al niño, es decir, reconocerlo como propio, aunque se trate de un hijo que María ha concebido nada menos que por obra del Espíritu Santo, es decir, sin intervención de un padre humano. El evangelista luego nos explica a nosotros, los lectores de su evangelio, que este acontecimiento tan extraordinario y singular, estaba ya anunciado en el profeta Isaías. El evangelista cita el texto profético: He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, a quien pondrán el nombre de Emmanuel, que quiere decir Dios-con-nosotros. Por lo tanto, nosotros los lectores, no debemos entretener pensamientos de incredulidad cuando nos cuentan los orígenes de Jesús, pues esto es algo ya previsto en las escrituras sagradas, más claramente en su traducción al griego (que es la versión que utiliza san Mateo) que en su original hebreo. La primera lectura de hoy es precisamente el texto de Isaías.
Pero, ¿qué significa el nacimiento virginal de Jesús? Varias cosas, todas ellas im- portantes. En primer lugar, la concepción virginal de Jesús manifiesta la total soberanía de Dios. Jesús no vino al mundo según los cálculos y designios humanos. Jesús no fue concebido cuando José y María decidieran tener relaciones conyugales. La concepción humana del Hijo de Dios es obra total y plena de la soberanía y voluntad salvífica de Dios. El Hijo de Dios se hizo hombre cuando Dios quiso, en quien Dios quiso, donde Dios quiso.
En segundo lugar, la concepción virginal de Jesús es un signo de su identidad divina. Jesús es el Hijo de Dios hecho hombre. El evangelista san Juan, hablando de cómo los humanos llegamos a ser hijos de Dios, dice que a todos aquellos que creen en su nombre, es decir, que creen que Jesús es el Hijo de Dios, les dio capacidad para ser hijos de Dios. Estos son los que nacen, no por vía de generación humana ni porque el hombre lo desee, sino que nacen de Dios, es decir, por la acción de Dios a través del Espíritu Santo en el bautismo. Si nosotros, los meros humanos, podemos alcanzar la dignidad de hijos adoptivos de Dios solo por la acción del Espíritu Santo en nosotros a través de la fe y del bautismo, ¿no será que quien es real y verdaderamente Hijo de Dios solo pudo adquirir esa dignidad e identidad, por la acción del Espíritu Santo en su madre en su concepción? Así lo pensó el evangelista y la tradición que le antecede. La virginidad de María es así signo de la identidad divina de Jesús. Por eso, el hijo de María tiene dos nombres. Uno es Jesús, que fue su nombre civil, y que significa “El Señor salva” y es un nombre que define su misión, y fue indicado por el ángel a José. El otro es el nombre profético, Emmanuel, y que significa Dios-con-nosotros, y que es su nombre teológico, que indica su identidad. En Jesús Dios está con nosotros y tiene una existencia histórica y humana verdadera.
En tercer lugar, la concepción virginal de Jesús apunta hacia su resurrección. San Pablo, al inicio de la Carta a los romanos, en el pasaje que hemos escuchado hoy, se presenta a sí mismo como apóstol llamado por Dios para predicar el Evangelio. Dice después que ese Evangelio se refiere a Jesucristo, que nació, en cuanto a su condición de hombre, del linaje de David, y en cuanto a su condición de espíritu santificador, se manifestó con todo su poder como Hijo de Dios, a partir de su resurrección de entre los muertos. La condición de Hijo de Dios, propia de Jesús desde su concepción por obra del Espíritu Santo en el seno de María Virgen, se manifestó en su plenitud, no durante el tiempo de su humillación, cuando vivió como uno de tantos, sino a partir de su resurrección. La concepción virginal de Jesús apunta hacia su futura resurrección, cuando su condición de Hijo de Dios se manifestó en su plena realización.
Adoremos, pues, en Jesús al Hijo de Dios, nacido de la Virgen María. Veneremos en ella el misterio de la identidad de su Hijo, pues su virginidad es símbolo de la identidad divina de Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre.
Mons. Mario Alberto Molina OAR
Arzobispo de Los Altos, Quetzaltenango – Totonicapán (Guatemala)