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La Ley

El arzobispo agustino recoleto de Los Altos, Quetzaltenango – Totonicapán (Guatemala), Mons. Mario Alberto Molina, reflexiona sobre la Palabra de Dios de este domingo 16 de febrero.

Escuchamos un pasaje del Sermón de la Montaña muy extenso. Creo que debemos leer este pasaje a la luz de lo que dice san Pablo en la segunda lectura: Les predicamos la sabiduría, pero no la sabiduría de este mundo ni la de aquellos que dominan el mundo. Predicamos una sabiduría divina, misteriosa, que ha permanecido oculta y que fue prevista por Dios antes de los siglos, para conducirnos a la gloria. La singularidad de esta sabiduría anunciada por Pablo y que es el Evangelio de Cristo consiste en que es la única enseñanza capaz de conducirnos a la gloria de Dios y podamos alcanzar la condición de hijos de Dios, herederos de su gloria. Su lógica, no es la que gobierna este mundo.

En el pasaje del evangelio, Jesús habla de esta misma sabiduría tan especial con palabras algo distintas. Los judíos consideraban que la sabiduría estaba contenida en la Ley de Dios. El salmo responsorial habla de la Ley, es decir, del Antiguo Testamento, con palabras de elogio: Tú, Señor, has dado tus preceptos para que se observen exactamente. Ojalá que mis pasos se encaminen al cumplimiento de tus mandamientos. Muéstrame, Señor, el camino de tus leyes y yo lo seguiré con cuidado. Pero Jesús nos advierte que puede haber un modo equivocado de entender la Ley, según la lógica de este mundo. Por eso advierte a sus discípulos: Les aseguro que, si su justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, ciertamente no entrarán ustedes en el Reino de los cielos.

La sabiduría del Evangelio, por lo tanto, consiste en entender la Ley de un modo nuevo, y así cumplir mejor la voluntad de Dios. Si la santidad de vida, si la justicia consiste en cumplir la voluntad de Dios en nuestra forma de vida y de conducta, Jesús propone un modo nuevo de comprender los mandamientos para que descubramos en ellos la voluntad de Dios. Jesús ilustra lo que quiere decir con tres ejemplos, uno tomado del mandamiento no matarás, el otro tomado del mandamiento no cometerás adulterio y el tercer ejemplo tomado del mandamiento no darás falso testimonio, no jurarás en falso.

Los mandamientos que se expresan en negativo, “no harás tal cosa”, son mandamientos de mínimos. Si a mí me dicen: “no vayas al parque”, lo único que me prohíben es ir al parque; pero puedo ir al mercado, a la escuela, al estadio, a todos los lugares, menos al parque. Los mandamientos en negativo exigen lo mínimo, lo demás es opcional. Por el contrario, si el mandamiento dice “debes ir al parque”, no tengo otra opción. Al único lugar al que me puedo mover es al parque. De igual modo, si el mandamiento dice: no matarás, lo único que me prohíbe es matar, podría pegar, podría mutilar, podría insultar al prójimo, como también lo puedo cuidar, sanar, acompañar. A Jesús le pareció que los maestros de la ley se valían de esa amplitud que dan los mandamientos en negativo, para autorizar y considerar cosa buena, lo que en realidad era malo. Por eso corrige.

El mandamiento dice no matarás y el que mate será llevado ante el tribunal. Pero yo les digo: Todo el que se enoje con su hermano, será llevado también ante el tribunal. Es decir, hay otras muchas acciones que no llegan al asesinato, pero que son igualmente contrarias al amor al prójimo. No debemos escudarnos en que el mandamiento solo prohíbe matar, para darnos licencia para toda otra serie de acciones como enojarnos, insultar y despreciar al prójimo. Mejor debemos entender el mandamiento en positivo. En vez de entender el mandamiento no matarás desde su significado mínimo, mejor entendemos el mandamiento en positivo: “Respeta y cuida la vida de tu prójimo”. Ama a tu prójimo como a ti mismo. Así entendido el mandamiento te obliga a hacerle el bien y no el mal.

Igualmente, con el mandamiento que dice no cometerás adulterio. Es un mandamiento encaminado a la protección de la integridad de la familia, de la fidelidad de los cónyuges. Pero el mandamiento literalmente prohíbe solo el adulterio; pareciera que deja autorizados todos los otros flirteos y juegos y escapadas que no llegan al adulterio. Pero Jesús le da la vuelta. El mandamiento hay que entenderlo así: “Respeta la integridad del matrimonio ajeno”; “respeta la dignidad de la mujer”; y por extensión, “respeta la dignidad de la sexualidad humana”. Por eso dice que quien mire con malos deseos a una mujer, ya cometió adulterio con ella en su corazón. No a la ley de mínimos, y sí a la de máximos.

En esta coyuntura Jesús alude también procedimiento que permitía el divorcio. Esa instrucción, aunque contenida en la ley, también va contra la integridad de la familia, contra la seriedad con la que los esposos deben respetarse y acogerse uno a otro. Este procedimiento era particularmente injusto contra la mujer, pues en el contexto judío, solo el hombre podía iniciar el divorcio y que por cualquier causa. Pero casarse es una vocación seria; hombre y mujer deben hacerlo, no a la ligera y con la excusa de que si no funciona se divorciarán, sino con seriedad, con el propósito de que si encuentran escollos van a hacer el esfuerzo conjunto para superarlos. Dios quiere la unidad del matrimonio.

Finalmente, Jesús pone el ejemplo del juramento. El mandamiento dice no tomarás el nombre de Dios en vano. Y el modo más usual de jugar con el nombre de Dios es invocarlo para amparar una mentira. El juramento es el recurso que tiene la sociedad para coaccionar a decir la verdad, sobre todo en los tribunales. Pero el mandamiento supone que somos mentirosos. Si dijéramos siempre la verdad, no habría necesidad de juramento. Decir la verdad es un modo de respetar la dignidad de nuestro interlocutor. Hablar con la verdad siempre es un modo de dignificar el lenguaje, mostrar respeto por nuestro prójimo, construir relaciones sociales confiables, fundar la vida sobre la verdad. Digan simplemente sí cuando es sí; y no cuando es no. Lo que se diga de más, viene del maligno.

Estos ejemplos de Jesús se aplican a todos los mandamientos. Él nos pide buscar siempre la voluntad de Dios empeñándonos en lo máximo sin conformarnos con lo mínimo. El Señor conoce todas las obras del hombre. A nadie le ha mandado a ser impío y a nadie le ha dado permiso de pecar. Esa es la sabiduría que el mundo no comprende. Este es el camino de la justicia que lleva a la santidad y con el que damos gloria a Dios.

Mons. Mario Alberto Molina OAR
Arzobispo de Los Altos, Quetzaltenango – Totonicapán (Guatemala)

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