La pandemia sorprendió a Raul Buhay en unas de las comunidades de Estados Unidos y ha tenido que extender su estancia sin posibilidad de regresar a Roma.
El consejero general de la Orden Raul Buhay [en la imagen, el primero por la derecha] se está adaptando a su ‘nueva vida’ en la comunidad de la Parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe, en Santa Ana (California). Ejerce de cocinero, oficia una de las misas diarias de la parroquia y trabaja en la traducción de documentos. «Estoy viviendo día a día», afirma. Debería estar en su comunidad en Roma, pero el COVID-19 ha trastocado sus planes y de momento le obliga a permanecer en Estados Unidos. No conoce el final de un viaje que iba a durar 14 días y que ya ha superado los tres meses.
El 9 de marzo, Buhay despegó del Aeropuerto de Roma-Fiumicino con destino a California. El Prior general le encargó la tarea de revisar la traducción a inglés de las Constituciones de la Orden. Como anglófono, ayudaría al Padre Tom Devine en esta labor. Para el sacerdote agustino recoleto era difícil trasladarse a Roma, por lo que lo más oportuno era que el consejero general viajara a su casa. Mientras volaba hacia Estados Unidos, Italia decretó el cierre de fronteras como medida extrema para luchar contra el coronavirus. «No pensaba que ese mismo día fueran a cerrar las fronteras», confiesa.
Una inesperada extensión del viaje
Al llegar a Estados Unidos, todo era normal. La Parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe estaba repleta de fieles en las eucaristías del domingo. Esa aparente normalidad fue transformándose y el COVID-19 tomó cada vez más protagonismo. El 19 de marzo, apenas cuatro días antes de la fecha que tenía marcada inicialmente para su regreso, Donald Trump anunció el cierre de fronteras de EEUU.
Unas semanas después, la comunidad de religiosos decidió que la mujer responsable de la cocina dejara de acudir para evitar el contagio. Así, Buhay se puso al frente de los fogones y ayudó en la limpieza de la casa. Empezó a hacer una vida activa en la comunidad previendo que su estancia se alargaría. Comenzó a realizar la compra y a cocinar para los religiosos. En sus salidas al supermercado para comprar alimentos pudo constatar la precariedad que ha traído consigo el coronavirus. Muchas personas se han quedado sin apenas recursos. Una jornada tuvo que ayudar económicamente a una señora a la que no le alcanzaba con su dinero para comprar un plátano.
Raul Buhay también es uno más en la comunidad en el reparto de misas para presidir. Ha estado celebrando la eucaristía online y ahora ha comenzado a celebrar con el pueblo tras la reapertura el 13 de junio de la parroquia. «Apenas vinieron 100 persona cuando normalmente se llenaba la parroquia», cuenta. Se espera que la gente venza al miedo progresivamente. En el estado de California se han contagiado de coronavirus 133.000 personas, de las cuales 5.000 han fallecido.
Sin tiempo para el temor
Aunque no todo es negativo. La extensión inesperada de su viaje ha permitido concluir con éxito la traducción de las Constituciones y revisar el trabajo hasta tres veces. «Mientras tanto llegaron los estatutos y la forma de vida de la Fraternidad Seglar Agustino Recoleta, y comenzamos con ello», explica. Si todo hubiera sido como estaba previsto, «no nos hubiera dado tiempo».
En ningún momento ha sentido agobio por no poder volver a Roma. «Con las traducciones, la preparación de la comida y la celebración de la misa no he tenido tiempo para el aburrimiento», confirma el religioso. Incluso en lo espiritual, este tiempo ha sido más intenso. «Siempre hemos puesto en manos de Dios a los más queridos», dice. Ha habido más oración y sobre todo más reflexión. «Lo más importante de este tiempo es que hemos descubierto que no es esencial lo que creíamos que era; lo esencial es que tenemos a Dios».
Raul Buhay está esperando la respuesta del consulado de Italia para regresar a su comunidad. Le indicaron que solo puede regresar al país europeo por razones esenciales, para lo cual le han pedido un permiso de retorno. Si el consulado acepta su petición, entonces debería encontrar un vuelo con destino a Roma para volver. No obstante, hay algo que le inquieta: desea integrarse de nuevo en la comunidad de Via Sistina, pero tiene miedo a contagiar a los religiosos que han evitado el coronavirus todos estos meses. «Tanto tiempo cuidándose, ¿y si ahora llego yo y se lo transmito?».