El arzobispo agustino recoleto de Los Altos, Quetzaltenango – Totonicapán (Guatemala), Mons. Mario Alberto Molina, reflexiona sobre la Palabra de Dios de este domingo 26 de julio.
La segunda lectura de este domingo es un pasaje que puede iluminar el tiempo de pandemia para que lo atravesemos con actitud de fe en Dios. El pasaje pertenece al final de la densa enseñanza de san Pablo en el capítulo 8 de la carta a los Romanos. Al comenzar el capítulo, san Pablo enseña que el don del Espíritu nos capacita para dar muerte en nosotros a las tendencias pecaminosas y al mismo pecado, y además se convierte en garantía y anticipo de la resurrección que esperamos. El Espíritu que actúa en nosotros es el mismo que dio vida a Cristo crucificado para resucitarlo de entre los muertos. El Espíritu en nuestros corazones es fuente de esperanza. Una esperanza que nos permite ver que las adversidades y sufrimientos de la vida presente palidecen en comparación con la gloria futura que esperamos, y así perseveremos a través de los males de este mundo.
En este punto se introduce el pasaje de la lectura: Sabemos que todo contribuye al bien de los que aman a Dios, de aquellos que han sido llamados por él, según su designio salvador. Con la palabra todo san Pablo no solo piensa en los momentos favorables y de beneficio; él piensa sobre todo en los sufrimientos, persecuciones, adversidades y calamidades que nos sobrevienen. Cuando nos sucede una adversidad normalmente nos preguntamos ¿qué hice de malo para merecer esto? Al hacernos esta pregunta pensamos que Dios, o si no creemos en Dios, que el hado impersonal, retribuye con sufrimiento y adversidad algún delito que hemos cometido. Pero la frase de san Pablo nos encamina para que nos hagamos otra pregunta: ¿de qué manera quiere Dios que esta adversidad contribuya a mi bien, puesto que todo contribuye al bien de los que aman a Dios? En este mundo no podemos escapar de enfermedades y dolores, de reveses y fracasos, de accidentes y calamidades. Son parte de la realidad. Las asumimos como parte de la vida en este mundo y nos preguntamos qué provecho podemos sacarle con la gracia y la ayuda de Dios. En estos cuatro meses y medio de pandemia, este versículo ha estado constantemente en mi mente, para recordar que debo sacar provecho espiritual de esta adversidad. Esta pandemia nos ha enseñado que, aunque hemos alcanzado muchos logros y conquistado muchas metas, seguimos siendo frágiles, débiles, vulnerables. Nos ha enseñado que no nos sostenemos por nosotros mismos, sino que debemos asirnos de una realidad más permanente que lo que somos, y esa realidad es Dios. Esta pandemia ha puesto ante nuestros ojos nuestra mortalidad, y nos ha llevado a preguntarnos por qué vale la pena vivir, si debemos morir. Esta pandemia nos ha obligado a examinarnos con el fin de corregirnos y ser mejores. Esta pandemia quizá ha contribuido a hacernos mejores personas, más humildes, más solidarias, más caritativas, más confiadas en Dios y en sus promesas.
A través de los sufrimientos, de las adversidades, de las enfermedades y fracasos, el Espíritu nos conduce para que de ese modo nos configuremos con Cristo, tanto en su pasión y muerte como en su resurrección y gloria. A quienes conoce de antemano, Dios los predestina para que reproduzcan en sí mismos la imagen de su propio Hijo. Y así Dios nos llama, nos santifica y nos hace participar de su gloria. La pandemia es real y el sufrimiento es verdadero, pero podremos asimilarla mejor desde la fe, si pensamos que, a través de esta enfermedad, sobre todo si nos tocara padecerla, Dios quiere ayudarnos a que seamos mejores y alcancemos su salvación.
Y esta reflexión nos lleva al evangelio. Jesús cuenta tres parábolas a sus discípulos y les explica el sentido de la tercera. Las dos primeras son muy similares: la parábola del tesoro escondido en el campo y la parábola de la perla singular y preciosa. En ambos casos, Jesús dice que el reino de los cielos se parece a lo que sucede en la parábola; pero en la primera el reino de los cielos se parece al tesoro escondido y en la segunda se parece al comerciante en perlas finas. Esa variante nos obliga a fijarnos en las dos realidades. El reino de los cielos se parece al tesoro escondido o a la perla preciosa en el sentido de que es algo deseable, valioso. El reino de los cielos es Dios mismo que dispone las cosas con sabiduría y misericordia para incluirnos en su designio de salvación. El reino de los cielos es Jesús y su Evangelio que nos revelan el rostro de Dios que nos santifica y nuestra vocación a la santidad y a la gloria. Esa es la plenitud que deseamos desde lo más íntimo de nuestro ser. Y la manera propia de actuar en relación con el reino de los cielos se nos revela en la actuación del que halló el tesoro y del comerciante en perlas. De cada uno de ellos dice Jesús, que lleno de alegría, fue y vendió cuanto tenía y compró el campo o la perla. La alegría de haber encontrado lo que verdaderamente da sentido y plenitud de vida conduce a despojarnos de toda otra seguridad, de toda otra búsqueda de felicidad, de todo otro apego y afición que nos impida abrazar y acoger la riqueza del reino como única seguridad, única felicidad y única meta en la vida. La primera lectura nos prepara para esta enseñanza de Jesús. Al rey Salomón Dios también le preguntó por su deseo más íntimo. Y no pidió ni riquezas ni poder, sino la sabiduría que solo Dios da, ese fue su tesoro y su perla. Por eso Dios lo alabó, por haber elegido lo único necesario.
La última parábola, la de la red que recoge peces comestibles y no comestibles, ilustra otro aspecto del modo como Dios administra su salvación. En la comunidad de los discípulos de Jesús acaban congregándose santos y pecadores. Entre los Doce había un traidor. Esta parábola se parece a la que leímos el domingo pasado del trigo y la cizaña sembradas en el campo. De momento están juntos buenos y malos. Pero llegará el día del juicio, cuando Dios separará unos de otros. Hay un juicio. A Dios no le da lo mismo santidad que pecado, justicia que atropello. Hagamos el bien con perseverancia para quedar incluidos entre los que vivirán con Dios para siempre.
Al final Jesús pregunta: ¿Han entendido todo esto? Y sus discípulos le respondieron que sí. También nos pregunta a nosotros. ¿Han entendido? Recordemos que “entender” parábolas no es solo comprender su significado conceptual, sino sobre todo dejarnos interrogar por ellas para convertirnos a Dios. Que así sea.
Mons. Mario Alberto Molina OAR
Arzobispo de Los Altos, Quetzaltenango – Totonicapán (Guatemala)