Mons. Mario Alberto Molina, OAR comparte la Palabra de Dios de este Domingo 16 de agosto donde la universalidad del mensaje de Jesús nos obliga a derribar muros para ofrecer la oportunidad de conversión al evangelio y a Jesús a quienes en nuestra mente excluimos de antemano.
El pasaje evangélico nos impacta por la crudeza del relato. Parece que Jesús deja de lado la compasión que le caracteriza en otros momentos. Se mantiene indiferente a las súplicas de la mujer. Sus discípulos se muestran incluso más decentes, mejores personas que el mismo Jesús, pues le insisten que atienda a la mujer. La respuesta de Jesús a las demandas de los discípulos de que ha sido enviado solo a las ovejas descarriadas de la casa de Israel nos suena a un nacionalismo exagerado. No se ve ni sombra de la amplitud de miras y la conciencia de su misión universal que Jesús muestra en otros episodios. Cuando finalmente accede a escuchar la súplica de la mujer, su respuesta suena despectiva, pues la trata de “perro”, cuando dice que no está bien quitarles el pan a los hijos y tirarlo a los perros, así sean los perros que cuidan la propia casa. La única frase afortunada y admirable por su humildad parece ser la de la misma mujer cuando responde sin inmutarse y retoma la imagen de Jesús para reiterar su súplica: Es cierto, Señor, pero también los perritos se comen las migajas que caen de la mesa de sus amos. Finalmente, Jesús se redime a sí mismo de su actitud despectiva y responde con una alabanza: Mujer, ¡qué grande es tu fe! Que se cumpla lo que deseas. ¿Qué hacer de este relato que nos parece que deja tan mal parada la figura de Jesús? Pareciera que los evangelistas no lo pensaron así, pues incluyeron el relato en sus evangelios. O quizá el relato contenía una enseñanza tan importante que había que incluirlo, aunque costara entenderlo.
El relato expone un asunto de vital importancia para la primera generación de cristianos. Por eso fue incluido. El relato trata de una cuestión vital, por eso Jesús se expresa de manera tan desconcertante. La pregunta de fondo, a la que el relato responde, es esta: ¿No es el Mesías la esperanza de Israel? ¿Qué derecho tienen los otros pueblos a tenerlo como salvador? ¿Qué pensaba Jesús de sí mismo y de su misión?
El relato está ambientado en la región de Tiro y Sidón. Por lo tanto, el evangelista que nos cuenta la historia quiere que entendamos que Jesús se encuentra en territorio extranjero. La mujer tampoco es judía. Es fenicia. El evangelista la identifica como una mujer cananea. Pero nos hacemos la pregunta: ¿Por qué le habla Jesús con tanta indiferencia, si el bien sabía que su mensaje es universal? ¿Por qué se expresa Jesús con un nacionalismo tan exacerbado, si él conocía pasajes como el que hemos escuchado hoy en la primera lectura? En esa lectura, Dios, por medio de Isaías, proclama: A los extranjeros que se han adherido al Señor para servirlo, amarlo y darle culto y se mantienen fieles a mi alianza, los conduciré a mi monte santo y los llenaré de alegría en mi casa de oración. Mi templo será casa de oración para todos los pueblos. Como este hay varios pasajes del Antiguo Testamento que hablan de un futuro en el que Dios convocará también a las naciones del mundo para otorgarles su salvación. Entonces, ¿por qué habla Jesús con tanta restricción y exclusivismo?
Pienso que Jesús quiso dar una señal de que con su misión, Dios no descartaba el amor por el pueblo de Israel. La apertura del evangelio al mundo no significó un abandono ni una infidelidad de Dios a Israel. El pueblo de la primera alianza continuaría siendo el pueblo del primer amor. Esto debía quedar muy claro a todos. La dureza de Jesús para con la mujer cananea no era rechazo ni desprecio, aunque así parezca, sino expresión de la fidelidad de Dios a Israel. La insistencia de la mujer y la solicitud de los discípulos permitieron que Jesús manifestara la otra dimensión de su misión. Él también tiene una misión para los pueblos del mundo representados por esa mujer. También en todas las naciones y pueblos del mundo hay ovejas descarriadas y perdidas que claman recibir de parte de Jesús la victoria sobre la muerte y el perdón que restablece el valor de las personas que se han implicado en hacer el mal y la destrucción. También entre las naciones del mundo hay personas dispuestas a suplicar al Dios de Israel y a su Mesías la salvación que solo ellos pueden dar. Aunque la imagen de los perritos que comen debajo de la mesa de sus amos es muy dura, refleja una cosa. Los dones de Dios son abundantes y alcanzan no solo para Israel, sino para todo el mundo. Es más, el hecho de que tantos judíos hayan rechazado a Jesús como el Mesías que esperaban, permitió que los pueblos del mundo pudieran recibir la buena noticia de la salvación.
El relato nos plantea a nosotros lectores del texto otras preguntas. ¿Estamos dispuestos a suplicar al Mesías de Israel la salvación que necesitamos? Si la cananea nos representa, ¿reconocemos en Jesús a quien nos puede dar la salvación? O pensamos que la salvación tiene que salir de nosotros mismos o incluso que debemos o podemos ser autosuficientes, incluso frente a la muerte y el mal moral. ¿Creemos todavía en una salvación que viene de Dios o pensamos que muerte y mal moral son adversidades irremediables y que el modo adecuado de enfrentarlas es asumirlas como una fatalidad?
La historia también plantea otras preguntas. La apertura de la misión evangelizadora a los pueblos del mundo tropezó inicialmente con la oposición de muchos que pensaban que Jesús era solo para los judíos. Jesús y su mensaje rompieron esquemas nacionalistas para abrirse a quienes estaban excluidos. ¿Cuáles son las categorías de personas que consideramos de antemano excluidas de la salvación, incapaces de conversión y de fe? ¿Son los políticos, los militares, los ricos? ¿Cuáles son las ideologías que influyen en nuestras opciones para excluir a algunos de la salvación de Dios? ¿Quiénes nos claman por la palabra de salvación y los excluimos porque consideramos que el mensaje de Jesús no es para ellos? Esa es la fuerza de este pasaje y es el pensamiento que nos deja.
Este pasaje nos obliga a cuestionarnos sobre nuestros propios prejuicios y nuestras propias exclusiones. La universalidad del mensaje de Jesús nos obliga a derribar muros para ofrecer la oportunidad de conversión al evangelio y a Jesús a quienes en nuestra mente excluimos de antemano.
Mons. Mario Alberto Molina, OAR
#UnaPalabraAmiga