El arzobispo agustino recoleto de Los Altos, Quetzaltenango – Totonicapán (Guatemala), Mons. Mario Alberto Molina, reflexiona sobre la Palabra de Dios de este domingo 20 de septiembre.
La parábola que acabamos de escuchar suele llevar el nombre de “los trabajadores de la viña”. Pero debiera llamarse la parábola “del finquero pródigo”, “del patrono gene- roso”. Él es el protagonista; lo que él hace refleja el modo de proceder de Dios. Jesús lo dice desde la introducción: el reino de los cielos es semejante a un propietario.”
El texto supone una situación laboral peculiar. Es una situación de “jornalero”, del que no tiene trabajo ni salario fijo, sino que gana lo que salga en el día. En nuestro país, uno los encuentra hoy, por ejemplo, entre los cargadores en las terminales y mercados. En el caso de la parábola se trata de un propietario de una viña, quizá en tiempo de la vendimia. La contratación se hace en la madrugada, al inicio de la jornada laboral. El propietario del relato contrata una cantidad de trabajadores y acuerda con ellos la paga. Según todos los estudiosos, un denario por el día de trabajo era el jornal acostumbrado. La parábola no se entretiene en nuestra preocupación actual de si era jornal justo o escaso. Los trabajadores aceptan la propuesta y se van a trabajar a la viña. Hasta aquí todo normal.
Pero de aquí en adelante, el propietario de la finca comienza a hacer cosas raras. En su conducta peculiar se transparenta la singularidad del proceder de Dios. Este propietario sale todavía a contratar jornaleros para su viña a lo largo del día. Primero a media mañana, luego al medio día y a media tarde. Con estos no establece ningún acuerdo en torno al salario. Solo les dice que les pagará lo que sea justo. En realidad, en la parábola ya no se volverá a hablar de estos trabajadores. Pero el recuento de estas contrataciones a lo largo del día le sirve a Jesús para llegar hasta el final de la jornada. Entonces el propietario hace algo extraño. Sale a contratar jornaleros cuando el día está para terminar. Uno puede suponer que no trabajaron nada.
En lo que ocurre ahora se manifiesta la enseñanza de Jesús. Como son jornaleros, toca pagarles el jornal del día. El propietario ordena que se pague primero a los últimos en llegar. El propósito narrativo de esta disposición es que los que llegaron primero estén presentes y se den cuenta de lo que ocurre y que nosotros los lectores comprendamos por contrate la diferencia entre la paga de un servicio y el regalo de un beneficio. A los últimos el finquero les da un denario. Les regala un denario, pues no han trabajado. Solo llegaron a la viña. El relato no se detiene a narrar el pago a los jornaleros contratados a lo largo de la jornada, pues solo son importantes los primeros y los últimos. A los primeros les pagó por su trabajo, a los últimos les regaló el denario como manifestación de su gracia.
Cuando les llegó su turno a los primeros, creyeron que recibirían más; pero tam- bién ellos recibieron un denario cada uno. Al recibirlo, comenzaron a reclamarle al pro- pietario. Protestan que se les pague a los últimos lo mismo que a ellos que trabajaron desde el principio. Reclaman que se les pague más. Si el denario que el propietario dio a los
últimos hubiera sido una recompensa por el trabajo, se podría considerar la objeción. Pero lo que recibieron los últimos en llegar no fue una paga, fue un regalo. Yo quiero darle al que llegó de último lo mismo que a ti. ¿Acaso no puedo hacer con lo mío lo que yo quiero? ¿O vas a tenerme rencor porque yo soy bueno?
Así funciona el reino de Dios, dijo Jesús al principio del relato. Pero, específica- mente, ¿de qué se trata? Se trata de que la salvación es fundamentalmente gracia, favor, gratuidad de parte de Dios, no recompensa a algo meritorio que hubiéramos hecho noso- tros. El origen de nuestra salvación es el amor de Dios hacia nosotros. Pues bien, ese amor no es respuesta a algo que hayamos hecho nosotros primero, sino que lo primero de todo es el amor de Dios que nos llega como un regalo, como una gracia. Nuestra salvación se realizó a través del envío de Jesucristo desde el Padre hasta nosotros. Pues bien, esa venida de Cristo no es respuesta a una petición nuestra, a una obra nuestra; no es pago a una prestación nuestra. La venida de Cristo es manifestación del amor gratuito de Dios hacia nosotros. Pablo dirá que Dios nos ha mostrado su amor ya que cuando aún éramos peca- dores Cristo murió por nosotros (Rm 5,8). Y si pasamos al ámbito personal, la práctica católica del bautismo de niños es el ejemplo más elocuente de lo que decimos. Dios no espera a que lo conozcamos o lo amemos como Padre para reconocernos como a hijos adoptivos suyos. Dios aceptó la fe de nuestros padres y la fe de la Iglesia para concedernos la gracia de la salvación. Nuestras buenas obras, nuestra obediencia a los mandamientos son nuestra respuesta a la gracia y a la salvación en la que él nos colocó primero.
Hay una dificultad. El mismo Jesucristo, en algunos pasajes, habla de la salvación como la recompensa por las buenas obras que hemos hecho. Por ejemplo, en la parábola de los talentos, se premia a los que hicieron producir los talentos recibidos y se censura al que lo escondió bajo tierra. En la parábola del criado fiel, este hombre recibe la alabanza de su patrón y la recompensa debida porque actuó con responsabilidad en ausencia de su jefe. En la descripción del juicio final, Jesús recompensa con la admisión al banquete del reino a quienes socorrieron a los que tenían hambre o sed o eran forasteros o estaban en- fermos. Pero haríamos mal si, a partir de estas parábolas, entendiéramos la salvación como paga por las buenas obras. Los buenos administradores hicieron producir talentos que ha- bían recibido gratuitamente primero; el criado fiel ejerció una buena administración sobre bienes y personas que eran de su patrón; la parábola del juicio es una instrucción que Jesús nos da para que sepamos que él se identifica con el que tiene hambre y sed, con el enfermo y el forastero y así, por medio de nuestras buenas obras, le devolvamos en ellos el amor que de él recibimos primero. Como dice Jesús en otra parábola en el evangelio según san Lucas, siempre debemos decir: Somos siervos inútiles, hicimos lo que teníamos que hacer (17,10) y no asalariados que debemos reclamarle a Dios una paga. La gratuidad inicial de Dios encuentra respuesta adecuada en nuestra responsabilidad y nuestra obediencia. La salvación en Cristo y su plenitud final son don gratuito de Dios; nuestras obras meritorias son en el fondo expresión de la gracia y la asistencia gratuita de Dios en nosotros.
Mons. Mario Alberto Molina OAR
Obispo de Los Altos, Quetzaltenango – Totonicapán (Guatemala)