Una palabra amiga

Un maestro de novicios ejemplar

El autor hace presente el recuerdo del agustino recoleto Joaquín Peña Lerena, destacado por su piedad, pobreza y capacidades para la formación de religiosos y la historia.

El P. Joaquín Peña Lerena, nació en 1903 en San Millán de la Cogolla, La Rioja-España. Murió en 1983 con cerca de 80 años. A sus 23 años recién cumplidos se convirtió en misionero en los difíciles y laboriosos ministerios de Filipinas, y en el año 1928 fue destinado a Kweiteh, cabeza de nuestra misión, y centro de apostolado en China. Rector y profesor del Seminario, preparó a los aspirantes chinos a la vida consagrada con paciencia y constancia. Cariño y aprecio han sentido sus seminaristas por el P. Joaquín. Las penalidades y sufrimientos de la guerra chino-japonesa quebrantaron su salud. Recuperado de sus dolencias, fue trasladado en 1947 a San Millán de la Cogolla. Como maestro de novicios se entregó a la formación de los jóvenes de la recién creada provincia de San José. La mayor parte de las promociones de esa provincia han pasado por su magisterio y han conocido lo profundo de su austera espiritualidad y han saboreado la claridad de sus conocimientos.

Al crearse la provincia de San José en 1948, desmembrada de la de San Nicolás de Tolentino, el P. Joaquín fue designado maestro de novicios, cargo que ejerció por más de 20 años. Así que todas las profesiones simples o temporales que hicieron los novicios en esos años se deben a su preparación y dedicación especial. A partir de 1969 se convirtió en el custodio solícito del archivo, biblioteca y de todo el tesoro artístico del monasterio de San Millán. Trabajos de investigación, publicaciones documentadas, artículos especializados en diferentes revistas nos hablan de su actividad y el empleo de sus tiempos libres. A raíz de esto en 1977 fue nombrado miembro correspondiente de la Real Academia de la Historia.

Las generaciones de jóvenes formados por él entre 1947-1969, que hemos recibido sus orientaciones en el año de noviciado, guardamos un grato recuerdo y memoria ejemplar de su conducta. El año de noviciado es un año de conocimiento y amor a la Orden en la que uno va a profesar, de la vida religiosa consagrada y del aprendizaje del seguimiento fiel de Jesucristo. Todo esto es lo que nos transmitió el P. Joaquín a todos los que fuimos formados por él. Entre ellos estuvimos los 11 novicios que el 15 de julio de1966 comenzamos el noviciado. Quiero hacer una breve semblanza del P. Joaquín, destacando aquellos rasgos de su vida que más me marcaron.

PIEDAD. El P. Joaquín vivía una piedad profunda que transparentaba en la misa diaria que nos celebraba. En la meditación nos recordaba que tuviéramos “manus intra manicas”, es decir, las manos entre las mangas del hábito para no estar jugando o inquietos con ellas, con los ojos cerrados o entornados y a movernos lo menos posible del asiento. Y eso, mucho antes de que algún otro predicador famoso dijera lo mismo. Se trata, nos decía, de estar en la presencia de Dios y concentrar todos nuestros pensamientos y conversación con el único Señor. Cuando el P. Joaquín llegaba tarde a la capilla, por alguna causa justificada, no dudaba de ponerse de rodillas en el medio y besar el suelo, como un novicio más y a pesar de su sesenta y pico años. Y si eso lo hacía el maestro, cómo no hacerlo nosotros, jóvenes, a quienes inclinarnos nos costaba bien poco. También dedicaba las horas que podía a confesar y desde el confesionario hacía la dirección espiritual con muchas personas del Valle que acudían por escuchar sus sabios consejos.

POBREZA. Él la había vivido duramente en China como nos contaba en las frecuentes charlas, y en nuestro tiempo la seguía practicando. Nos contaba que a él unos pantalones le duraban veinte años, y si había que remendarlos, él mismo se lo hacía. Nunca le vimos comer nada fuera del comedor y nos enseñaba también a ahorrar en el corte de pelo, porque nos hacía aprender los unos en la cabeza de los otros. Este es un detalle nada más, pero lo importante es que nos enseñaba a estar contentos con poco, como enseña san Agustín en la Regla. La jofaina y la jarra, la cama, un pequeño armario y cuatro libros esenciales sobre la mesa; eso era todo lo que teníamos en nuestra celda. Los viernes en la noche un plato de verdura de la huerta, acompañado de un huevo era nuestra cena y nos dábamos por contentos, porque era una comida en fraternidad.

FORMADOR.-No sólo era un buen profesor de latín, que nos enseñaba una hora todos los días, excepto sábados y domingos; también nos animaba a conocer la de historia de la Orden, el ceremonial, el ritual y hasta nos impartía clases de música. Todo nos lo enseñaba él como único profesor. Y, como sabía que el joven necesita movimiento, en la mañana entre clase y clase nos permitía un rato de deporte al futbol o pelota a mano. En las tardes, si no llovía, siempre nos acompañaba en el paseo por los bonitos lugares del contorno emilianense. Esta era ocasión que aprovechaba para enseñarnos el conocimiento de las plantas, los nombres de los lugares o las fuentes y barrancas de la esa hermosa serranía. Al pasar el P. Joaquín con sus novicios todos le saludaban y alguna vez entablaba conversación con algunas palabras amables y jocosas, que le hacían reírse con todo su cuerpo. Su sonrisa se asemejaba a la de un niño.

HISTORIADOR. Cuando no estaba con los novicios o en las noches, el padre aprovechaba para leer y documentarse en la historia del monasterio y de todas las riquezas que guarda: los marfiles de la arqueta, la arquitectura del templo, las pinturas y cuadros, el archivo, la biblioteca… Fruto de estos trabajos fue su libro titulado: «Los Marfiles de San Millán de la Cogolla» (1978), un par de libros, varios artículos en revistas especializadas, una guía artística…Y daba gusto ver que, tanto como sabía del convento o del valle emilianense todo lo transmitía con una sencillez y humildad admirables. Sólo cuando dejó de ser maestro de novicios pudo dedicar más tiempo a sus investigaciones meticulosas de la historia y el arte del monasterio.

La provincia de San Nicolás de Tolentino en la que se formó y trabajó como misionero en China, la provincia de San José a la que consagró su tiempo y lo mejor de su vida, y ahora la provincia de Santo Tomás de Villanueva tienen en este hijo, un religioso verdaderamente ejemplar con su enseñanza y su vida.  Para mí, y otros novicios que hemos sido formados por él, sin duda que es un verdadero Siervo de Dios. Era religioso humilde, de reciedumbre espiritual, de fe sólida sin titubeos ni condescendencias. La formación de los jóvenes en la vida consagrada era su deleite.

La marca que el P. Joaquín dejó en la misión de Kweiteh en China y luego en los novicios que fuimos adentrados en la vida consagrada por él, es una marca a fuego que siempre nos acompaña, dondequiera que vayamos, con el recuerdo de su persona. Honremos la memoria de uno de nuestros antepasados en la fe que no debe quedar en el olvido.

Ángel Herrán OAR

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