El autor apunta que, con la nueva normalidad, es necesario mirarse a los ojos pues las mascarillas tapan la cara.
Exceptuando a los sanitarios, investigadores de laboratorios y algún que otro profesional que lo requiriera, muy poca gente se había puesto una mascarilla en su vida. Ahora, curiosamente, es raro el momento en que no la llevamos puesta. Incluso las hemos personalizado con diversos materiales, colores, soportes de sujeción y, como ya ocurría con las llaves de casa o el móvil, no podemos salir sin ella.
Como hay de todo en la viña del Señor, gente excesivamente vergonzosa, pudorosa o escrupulosa estarán contentos al poder salir a la calle con la cara cubierta. También estará feliz el ‘gremio’ de los ladrones de turno ahora que lo tienen más fácil para no llamar la atención a la hora de perpetrar un robo. Pero, por lo general, llevar la cara cubierta no es del agrado del común de mortales: respirar, a veces, se hace complicado, los cristales de las gafas se empañan constantemente y, especialmente, hemos perdido mucho en lo que a comunicación se refiere. ¡Que se lo digan a los aficionados al mus, que ahora no pueden hacer señas!
El uso de las mascarillas oculta gran parte de nuestro rostro, lo cual impide percibir gran parte de los matices de una conversación. Ello, no obstante, puede que esté aportando un aspecto positivo, pues pareciera que, en este mundo rápido, de cambios y mediatizado por pantallas todo el día, se nos estuviera olvidando lo importante que es mirar a los ojos. Pudiera parecer algo casual o paradójico pero, desde que utilizamos mascarilla en nuestras conversaciones toda nuestra atención se centra en la mirada del otro, como queriendo buscar en los ojos todo aquello que nos perdemos al tener la cara cubierta.
Decía el célebre Gustavo Adolfo Bécquer que quien puede hablar con la mirada puede incluso besar con los ojos. Tantas veces, por falta de atención, no somos plenamente conscientes de todos los secretos que esconden. La mirada expresa un tipo de lenguaje profundo que no siempre podemos controlar. En palabras del dramaturgo y poeta alemán Friedrich Hebbel: “Los ojos son el punto donde se mezclan alma y cuerpo”.
Por desgracia, no estamos acostumbrados a mirarnos a los ojos y, aunque suene extraño, hay que agradecerle al uso de las mascarillas que, por necesidad, nos estemos sumergiendo en las miradas del otro. En otro de sus poemas universales, Bécquer nos descubre todo lo que podemos descubrir cuando nos fijamos en tu pupila azul: “si en su fondo como un punto de luz radia una idea, me parece en el cielo de la tarde una perdida estrella”.
La mirada está presente en la Biblia de forma constante y muy especial. Recordemos tantos pasajes del Antiguo Testamento en que el Señor mira desde los cielos y ve a su Pueblo, o los encuentros de Moisés con Dios cara a cara. Pero es, especialmente, en el Nuevo Testamento donde la mirada de Jesús cautiva y transforma vidas. ¿No será ésta la oportunidad de recobrar la importancia de la mirada en nuestras vidas?
Por ello, ahí va la propuesta: mirarnos más a los ojos, buscar más el encuentro cara a cara. Que no todo sean conversaciones de móvil, videollamadas, redes, post, fotos… Busquemos el encuentro, vayamos a la esencia, al interior, allí donde habita la verdad.
Antonio Carrón OAR