El COVID-19 y los problemas burocráticos retrasaron la incorporación de Rodrigo Feitosa al noviciado de Monteagudo, aunque no le hicieron desistir en su vocación como agustino recoleto.
Absolutamente nadie podía prever en enero la odisea que debería afrontar los meses siguientes el joven brasileño Rodrigo Feitosa antes de comenzar el noviciado en Monteagudo (Navarra, España). A comienzos de año se encontraba en México, donde estuvo dos meses con el noviciado en el horizonte. La pandemia le sorprendió, aunque en ningún momento pensaba que la padecería y ni mucho menos que trastocaría los planes que llevaba tiempo esperando.
Ahora que ya ha comenzado el año de noviciado en el Convento de Nuestra Señora del Camino, Rodrigo recuerda una aventura que por momentos llegó a ser desesperante. La situación generada por el COVID-19 le hizo regresar de forma apresurada a Manaos, donde ayudó a los religiosos de la comunidad local. Llegó junio; pasó algunos días con su familia antes de viajar a Sao Paolo para preparar los trámites de su traslado a España. No obstante, el proceso se alargó. Era el primer contratiempo de una serie desafortunada de sucesos. «Fue mucho tiempo de espera y angustia», recuerda. El noviciado comenzó y él aún estaba en Brasil, sin el visado que obtuvo el 8 de septiembre.
Todo parecía haberse resuelto. Aunque tarde, podría incorporarse ya con los otros seis novicios. Llegó a España el 15 de septiembre. Al siguiente día, por precaución, acudió a realizarse una prueba PCR para cerciorarse de que no llevaba consigo el COVID-19. Los resultados no fueron los esperados: dos días después le comunicaron que eran positivo asintomático por coronavirus. Lo que parecía al alcance de la mano nuevamente se alejaba. Tenía que permanecer aislado al menos diez días y todos los religiosos de la comunidad de la curia provincial de la Provincia San Nicolás de Tolentino -donde iba a estar unos días- tuvieron que realizarse la prueba. Por suerte no hubo ninguna sorpresa más.
El 3 de octubre terminaba la desgraciada historia. Ese día fue recibido por la comunidad de Monteagudo para comenzar el noviciado junto a sus compañeros, que lo habían iniciado semanas atrás. Rodrigo Feitosa reconoce que «después de una gran espera» se sintió por momentos «angustiado». De todo este tiempo resalta la «soledad» que afrontó esperando los visados y aislado por la enfermedad.
El joven brasileño asegura que llegó a perder la esperanza. «Creía que no llegaría nunca al noviciado», afirma con cierta exageración. No había perdido toda la esperanza pero los hechos le hicieron pensar que lo que ansiaba no se cumpliría. No obstante, nunca arrojó la toalla. «No iba a dejar este camino porque sentía un llamado», dice, y continúa: «Mi vida no iban a ser solo cosas buenas y momentos de luz». Detrás de los malos momentos, Rodrigo Feitosa ha sacado dos enseñanzas positivas. La primera, ser «más paciente». Y la segunda: «Mis planes no son los planes de Dios».
En este sentido, ha aprovechado el tiempo para leer, rezar y conocer más sobre la vida de los santos. «Solo Dios me daba fuerza en estos momentos», explica. Sintió confianza leyendo la palabra de Dios y apoyándose en Cristo para superar las dificultades. Y no solo en Cristo. Reconoce que María fue «una figura muy importante en este momento». Todo ha pasado, aunque probablemente nunca olvide los meses que le separaron del noviciado y las enseñanzas que aprendió.